Entender con la mente es fácil. Entender con el corazón, es complicado.
A la distancia de 20 siglos, comprender a Jesús diciendo: “Mi Reino no es de este mundo”, es muy sencillo: que no se trata de subyugar, de imponerse, de hacerse obedecer al precio que sea, lo entendemos; que el camino no es la voracidad, la codicia, la crueldad, la prepotencia, lo defendemos incluso.
Luego viene la vida, con su carga de ira inevitable ante el mal recibido, los logros envidiables de personas sin escrúpulos, la lentitud y la incertidumbre de nuestros propios logros cuando decidimos actuar como humanos y no como bestias, y sobre todo, la conciencia ineludible de que el camino del mal es más rápido, más fácil y más seductor.
Amar, servir, ayudar, acompañar, cuidar…, no suelen ser siempre sentimientos espontáneos. Al contrario, muchas veces solamente son posibles desde la elección que nace de la respuesta a una pregunta: ¿cómo quiero ser?
¿Cómo quiero ser?, ¿qué actitudes quiero que me definan?, ¿qué valores quiero alimentar en mi vida? El Evangelio es y será siempre una propuesta, una extensión de lo que Jesús dijo a personas concretas: “si quieres…”
Eso sí, elegir una vida según los valores del Reino no sólo abre la puerta al reinado de Cristo en este mundo, (porque Cristo actúa a través de mediaciones), sino que, en realidad, nos permite reinar con él.
¿A quienes amamos?, ¿por qué personas estamos dispuestos a darlo todo, a sacrificarnos incluso?, ¿a quienes extrañamos cuando se marchan o cuando mueren?, ¿a quienes recordamos con añoranza y nostalgia? Ciertamente no a los que han logrado mucho a través del mal, y ciertamente no a aquellos que de algún modo nos han sometido u oprimido. A esos no los amaremos nunca, porque nunca su “reinado” tocará nuestro corazón.
Por el contrario, a los que nos han hecho el bien o de los cuales hemos aprendido a hacer el bien, a esos los venerará nuestra alma por siempre.
Cristo actúa como ha actuado su Padre, el Dios Creador, el omnipotente que nos creó por amor y que se comprometió con nosotros al punto de entregarnos al Hijo y permitir que muriera en cruz.
Cristo, el Hijo de Dios, el Mesías, el Rey de reyes, acompaña, consuela, sirve, ayuda, enseña..., en definitiva, ama. Y lo hace hasta el final, hasta su trono de cruz, desde el cual perdona, consuela, se preocupa por aquellos que deja. Y su ejemplo ha inspirado a millones de hombres y mujeres a lo largo de los siglos a decirle al mal: “no a tu modo, no a tu estilo, no con tus condiciones”.
Tal vez por eso, todos los regímenes, grupos, estructuras que han logrado “reinar” a través del sometimiento de sus semejantes, todos, tarde o temprano, han caído, porque el mal elegido, tarde o temprano, se vuelve contra ti, y a la corta o a la larga, el bien siempre vence, el amor siempre triunfa.
Por eso el Evangelio de Jesucristo ha perdurado y perdurará por los siglos. A nosotros solamente nos es dado elegir la fortaleza de este mundo, que se construye a base de posesión y conquista, o la pertenencia a aquellos que, como su Maestro, han decidido que “no son de este mundo”, y asumen que la verdadera grandeza está en amar y servir.
Texto tomado del Facebook del autor
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