“El teatro esencial se asemeja a la peste, no porque sea también contagioso sino porque, como ella, es la revelación, la manifestación, la exteriorización de un fondo de crueldad latente, y por él se localizan en un individuo o en un pueblo todas las posibilidades perversas del espíritu”.
Antonin Artaud.
Con este pensamiento de dicho importante teórico y creador teatral francés, quien es considerado fundador de lo que se ha conocido como ‘teatro de la crueldad’, se dan las primeras palabras en la obra “Alguna vez en Miami”, que tuvo su estreno mundial el pasado 29 de Octubre en el escenario de Artefactus Teatro, en la barrida de Kendal de nuestra ciudad, con dramaturgia y dirección de Eddy Díaz Sousa, y que cerró la cuarta edición del Open Arts Fest Miami, evento que corre bajo su propia organización.
En esta ocasión, Sousa asume el riesgo de construir un texto partiendo de diversas historias que aparentemente no encierran relación alguna entre ellas, debido a que lo contado en cada una tiene referencias muy particulares que las distancian entre si. Dicho texto, el cual no puede ser visto como un texto común, no contendrá una acción que pueda ser vista transcurriendo a lo largo del mismo, ni el orden de las historias contadas tendrán uno especifico. A no ser en el principio y final de la obra, no se nos revelará una continuación argumental con la cual pudiéramos observar un pequeño atisbo para hacernos cerrar un ciclo, pero que sin el intelecto del espectador de por medio, este se podría diluir.
Sousa dará nombres a las escenas que serán dichos por el narrador a manera de presentación de las mismas, personaje del que más adelante hablaremos y que tendrá una imprescindible función en el desarrollo dramático del espectáculo. De esta manera nos encontraremos con títulos como “Primeros pasos”, “Alma mía”, “Relato abreviado de la mujer del policía”, Colonia de Violetas”, “Es Octubre y llueve”, “Instrucciones para matar un gato”, “Medea y Jason”, “Algo grave” y “Navidad”.
Nosotros tuvimos el privilegio de tener acceso al texto primigenio, desde donde comenzó el trabajo de montaje de la obra, así como también al escrito final resultado de un amplio y complejo proceso dramatúrgico, donde la búsqueda y la insatisfacción, dieron al traste con muchas de las cuartillas antes escritas, creando un intenso trabajo, agotador por demás, tanto para el dramaturgo-director como para los propios actores, producto del surgimiento de nuevas ideas y reclamos que permitieran llegar al resultado final deseado, uno con una cota muy alta de exigencias artísticas e intelectuales.
Armando Naranjo y Dairín Valdés
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Para enfrentar este trabajo, el director acudió a la presencia en la escena de Oneysis Valido, Armando Naranjo, José Luis Pérez, Dairín Valdés, José Miguel Quezada y Julio César Amador, quienes asumen el reto de poner piel a personajes con historias complejas desde una posición en que ninguno podía ‘representar’ sino ‘narrar’ las historias, un trabajo de real distanciamiento que los obligaba a separarse lo más posible de las tradicionales técnicas stanilaskianas, algo en extremo difícil de lograr, mucho más para actores no suficientemente entrenados en este tipo de trabajo, aunque el resultado se acercó bastante a lo deseado.
El trabajo de cada uno de los actores fue desigual, destacándose los de José Miguel Quezada y Oneysis Valido, el primero con un excelente desempeño, sobre todo en la escena “Colonia de violetas”, en el que supo asumir los conflictos, sensaciones y actitudes que su difícil personaje requería, desdoblándose en varios, de una manera totalmente narrativa, pero proyectando la fuerza interior de cada uno a través de una magnífica dicción y proyección de voz, junto a un efectivo y preciso trabajo corporal. Vale aclarar que el texto que asume este actor es uno de los más duros en cuanto a acciones y contenido tanto de palabras como de frases que suelen ser consideradas de fuerte connotaciones eróticas, algo que pudiera extrañar a los conocedores de la dramaturgia de Sousa, quien se esmera en el cuidado de sus textos, dotados de bellas imágenes y poético lenguaje, pero que en esta oportunidad, con su vulgar rudeza, ayudan a crear el raro ambiente que recorre la obra de principio a fin.
En cuanto a Oneysis Valido, una actriz que ha trabajado desde sus primeros pasos en esta ciudad en innumerables oportunidades al lado de Sousa, enfrenta sus diferentes personajes sacándoles a cada uno de ellos la esencia germinal para colocarlos en polos opuestos, donde la entrega de su cuerpo resulta en imágenes contrarias de una misma realidad. Si en una parte de su desempeño asume un rol enérgico, cargado de ansiedad ante la posible pérdida del macho copulador, en el otro se deja llevar por la placentera sensualidad de quien es arrastrada en su semi inconsciente desnudez por las olas de un mar salvador como única manera de ser libre. Aquí el personaje nos hace un guiño a la aun reciente perdida de la actriz cubana Broselianda Hernández en las playas de Miami Beach, momento que hace saltar la emociones del espectador conocedor de la tragedia.
Aunque una vez más la Valido nos regala su plástica imagen corporal para el goce de nuestros sentidos, nos vemos precisados a decir que por momentos se le presentaron problemas con la proyección y dicción de la voz, tragándose las palabras, resultando en un murmullo ahogado, algo no usual en su decir.
