En mágica ciudad que el mar guarnece
Se arremolinan multitudes tales,
Que parecen más bien viviente masa
Que proteica se alarga ó se recoge.
Adoptando la forma
En que calles y plazas la moldean.
De esa ciudad la tierra toda es flores,
Flores en otra parte nunca vistas,
Pues llevan en sus vívidas corolas
Vida de almas que en sus centros bullen,
Y en sus aves de espléndidos matices
Cantan almas también. Regias palmeras
Agitan su penacho verde-obscuro
Cual si aplaudir quisiesen, y las olas
Sonrien con sus espumas
A los cielos amigos. Lindas naves,
Empavesadas desde el casco al tope,
Ostentan tan variados gallardetes.
Que en la retina, de colores beoda,
Ún inmenso arco-iris se proyecta
Que, invertido, suspende de los cielos
Su curva colosal. Arcos de triunfo
En la tierra á millares se destacan.
Las mansiones parecen
Grandes paletas de pintor excelso
Que por raro capricho
En ella pone tres colores solos,
Y en harmonioso enlace
Presenta maravillas.
Blanca luz de la aurora
Aclara los espacios.
No hay nieblas este día: todo es puro
Como del mundo en la primer mañana.
Las brisas acarician cual si fuesen
Besos de almas de niños. Los dolores,
Turba implacable que en tenaz asedio
A los mortales por doquier tortura,
Han huído en tropel cuando, espantados,
Oyeron que una música divina
De aquellos corazones se escapaba
Y que eran esos seres
¡Todos amables y felices todos!
Cúmulus bellos que en cortina inmensa
Decoran el Oriente,
A los acordes de invisibles coros,
Lentamente se apartan á los lados,
Y en fondo azul de límpido zafiro
Cuba aparece cual jamás divina.
Irradia su semblante
De umiversal amor y de ventura,
Y en las colgantes manos dos coronas
De lauro tiene con bellotas de oro.
Se miran á su diestra
Legiones infinitas
De mártires y de héroes.
Del término primero al que se pierde
En ignorados límites,
Sus anchos pechos muestran,
Su mirada que esplende con el triunfo
Y sus altivas frentes coronadas
Con roble y siemprevivas,
Que de oro mate y de marfil parecen.
A la izquierda formando lindos coros
Están las santas madres, las esposas
Heroícas, las purísimas
Vírgenes y los niños.
Todos llevan guirnaldas. Las primeras
De suaves pensamientos, las segundas
De rosas fragantísimas, las vírgenes
De mirtos y violetas, los infantes,
Gentiles y graciosos,
De cuantas flores nacen en las cumbres,
Bosques, lagos, praderas y jardines.
Delante de los grupos, á la diestra,
Dos proceres de altivo continente,
En quienes las miradas
De todos se hallan fijas,
Están sin otro emblema
Que las sublimes palmas del martirio.
Cuba hace un ademán, y se adelanta
De los dos uno solo, el que parece
Del tiempo en el transcurso ser primero.
Exaltáse la aurora con las tintas
Del gozo y del amor, y ya difunde
Celajes vivos de luciente rosa.
Delante de las madres
Y en estrátus de púrpura sentada.
Espectante la Historia se presenta.
De grave aspecto y de serena frente,
Con túnica escarlata, en el extenso
Regazo un libro abierto, y en la mano
Fuerte buril de acero. Cuba dicta
Mientras del prócer á la frente ciñe
El rico lauro que sus hechos canta:
«Carlos Manuel de Céspedes»
!El pueblo
Prorrumpe en un clamor jamás oído,
Y en los ecos del ámbito resuenan
Múltiples voces de ignorados seres
Que repiten con música divina:
«¡No temais una muerte gloriosa,
Que morir por la patria es vivir!»
A otro signo de Cuba se adelanta
El joyen prócer de elevada frente
Y soñadores ojos, y recibe
Su corona inmortal, y Cuba dicta
A la Historia, que escribe con premura:
«¡José Martí!»
