Wednesday, October 6, 2021

San Lázaro: de Leprosorium a Hospital. La impronta inolvidable del Padre Valencia en Puerto Príncipe. (por Carlos A. Peón-Casas)



El bien conocido espacio del Hospital de San Lázaro, acción fundante del Padre Valencia en Puerto Príncipe, fue su obra caritativa más señera, impulsada por sus sueños, levantada, desde casi cero en 1819, y al que le imprimió su carácter de hombre de obras, todas de grandes alcances espirituales y humanos en aquella comarca principeña, que lo vio llegar en 1813, y jamás permitió su partida, y que lloró desconsoladamente su muerte en 1838.

Lo que le antecedió en el tiempo a aquel ya ruinoso espacio, que para 1800, unos años antes de la llegada de Valencia, parecía ya irremediablemente perdido, es la historia que hoy relatamos para el curioso lector.

Se dice en antiguos folios de la historia ya secular del Príncipe, que entre los años de 1706 y 1715, el Cabildo Capitular, teniendo en cuenta lo deplorable de la situación de los leprosos en la otrora villa, que pululaban por las calles en muy lamentable condición, decidía recogerlos y darle alojamiento en sitio provisional hasta que el necesario Leprosorium fuera construido.

El destino temporal para ellos era una antigua hacienda ubicada en la porción de Hato Viejo, en el sur de la villa, y hacinados más que alojados en un precario y antiguo barracón que sirviera a alojamiento de esclavos para pública subasta.

Dotada la villa ya para 1730 con dos hospitales, uno para enfermos hombres en San Juan de Dios, y otros para mujeres, bajo la advocación de la virgen del Carmen, ubicado en la barriada del Cristo, los lazarinos carecían del suyo propio.

Para 1731 se tiene noticias de la primera leprosería, esta vez ubicada en la conocida sabana del río Tínima, correspondiente a la conocida hacienda de Hato Arriba.

Se trataba de una mugrienta casa de madera y paja, algo bien alejado a la idea de un aséptico centro de salud. Como carecía además de Ordenanzas y Reglamentos, no pasaba de ser un simple Refugio de Leprosos. Allí fueron trasladados los enfermos de piel blanca que habitaban el primitivo ya citado de Hato Viejo. En aquel último continuaron aglomerados los que fueran negros esclavos o libres.

Por años subsistieron aquellos innobles albergues, a la espera de una idea del Cabildo para construir una ermita bajo la advocación de San Lázaro, en la propia sabana del Tínima, y que no fructificaría hasta el año de 1735.

Acometida la edificación, luego del permiso concedido por el arzobispo santiaguero Lazo de la Vega y Cansino, se veía con claridad sobre la marcha, la necesidad de mejorar las condiciones de alojamiento de los leprosos, lo que conllevó a mejorara los planos y añadir a los originales una edificación más solida e higiénica que la primitiva barraca de madera y paja.

Modificado el plan, se adicionaron dos galerías de celdas, y el lazareto y la ermita veían la luz en al año de 1737. Inicialmente su funcionamiento se gestaba con ayudas económicas privadas, pero el Cabildo dada la situación nada próspera de la región en aquel minuto, era incapaz de dotarlo con una cantidad fija que solventara sus ingentes necesidades.

Para 1746, al agudizarse aún más la situación económica del lazareto, que ya no tenía fondos suficientes para su mantenimiento, los lazarinos amenazaron a las autoridades con abandonar aquel refugio e invadir, otra vez, las calles de la villa.

El cabildo, ante tal calamidad pública resolvió:
salir en cuerpo a pedir limosnas por las calles de la población. La colecta que se obtuvo fue cuantiosa, sirviendo para aliviar y conjurar la crisis económica del lazareto y de proveerse de una pequeña reserva monetaria para su sostenimiento por varios años(1).
Treinta años después, en 1776, se le adicionaron nuevas celdas, pero para el año de 1799, ya estaban en ruinoso estado muchas de sus edificaciones.

El milagro estaba por producirse para los pobres y paupérrimos lazarinos del Príncipe. La Providencia divina ponía en Camagüey a un franciscano llamado a cambiar su suerte. No era otra que Fray José de la Cruz y Espí, mejor conocido como el Padre Valencia.

Del resto de la historia, el Camagüey la tiene muy bien aprendida. En 1819, luego de cuatro años de esfuerzos sin nombre y apelando desde el principio a la caridad cristiana: “la ayuda”, decía Valencia, “vendrá siempre de mis semejantes, pero iluminados con Dios”(2), el Hospital de San Lázaro era una realidad tangible.

Desde 1816, en plenas obras, fue nombrado capellán, responsabilidad que mantuvo hasta su muerte, cumpliendo además el sagrado deber de velar por sus asilados con vehemente entrega.

El Hospital era un verdadero oasis(3), dotado, de una huerta en la que laboraba el franciscano luego de un arduo día en busca del sustento de sus asilados. Su descripción tal y como la recuerdan sus coterráneos describe los hermosos frutales que proveían fruta para todo el año, y que incluso, en las épocas de copiosas cosechas, eran repartidas entre todas las buenas familias puertoprincipeñas que socorrían económicamente la institución. Un magnífico jardín de plantas exóticas y medicinales era igualmente la fuente para pócimas, cocimientos y ungüentos para uso de los leprosos.

