Wednesday, October 27, 2021

Del antiguo Cheque Bar de la calle Ignacio Sánchez y otras anécdotas conexas. (por Carlos A. Peón-Casas)


La otrora ciudad camagüeyana que hoy habitamos con un desconocimiento casi innato de su pasado, tuvo también su memoria de hechos y sucesos, que hoy parecen asuntos trivialidad rayana en lo intrascendente, quizá rozando las aristas de lo impublicable,

Aludimos hoy a los que fueron conocidos bares de postín de las calles Ignacio Sánchez, Santa Rosa, y Progreso, con sus respectivas “ocupaciones”, el nombre que por entonces se les daba a los cuartuchos de mala muerte donde aquellas maltratadas émulas de Mesalina (con perdón de la matrona romana), ejercían su ancestral oficio.

Me refiero en particular, a un sitio que todavía sobrevive como antigua edificación de dos plantas, en el pedazo de cuadra que va desde Santa Rosa hasta la intersección de la línea del ferrocarril, justo donde termina el tramo norte de la calle San Ramón, que también lleva el nombre de Enrique José Varona, noble varón y filósofo al que supongo poco le interesaría saber que su calle principiaba en aquella zona de tolerancia: aludo al conocido por entonces como el Cheque Bar(1) ya mentado en mi título.

El sitio de marras no era muy diferente del resto que proliferaban en aquel entramado de tanto movimiento de mercaderías por vía férrea en la ciudad de antaño, algo así como el equivalente mediterráneo de la zona del puerto habanero, aunque el nuestro fuera bien modesto, por el mínimo tamaño de los locales y la cantidad de “ocupaciones” que se alargaban hasta colindar con la mismísima línea férrea.

En la planta baja se acomodaba la rústica barra donde la clientela pedía los necesarios tragos iniciáticos a base del Ron Castillo que para entonces era muy inferior al Bacardí, pero también se podían degustar otros tragos fuertes como los famosos destilados de uva, importados de la Madre Patria, de las marcas: Blázquez , Domecq y Fundador; igualmente se podían saborear otros de factura nacional y precio más módico como era el caso de los “coñac” Don Diego(2) y Tres Toneles.

También corría la cerveza de factura nacional y de precio tan asequible como una peseta. A las mujeres que allí ejercitaban tan deprimido oficio, también se les invitaba a un trago, pero aquellas sólo bebian un especie de “refresquito” que simulaba el contenido real, pues en realidad recibían al final del día un porciento del monto de aquellas “invitaciones”, que por supuesto eran beneficio del dueño del negocio.

Anexo al improvisado bar se abría un espacio destinado al baile, donde los pretendidos clientes podían hacerlo por el reducido precio de diez centavos, que se le pagaban directamente a las danzantes. El baile era animado en aquel sitio por una especie de órgano oriental de manivela, al que hacían sonar un par de fornidos hombres de piel muy negra, mostrando sus torsos descamisados y brillosos por el sudor.

El bar se hacía anunciar por un peculiar cartel que simulaba una flecha torcida, que precisamente se curvaba sobre la puerta de acceso al sitio. El hecho fue motivo para una jocosa improvisación de mi abuelo Don Nicolás Peón, hombre de afiladas dotes humorísticas, y autor de más de una cuarteta, quien decía aludiendo al detalle del significativo anuncio del bar:
Si tu vas al Cheque Bar
Y la llevas muy derecha
Se te puede jorobar
Como le pasó a la flecha(3)
Era costumbre muy de la época que las señoras casadas no frecuentaran aquella zona de tolerancia, a pesar de que justo al frente del mentado bar y colindante con otros sitios de igual impronta, abría sus puertas un moderno y capaz mercado de abastos. De preferencia eran los caballeros quienes se acercaban al sitio por las provisiones, o lo hacían las domésticas al servicio de muchas familias de la zona de los repartos Beneficencia y La Vigía, donde igualmente se acomodaban muchas casas de decencia probada.

En el sitio, como en los otros colindantes, proliferaba una clientela diversa y variopinta, pero regularmente se componía de personas con pocos haberes, muchos de ellos simples dependientes, y algún que otro trabajador por su cuenta; otras capas sociales de más ingresos, no acudían a tales sitios, sino que se dirigían a otras casas de cita que se ubicaban en otros sitios más céntricos de la ciudad, como era el caso de Enedina, matrona muy conocida, que tenía su negocio bien servido con prostitutas más caras en la calle Pobres, o igualmente donde Paquito Prada, famoso travesti ya casi un anciano, que tenía un próspero negocio, y que según algunos asiduos parroquianos, brindaba el servicio, con mucha más circunspección.

Las prostitutas de la zona del Cheque Bar eran conocidas popularmente como de “café con leche” por lo barato de sus servicios. Normalmente sus tarifas no pasaban de unos pocos centavos, y al final del día no sumarían más que unos míseros pesos que les serían arrebatados de inmediato por sus respectivos “chulos”. Muchas de ellas se “anunciaban” al paso desde sus pequeñas covachas, alineadas frente a la línea del tren.

El Cheque Bar sobrevivió como tal hasta el año 60, cuando las nuevas medidas revolucionarias intervinieron aquellos sitios, y re-ubicaron a sus moradoras en otras labores, incluyendo la de taxistas.

El sitio se convirtió entonces en una cuartería, donde muchas de aquellas mujeres, siguieron viviendo. A algunas las conocimos en nuestra niñez, cuando ya no eran ni la sombra de lo que acaso fueron un día, habitando en una de aquellas pobrísimas casas de vecindad, y que en sus conversaciones aludía a su triste pasado.



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  1. En la misma cuadra del susodicho, en la calle Ignacio Sánchez, se ubicaban otros establecimientos de su mismo tipo entre los que destacaban los bares conocidos como El Mora y El Morita. En todos primaba el mismo estilo. Por la calle Santa Rosa se localizaba el del Chino Lasa, ubicado en la intercesión de aquella y la línea del ferrocarril.
  2. El anuncio más popular de este preparado alcohólico de factura nacional que se expendía al muy módico precio de diez centavos el trago rezaba que: “Si no es Don Diego, me niego”
  3. El texto totalmente inédito como otras muchas producciones de mi abuelo Nicolás Peón Sr., lo reproduzco aquí desde la memoria proverbial de mi inolvidable padre Nicolás Jr., depositario natural de aquellas divertidas composiciones poéticas de signo humorístico, que también ejercitó con sobrada maestría como su padre y su abuelo asturiano Don José.

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