Cementerio de Camagüey
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Queridos hermanos y hermanas:
1. Después de haber celebrado ayer la solemnidad de Todos los Santos, hoy, 2 de noviembre, nuestra mirada de oración se dirige a los que han dejado este mundo y esperan alcanzar la Ciudad celestial. Desde siempre la Iglesia ha exhortado a rezar por los difuntos. Invita a los creyentes a no ver en el misterio de la muerte la última palabra de la suerte humana, sino más bien como el paso hacia la vida eterna. «Mientras se destruye la morada de este exilio terreno –leemos en el prefacio de hoy–, se prepara una morada eterna en el Cielo».
2. Es importante y es un deber rezar por los difuntos pues, aunque hayan muerto en la gracia y en la amistad de Dios, quizá tienen necesidad todavía de una última purificación para entrar en la gloria del Cielo (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1030). El sufragio por ellos se expresa de diferentes maneras, entre las que se encuentra la visita a los cementerios. Detenerse en estos lugares sagrados constituye una ocasión propicia para reflexionar sobre el sentido de la vida terrena y para alimentar, al mismo tiempo, la esperanza en la eternidad bienaventurada del Paraíso.
Que María, Puerta del cielo, nos ayude a no olvidarnos y a nunca perder de vista la Patria celestial, meta última de nuestra peregrinación aquí en la tierra.
Juan Pablo II. Noviembre 2, 2003.
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