La luz en ese instante
Reflejos vierte de brillante oro;
Bate palmas el pueblo y victorea
Con igual frenesí, casi en delirio,
Y otra música rompe en los espacios
Bella, marcial, sublime, á cuyos sones
Cantan las mismas voces:
«¡Gloria eterna á los héroes cubanos,
Que han alzado con gozo profundo
En la patria, tocando hasta el cielo
La bandera más linda del mundo!»
Cuba hace otro ademán, y los dos héroes
Que han dejado sus palmas de martirio
A los pies de la diosa,
Tornan de frente al pueblo que les ama
Sus rostros varoniles
Con sus grandes coronas decorados.
Y una matrona de semblante dulce,
De alta estatura y refulgentes ojos
Azules como el mar y de cabellos
Que refiejan el oro en sus cambiantes,
La bandera inmortal á Cuba ofrece
De las azules y las níveas fajas
Y en campo rojo y triangular la estrella
Cándida como armiño. En tal momento
Blanca una estrella del Oriente sube,
Llega de Cuba á la cabeza airosa,
Se fija en ella con fulgente brillo
¡Y es el sol de este día!
La blanca veste de ondulantes pliegues
Por ese sol magnífico bañada.
Como la nieve de inhollado monte
Resplandece y deslumbra.
Las que antes fueron lágrimas de duelo,
A los vivos fulgores de esa estrella
Brillan como diamantes, y los labios
Florecen de sonrisas.
Una lluvia de pétalos de flores
Ricas fragancias en el aire esparce
Y, como hacen los copos de la nieve,
Cae sobre todo silenciosa y dulce
¡Y en todo extiende primoroso un manto!
El lábaro glorioso toma Cuba
De noble gratitud con la sonrisa,
Y, cual asta inmortal, alzando el brazo,
Lo agita con orgullo. Las Naciones
Desfilan todas y banderas baten
Ante la nueva hermana. La primera
La lleva la matrona
De cabellos dorados y de azules
Ojos profundos como el mar. Altiva,
Junto á franjas purpúreas campo esplende
Turquí como el espacio en clara noche
Y como él constelado
De innúmeras estrellas.
En tal momento, cual jamás gloriosa,
«¡De la conciencia universal alzóse
En la brillante cumbre!»
Es el segundo que homenage rinde
El noble pabellón de grana y oro,
Que en remotas edades,
Por legendarios hombres
De increíbles hazañas
El primero de todos fué plantado
En el extenso mundo
Que ellos hallaron con asombro inmenso
En nunca vistos ni surcados mares,
Y al que dieron su nombre ya glorioso,
¡América! que vibra como un canto
De cuanto grande entre los hombres brilla.
Mientras pasan y pasan estandartes,
Jubilosas campanas á los vientos
Hasta romperse lanzan
Sus sones tumultuosos, que parecen
Lindos gorgeos de gigantes pájaros.
Voladores de fuego al aire suben
Rectos y en lo alto con fragor estallan,
Y de fugaces nubecillas bordan
El espacio radiante
Sus magníficas salvas cien cañones
Añaden al estruendo, y las sirenas
Modernas de los mares,
De gozo enloquecidas,
Como ferales monstruos,
Atruenan con sus gritos,
Lanzados con esfuerzo tan salvaje
Cual si, á tener pulmones,
¡No contaran por nada desgarrarlos!
Saneante olor de pólvora é incienso,
De las flores mezclado á la fragancia,
Trae á los pechos, que ávidos le aspiran
De guerra y de victoria ardientes vahos.
Cesa, empero, el tumulto
Para que eleven sus viriles voces
Las huestes de los ínclitos soldados
Que van entre las turbas confundidos,
Que el plomo dejó ilesos,
O á quien la muerte respetó piadosa
Sus heridas tremendas.
Con música triunfal, alegre y viva
Resuena por los aires el vehemente
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Se ha respetado el texto como fue publicado en el año 1903.
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