A su muerte, el dos de mayo de 1838, ante la avalancha de principeños agradecidos que concurrían a darle el último adiós al querido benefactor de los más pobres, las autoridades permitieron que el público acudiese desde la villa durante toda la noche de su velatorio, suprimiendo temporalmente la prohibición que estipulaba:
que ninguna persona podría andar sola acompañada después de las once de la noche, so pena de ser multado en seis pesos y si reincidía se le condenaba a cárcel. Sólo podían andar a deshora las autoridades exclusivamente(4).

Con su deceso, el destino del Hospital se tornó muy incierto. La aparición, del “Aura Blanca”(5) asunto que va más allá del imaginario fabulado de la ciudad, es un hecho tan tangible, que no hay camagüeyano que recuerde y asuma en su carácter más providencial, acaso como el postrer socorro del buen sacerdote a sus afligidos y desamparados hijos.

Para 1860 los lazarinos eran bien pocos. Desinfectadas las celdas vacías fueron ocupadas por enfermos mentales. En 1868 se le hicieron algunas reformas bajo la dirección de Juan Miguel Xiques y González.

Para los años de la ocupación militar norteamericana, el antiguo Hospital Militar, sito en la antigua Plaza del Vapor, hoy Parque Finlay, fue convertido en Hospital Civil, y algunos de los pocos lazarinos remanentes en San Lázaro, se reacomodaron allí, y otros fueron devueltos a sus familias.

Para finales del siglo XIX, el Hospital de San Lázaro estaba extinguido, convirtiéndose entonces en el Asilo Nuestra Señora del Carmen para ancianos y ancianas. En 1902, se le otorgó el nombre del anterior Hospital de Leprosos, y se convirtió en el Asilo Padre Valencia, tal y como sigue sonando en el imaginario de mis contemporáneos, a pesar de que el actual local es ocupado por la Escuela de Arte de Nivel Medio (1986)(6) de la ciudad agramontina.


Dos siglos después de su erección por el Padre Valencia, cumplidos ya en este 2021, el Camagüey sueña con que se restaure a la Iglesia católica su primitiva propiedad, de la que solo tiene a su cargo la antigua Capilla que se acomoda en su interior. Un anhelo altamente genuino, y un sueño, que no es utopía sino un claro signo de un nuevo amanecer de esperanzas.





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  1. Historia de los Hospitales y Asilos de Puerto Príncipe o Camagüey. (Período Colonial) René Ibáñez Varona. La Habana, 1954 p.33
  2. Ibíd. p.34
  3. “El edificio tiene ochenta varas de frente y fondo con capacidad suficiente para sesenta enfermos…al Oste de la población ( a un kilometro de distancia del Tínima), cuyo frente presenta una perspectiva hermosa de galerías de arcos de mampostería y columnas de orden dórico, en cuyo centro está la puerta principal que da entrada a una galería en que se encuentran 15 celdas espaciosas y bien ventiladas por ventana de hierro; por el costado derecho tiene otras diez habitaciones en el propio orden, y por el fondo seis salones de mucha capacidad; y al costado izquierdo se halla situada la iglesia, es del mejor gusto y suntuosidad, compuesta de una sola nave. En medio de los cuatro departamentos referidos hay un dilatado patio sembrado ordenadamente de varios árboles frutales y en su centro hay una grande pila, que provee de agua a los lazarinos para sus usos, y para riego del jardín en el mismo patio en que se distraen. Comprende en su área dos caballerías de tierra. Esto ha de entenderse del terreno que se hallaba murado, pues la extensión de toda la finca, nos ha asegurado persona muy anciana, que comprendía hasta cinco caballerías”(…) En Libro NO 1 de la Junta de Patronos. Citado en Vida y Obra del Padre Valencia. Salvador Larrúa Guedes. BFA. Valencia,2004. p.152
  4. Ibíd. p.38
  5. El ave de marras, de singular y poco común blancura, aparecida un mediodía calcinante en el patio interior del Hospital, fue subastada en su minuto para allegarles fondos a los lazarinos exhaustos de necesidades ante la desaparición de su protector el Padre Valencia. Fue agraciado en la rifa el sacerdote Padre mercedario don Juan Manuel Don, quien la donó luego al propio Hospital de San Lázaro. Luego por causas nunca explicadas fue a manos del comerciante don José Gómez, quien se la vendió al naturalista don Francisco de Ximeno, que la cedió en 1884 al Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas, para uso y estudio en el Museo de Historia Natural en cuyo lugar aún se conserva convenientemente disecada. Ibíd. p.38
  6. De 1962 a 1964 fungió como Hogar de Ancianos regentado por el estado. En 1965 se instala una Escuela Primaria. En 1982 radicaba allí el Comité Militar, y luego el de las MTT. En Vida y Obra del Padre Valencia. Op cit. p.426.

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