Me he levantado filosófico.
He buscado en el diccionario de la Real Academia Española la palabra “dictadura”, que viene definida como “la forma de gobierno que se concentra en las manos de una sola persona (denominada dictador), o de un grupo de personas afines a una ideología o movimiento, los cuales poseen el poder absoluto, controlando éste los tres poderes del estado: el legislativo, el ejecutivo y el judicial.
Y ya puesto a usar el diccionario, he buscado también la palabra “libertad”, que es explicada como el “estado en el cual fuerzas ajenas no imponen su criterio, física o moralmente, sobre la propia decisión del sujeto”.
Como estoy en fase filosófica, me he preguntado cómo es posible que los pueblos que padecen dictaduras sigan sometidos, incapaces de hacer valer sus derechos y de cambiar el rumbo hacia la libertad.
Otros que han entrado en modo filosófico antes que yo, han hablado de la “dependencia del camino”. Según este criterio, las decisiones que tenemos que tomar están condicionadas por las decisiones que hemos tomado en el pasado, o por los eventos que hemos vivido, incluso cuando las circunstancias del pasado hayan cambiado y no sean ya, de hecho, relevantes. En otras palabras, que la historia que hemos vivido, importa.
Pensemos en un escenario imaginario, ficticio, de un pueblo que, desde que fue sometido por un grupo dictatorial, nunca ha sido convocado a una manifestación para reclamar sus derechos. ¿Es normal que ese pueblo sienta miedo a hacer algo que nunca ha hecho? Yo no diría que es normal sino que es LO normal, lo esperable, lo lógico.
Es más, imaginemos que ese pueblo ya había empezado a manifestarse aquí o allá y había sido atacado, reprimido, y sistemáticamente castigado. ¿Qué va a tener en la mente ese pueblo cuando lo convoquen a salir a las calles? Pues las imágenes de lo que ya pasó. Por eso el nombre de un huracán que ha sido devastador ya no vuelve a ser puesto nunca más a otro huracán. La mente no puede renunciar a ese vicio que tiene de imaginarse siempre el peor escenario.
Pero la historia no es destino, dicen también los filósofos anteriores a mí. La historia es el resultado de nuestras acciones, y la “dependencia del camino” no impide que las sociedades cambien su actitud y hagan una transición de un camino a otro. Eso sí, si una sociedad quiere hacer un cambio, tiene que movilizarse. Nadie se ha emborrachado nunca leyendo sobre el vino, y una sociedad no cambia por mucho que hablemos del tema en las sobremesas.
Las dictaduras saben que una sociedad que se plantea un cambio es peligrosa, por eso hacen todo lo posible para mantener a la población fragmentada, enfrentada entre sí y enfocada en asuntos triviales, además de hacerle más difícil la supervivencia, que eso siempre ayuda a que la gente se distraiga.
La buena noticia es que sí es posible que las sociedades se organicen, y logren pasar de la dictadura a la libertad, lo cual no garantiza que luego se tomen las mejores decisiones o que no haya equivocaciones o errores, pero sí nos asegura que nadie decidirá por nosotros, y que las personas aprenderán poco a poco a hacer un camino juntos en la dirección que han decidido como pueblo.
Y en ese camino diferente, siempre será más fácil enseñar a las nuevas generaciones lo que para otros fue un lento descubrimientos: que la libertad emana de nosotros.
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Texto tomado del Facebook del autor.
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