Dairín Valdés ofrece un personaje conflictivo, dudoso, cargado de miedos, con buena proyección escénica, pero sin explotar las pocas posibilidades de desenvolvimiento que su rol le exigía, algo que igualmente lastró el trabajo de Armando Naranjo, conocido por todos en nuestro medio como un excelente cantante lírico, devenido actor para esta ocasión, en su escena junto a dicha actriz, en la que estuvo por momentos debajo de la intensidad que su personaje requería. Considero que ambos actores no asimilaron totalmente las contradicciones existentes en las relaciones entre sus personajes, dejando su desempeño inconcluso.
José Luis Pérez es un actor con fuerte presencia sobre las tablas, la que tal vez sea también su mayor handicap, pues maneja sus personajes con una cierta rudeza física que le resta organicidad y plasticidad a sus movimientos, amen que presenta un salvable problema en donde ocasionalmente se traga los finales de palabras, lo que hace prácticamente ininteligibles algunas frases.
Por último Julio César Amador asume el importante y decisivo rol del ‘narrador’, personaje encargado de darle a la obra la unidad necesaria para no ser percibida como una suerte de cuadros sueltos e inconexos. Por medio de su narración, el público va teniendo conocimiento de que la ciudad de Miami en tiempos ya demasiados lejanos como 1899, fue azotada también por una pandemia de salud -la fiebre amarilla -que dejó en la insignificante comunidad su legado de víctimas mortales. De igual manera van transcurriendo ante los espectadores narraciones de diversos momentos en el devenir de nuestra ciudad, dejando por el camino una estela de buenos y malos sabores que forman parte de nuestra historia, tales como algún que otro intenso y raro invierno para estos predios con nevada incluida, así como que debido a los grandes cultivos de cítricos que teniamos en nuestras tierras, estos nos ofrecieron la oportunidad de tener nuestro primer tren en 1896 o como fue castigada la ciudad por el terrible huracán que tocara esta ciudad la mañana del 18 de Septiembre de 1926, donde perdieron la vida 372 personas y más de 6000 resultaron heridas, una verdadera catástrofe para la época. También mediante este locutor nos enteraremos que Miami ha sido una ciudad diversa, en donde vivió Juan Ramón Jiménez, el escritor español y donde a pesar de haber visto una ligera capa de nieves sobre nuestras vidas; “...alguna vez sobrevivimos al fuego, a la nieve, al destierro y a la lluvia...”
Con respecto al trabajo de Amador en este distanciador rol del narrador hay que decir que por momentos su dicción no fue clara, dificultándose por ejemplo, el escuchar con claridad los nombres de algunas de las escenas.
Me veo obligado aquí a hacer una pausa para hablar sobre una situación que estamos viendo muy reiteradamente sobre las tablas miamenses que es el problema de algunos actores con la proyección de la voz y la correcta dicción. El trabajo del actor descansa en un alto porcentaje en la utilización de su voz, por lo que esta es su principal atributo de trabajo, el cual debe cuidar y pulir, por lo que es absurdo que dentro de un mismo espectáculos encontremos a varios actores que presenten por momentos dificultades en este rublo. Hago un llamado de alerta para que cada actor tome conciencia sobre dicho aspecto y no tenga miedo en reconocer sus problemas para tratar de superarlos. Ese, es no deber, sino obligación de quien decide subirse a un escenario.
Retomando el tema del narrador en esta obra, la inclusión de este personaje en un texto que pudiera sentirse caótico, no hace más que ayudar a crear un hilo conductor entre las distintas acciones que van transcurriendo a través del discurso dramático que encierra una ciudad como la nuestra, sacudida por acontecimientos, tragedias personales y pandemias tanto en el ayer como en nuestra actualidad inmediata.
Si bien en el principio de la obra los personajes no son más que actores reunidos en un escenario al que han accedido en busca de protección frente a una situación extrema desconocida, hacia el final, estos, despojados de los personajes en que se vieron envueltos, regresan al mismo espacio, todos con ligeros síntomas de mala salud demostrando lo inútil de tratar de huir de lo inevitable. Aqui el rejuego con la situación pandémica pasada y presente se hace presente, pero no quedando totalmente clara.
Mediante este provocador texto, el autor nos convida a evocar el “Decamerón”, obra producto de la reunión de diez jóvenes en la región italiana de Florencia que huyen de la peste bubónica conocida también como peste negra, que golpeara a dicha zona en 1348, haciendo que se cree de manera magistral y siniestra, un trágico nexo entre dicha realidad y la actual, lo que sin duda es un gesto maestro por parte de Sousa.
La realización de “Alguna vez en Miami” no pudo ser posible sin la eficaz producción de Carlos Arteaga, el diseño y realización escenográfica de Carlos Artime y el auspicio de Windhover Foundation, Miami-Dade Cultural Affairs, Histepa y el Archivo Digital de Teatro Cubano.
Para finalizar, lo hago con una frase extraída de un cuento de Gabriel García Márquez que muy bien se aviene con el mensaje provocador de esta obra: “... andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado”.
Wilfredo A. Ramos
Noviembre 12, 2021
Fotos de Alfredo Armas y Wilfredo A. Ramos
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