Monday, December 6, 2021

En el primer aniversario de la muerte de Antonio Maceo (por Enrique José Varona)

Grabado del año 1897
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Va transcurrido un año desde el tremendo día en que cayó para siempre, atravesado por una bala fatídica, el egregio caudillo de cien jornadas gloriosas, el bravo entre los bravos, José Antonio Maceo. Va transcurrido un año, y parece que fué ayer. Todavía suspende nuestro ánimo la misma estupefacción; porque, a nuestros ojos, el resplandor de sus estupendas hazañas parecía cubrirlo con escudo invulnerable, y no podiamos concebir que lo sorprendiese la muerte artera, antes de recoger el lauro de la victoria definitiva. Todavía nos parece escuchar los alaridos de salvaje triunfo, con que España celebró la obra del acaso, que la libertaba de un enemigo heroico, y privaba a Cuba de uno de los brazos más robustos entre los que están labrando el edificio de su libertad. Y aun tenemos vivos en la mente la tristeza del mundo, conmovido por el aciago inmerecido fin del adalid de nuestra independencia, y el luto de Cuba inconsolable.

Pero es fuerza rendirnos a la dura realidad. Cayó Maceo en mitad de la grandiosa jornada; faltó ese faro en medio de la noche tempestuosa de la revolución. Nuestro dolor, el dolor de los cubanos, era tan legítimo, como será duradero. Sólo que no basta lamentar la pérdida de los grandes ciudadanos; y cuando llegan estos días de especial remembranza es parte de nuestro deber considerar si hemos sabido recoger el fruto de esas vidas, que se han sacrificado por el bien de todos.

Maceo no fué sólo un soldado de asombroso empuje, ni un caudillo de inmenso prestigio; fué, como Céspedes, como Agramonte, como Marti, el hombre de una noble idea, el adalid de una gran causa. Por ella trabajó enérgicamente toda su vida, por ella fortaleció y modeló su carácter, por ella se engrandeció, por ella realizó los hechos pasmosos que lo han convertido en asombro de su generación, y por ella se precipitó a la muerte. Ni esa idea, ni esa causa eran personales. Era la idea de la libertad de Cuba, la causa de la independencia de nuestra patria.

Para que esas existencias preciosas hayan sido verdaderamente fecundas no basta que se hayan elevado a las cumbres de la celebridad y la gloria, es necesario que hayan dejado huella tan honda en la conciencia de su pueblo, que éste considere su más noble e imperioso deber la continuación y remate de la obra, que esos gloriosos precursores emprendieron.

Por suerte, no podemos negar que este es el caso de Cuba. Uno a uno ha visto caer a sus hijos predilectos, a esos iluminados que le iban marcando el rumbo. Pero no se ha detenido en la tremenda marcha; ni ha cejado ante ningún obstáculo; y hoy, al cerrarse el ciclo del año luctuoso, la encontramos empeñada en la misma ardua empresa a que la condujo el héroe desaparecido en el campo siniestro de Punta Brava. Sobre el cadáver ensangrentado del guerrero estupendo derramó Cuba sus lágrimas más amargas; pero cobró aliento en su dolor, y siguió adelante combatiendo con el mismo ardor no abatido por la misma causa sagrada.

Esa era la herencia que le legaba Maceo. Podemos por eso, aunque con el alma enlutada, saludar la aurora de este día funesto, sin ningún sentimiento de humillación y flaqueza. Los que quedaron en pie han seguido las huellas luminosas del caudillo insigne; y las siguen y las seguirán, para honrar su memoria y demostrar que aprendieron con él a amar y servir a Cuba.


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Revista de Cayo Hueso. Diciembre 1897

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