Desde que tengo uso de razón he escuchado que vivo en un sistema social diseñado no sólo para servir al pueblo sino para darle a ese pueblo el mejor de los presentes y el mejor de los futuros. Durante años nos lo creímos, o fingimos creerlo, mientras veíamos cómo el presente de muchos pueblos, vecinos y no vecinos, mejoraba, y nosotros parecíamos retroceder en el tiempo, a la par que comprendíamos que “el pueblo” no se refería a toda la población sino a aquella parte que seguía aplaudiendo y aguantando. La otra parte, la que protestaba, la que se quejaba, la que emigraba…, fue siempre sistemáticamente ignorada, desprestigiada, excluida, reprimida.
Fue en esa vasta metodología orientada a despojar a muchos de su membresía de “pueblo”, donde surgió la idea diabólica de las llamadas “Brigadas de Respuesta Rápida”. Presentadas con la mítica y falsa propaganda del “pueblo enardecido que defiende su Revolución”, se cruzó un límite que nunca debió ser cruzado y que no debe ser cruzado por ninguna sociedad: enfrentar a hermanos contra hermanos, atacar a tus vecinos, a los tuyos, a tu propio pueblo.
Hoy, cuando mucha gente nacida en esta tierra y parte de este pueblo alza la voz para pedir cambios a través del diálogo y del entendimiento pacífico, se vuelve a acudir a lo peor del ser humano: la violencia contra su propio hermano.
Pero, ¿quién convoca a la violencia? Rostros conocidos pero anónimos, personas que nunca saldrán en una pantalla diciendo ni siquiera frases tan ambiguas como: “¡Defiendan a la Revolución!”. Cuando términos como golpear, agredir, reprimir se sobreentienden, podemos recurrir a los eufemismos del lenguaje. Pero nada de eso será dicho por los que tienen autoridad para decirlo, porque eso se llama “trabajo sucio”, y el poder real se cuida muy bien de no dejar huellas acusatorias.
¿Quiénes están haciendo el “trabajo sucio”? Los mandos intermedios, personas encargadas de prepararlo todo pero que tal vez tampoco entrarán en acción: convocarán, mandarán a otros, empujarán, vigilarán desde las esquinas, pero tal vez se cuidarán muy bien de no salir nunca en una foto golpeando a otro junto a un cartel que diga: “¡Represor!”.
Al final, ¿quién tomará el bate y expondrá su rostro?, ¿quién levantará el puño contra el hermano?, ¿quién venderá su alma al diablo hundiéndose en el mal irreflexivo?, ¿quién saldrá en una foto en Facebook con una nota que diga nombre, dirección y el calificativo de “represor”? Los de abajo, la masa desechable, los tontos útiles, los prescindibles, aquellos por los cuales, si se vira la tortilla, nadie moverá un dedo para defenderlos. O tal vez, personas que no quieren hacerlo, pero que sienten un miedo atroz a plantarse y a decir: “¡no lo voy a hacer!”, o personas que de tan comprometidas con el “sistema” se debaten en lo que la psicología llama “conflicto de lealtades”.
Yo entiendo, entiendo los miedos, entiendo los conflictos de lealtades, entiendo la fuerza de la presión ejercida desde posiciones de poder, pero creo firmemente en la libertad intrínseca del ser humano, creo en la capacidad humana de elegir la luz, creo en la fuerza del bien en la conciencia que permite tirar el bate a tierra y decir: “¡no lo voy a hacer!”.
Y el momento para tomar esa decisión es ahora, no delante de un pueblo gritando “¡libertad!”. Porque cuando se está delante de un pueblo que se ha levantado para reclamar sus derechos, los miedos se despiertan, y las alarmas se disparan, alimentadas por el instinto innato de la propia supervivencia. Y cuando esto llega, el alma viene absorbida por el túnel oscuro de la violencia.
Todo en la vida tiene un precio. Ser libre, tiene un precio, y ser esclavo también. Servir al poder y hacer el “trabajo sucio” tiene un precio, como lo tiene plantarse y no dejar a otros que te usen para agredir. Salir a golpear a tus hermanos, tiene un precio; decir “no” o, al menos, quedarte en casa, también lo tiene. Todos tendremos que pagar por lo que elijamos, pero eso ni se piensa ni se decide en medio de una multitud. Este es el momento, el hoy, el ahora, el presente todavía sereno es el momento de reconocer que tu opción política, sea la que sea, es válida y tienes derecho a defenderla, pero lo que no es válido, lo que es inadmisible, lo que no es un derecho, es que para defender tus opciones elijas la violencia y levantes el puño armado contra tu hermano.
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Texto y foto tomados del Facebook del autor.
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