Tuesday, October 26, 2021

Apoteosis de Cuba (un poema de Aurelia Castillo de González)



En mágica ciudad que el mar guarnece
Se arremolinan multitudes tales, 
Que parecen más bien viviente masa 
Que proteica se alarga ó se recoge.
            Adoptando la forma 
En que calles y plazas la moldean. 

De esa ciudad la tierra toda es flores, 
Flores en otra parte nunca vistas, 
Pues llevan en sus vívidas corolas 
Vida de almas que en sus centros bullen, 
Y en sus aves de espléndidos matices 
Cantan almas también.  Regias palmeras 
             Agitan su penacho verde-obscuro 
Cual si aplaudir quisiesen, y las olas 
             Sonrien con sus espumas 
A los cielos amigos. Lindas naves, 
Empavesadas desde el casco al tope, 
Ostentan tan variados gallardetes. 
Que en la retina, de colores beoda, 
Ún inmenso arco-iris se proyecta 
Que, invertido, suspende de los cielos 
Su curva colosal. Arcos de triunfo 
En la tierra á millares se destacan.

        Las mansiones parecen 
Grandes paletas de pintor excelso 
        Que por raro capricho 
En ella pone tres colores solos,  
        Y en harmonioso enlace 
        Presenta maravillas. 
        Blanca luz de la aurora 
        Aclara los espacios. 
No hay nieblas este día: todo es puro 
Como del mundo en la primer mañana. 
Las brisas acarician cual si fuesen 
Besos de almas de niños. Los dolores, 
Turba implacable que en tenaz asedio 
A los mortales por doquier tortura, 
Han huído en tropel cuando, espantados, 
Oyeron que una música divina 
De aquellos corazones se escapaba 
        Y que eran esos seres 
¡Todos amables y felices todos! 

Cúmulus bellos que en cortina inmensa 
         Decoran el Oriente, 
A los acordes de invisibles coros, 
Lentamente se apartan á los lados, 
Y en fondo azul de límpido zafiro 
Cuba aparece cual jamás divina. 
        Irradia su semblante 
De umiversal amor y de ventura, 
Y en las colgantes manos dos coronas 
De lauro tiene con bellotas de oro. 

         Se miran á su diestra 
         Legiones infinitas 
         De mártires y de héroes. 
Del término primero al que se pierde
         En ignorados límites, 
         Sus anchos pechos muestran, 
Su mirada que esplende con el triunfo 
Y sus altivas frentes coronadas 
          Con roble y siemprevivas, 
Que de oro mate y de marfil parecen. 
A la izquierda formando lindos coros 
Están las santas madres, las esposas 
          Heroícas, las purísimas 
          Vírgenes y los niños. 
Todos llevan guirnaldas. Las primeras 
De suaves pensamientos, las segundas 
De rosas fragantísimas, las vírgenes 
De mirtos y violetas, los infantes, 
          Gentiles y graciosos, 
De cuantas flores nacen en las cumbres, 
Bosques, lagos, praderas y jardines. 

          Delante de los grupos, á la diestra, 
Dos proceres de altivo continente,
          En quienes las miradas 
          De todos se hallan fijas, 
          Están sin otro emblema 
Que las sublimes palmas del martirio. 
Cuba hace un ademán, y se adelanta 
De los dos uno solo, el que parece 
Del tiempo en el transcurso ser primero.
Exaltáse la aurora con las tintas 
Del gozo y del amor, y ya difunde 
Celajes vivos de luciente rosa.  
          Delante de las madres 
Y en estrátus de púrpura sentada. 
Espectante la Historia se presenta. 
De grave aspecto y de serena frente, 
Con túnica escarlata, en el extenso 
Regazo un libro abierto, y en la mano
Fuerte buril de acero. Cuba dicta 
Mientras del prócer á la frente ciñe 
El rico lauro que sus hechos canta: 

«Carlos Manuel de Céspedes» 

                                                !El pueblo
Prorrumpe en un clamor jamás oído, 
Y en los ecos del ámbito resuenan 
Múltiples voces de ignorados seres 
Que repiten con música divina: 

«¡No temais una muerte gloriosa, 
Que morir por la patria es vivir!» 

A otro signo de Cuba se adelanta 
El joyen prócer de elevada frente 
Y soñadores ojos, y recibe 
Su corona inmortal, y Cuba dicta
A la Historia, que escribe con premura: 

«¡José Martí!» 

