El mayor crimen de España es haber entenebrecido la conciencia del pueblo cubano, poblándola de espectros sangrientos y memorias de muerte. Las fechas de nuestros fastos, que más honda huella han dejado en nuestra mente, son todas luctuosas; recuerdo de escenas horribles que parecen iluminadas por el resplandor siniestro de las hogueras o de los incendios. En medio de ellas se destaca la silueta horrible del cadalso, emblema de la dominación española, a cuya sombra funesta descubrimos apiñados, en hacinamiento confuso, montones y montones de cadáveres. ¡Víctimas de un despotismo implacable, que no se ha saciado nunca de sangre cubana!
Si en medio de esa lúgubre procesión parecen resaltar más los mártires del 27 de noviembre, es porque la conciencia popular ha reconocido en el crimen sin nombre, que tronchó en flor tantas vidas inocentes, un símbolo perfecto de la ira ciega del déspota español, y de la tremenda amenaza que ha tenido siempre suspendida sobre la cabeza del cubano, temido, odiado, perseguido y aniquilado solo por ser cubano.
Enrique José Varona
New York 1897
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