                          La luz en ese instante 
Reflejos vierte de brillante oro; 
Bate palmas el pueblo y victorea 
Con igual frenesí, casi en delirio, 
Y otra música rompe en los espacios 
Bella, marcial, sublime, á cuyos sones 
                       Cantan las mismas voces:  

«¡Gloria eterna á los héroes cubanos, 
Que han alzado con gozo profundo 
En la patria, tocando hasta el cielo 
La bandera más linda del mundo!» 

Cuba hace otro ademán, y los dos héroes 
Que han dejado sus palmas de martirio
          A los pies de la diosa, 
Tornan de frente al pueblo que les ama 
         Sus rostros varoniles 
Con sus grandes coronas decorados. 
Y una matrona de semblante dulce, 
De alta estatura y refulgentes ojos 
Azules como el mar y de cabellos 
Que refiejan el oro en sus cambiantes, 
La bandera inmortal á Cuba ofrece 
De las azules y las níveas fajas 
Y en campo rojo y triangular la estrella 
Cándida como armiño. En tal momento 
Blanca una estrella del Oriente sube, 
Llega de Cuba á la cabeza airosa, 
Se fija en ella con fulgente brillo 

       ¡Y es el sol de este día! 

La blanca veste de ondulantes pliegues 
Por ese sol magnífico bañada. 
Como la nieve de inhollado monte 
         Resplandece y deslumbra. 
Las que antes fueron lágrimas de duelo, 
A los vivos fulgores de esa estrella 
Brillan como diamantes, y los labios 
        Florecen de sonrisas. 
Una lluvia de pétalos de flores 
Ricas fragancias en el aire esparce 
Y, como hacen los copos de la nieve, 
Cae sobre todo silenciosa y dulce 
¡Y en todo extiende primoroso un manto! 

El lábaro glorioso toma Cuba 
De noble gratitud con la sonrisa, 
Y, cual asta inmortal, alzando el brazo, 
Lo agita con orgullo. Las Naciones
Desfilan todas y banderas baten 
Ante la nueva hermana. La primera 
           La lleva la matrona 
De cabellos dorados y de azules 
Ojos profundos como el mar. Altiva, 
Junto á franjas purpúreas campo esplende 
Turquí como el espacio en clara noche 
          Y como él constelado 
          De innúmeras estrellas. 
En tal momento, cual jamás gloriosa, 
«¡De la conciencia universal alzóse
          En la brillante cumbre!» 

Es el segundo que homenage rinde 
El noble pabellón de grana y oro, 
         Que en remotas edades, 
         Por legendarios hombres 
         De increíbles hazañas 
El primero de todos fué plantado 
         En el extenso mundo 
Que ellos hallaron con asombro inmenso 
En nunca vistos ni surcados mares, 
Y al que dieron su nombre ya glorioso, 
¡América! que vibra como un canto 
De cuanto grande entre los hombres brilla.

Mientras pasan y pasan estandartes, 
Jubilosas campanas á los vientos 
          Hasta romperse lanzan 
Sus sones tumultuosos, que parecen 
Lindos gorgeos de gigantes pájaros. 
Voladores de fuego al aire suben 
Rectos y en lo alto con fragor estallan, 
Y de fugaces nubecillas bordan 
          El espacio radiante

Sus magníficas salvas cien cañones 
Añaden al estruendo, y las sirenas 
          Modernas de los mares, 
          De gozo enloquecidas, 
          Como ferales monstruos, 
          Atruenan con sus gritos, 
Lanzados con esfuerzo tan salvaje
Cual si, á tener pulmones, 
¡No contaran por nada desgarrarlos! 

Saneante olor de pólvora é incienso, 
De las flores mezclado á la fragancia, 
Trae á los pechos, que ávidos le aspiran 
De guerra y de victoria ardientes vahos. 

Cesa, empero, el tumulto 
Para que eleven sus viriles voces 
Las huestes de los ínclitos soldados 
Que van entre las turbas confundidos, 
         Que el plomo dejó ilesos, 
O á quien la muerte respetó piadosa 
         Sus heridas tremendas. 
Con música triunfal, alegre y viva 
Resuena por los aires el vehemente





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Se ha respetado el texto como fue publicado en el año 1903.


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