Monday, December 6, 2021

La disciplina de Antonio Maceo (Discurso de Tomás Estrada Palma, en el primer aniversario de la muerte del Titán de Bronce)

Grabado, año 1897
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Compatriotas:

El mandato de un deber sagrado nos congrega aqui esta noche; no es fiesta de placer a la que acudimos, es la magestuosa consagración de un nombre, que es la encarnación viva de un hombre extraordinario y también de una epopeya tan grandiosa, como real y verdadera. Este recinto es un templo, y si no estamos de rodillas, cada cual experimenta la emoción y el fervor religioso que se sienten en presencia de lo sobrenatural y lo sublime. El acto que realizamos, aunque parece ser la conmemoración de una fecha luctuosa, no tiene nada de lúgubre, es un acto solemne, que pudieramos llamar una ceremonia augusta. Nos hemos dado cita y hemos venido en masa para tributar el culto de nuestro amor ardiente a la memoria venerada del heroe legendario, cuya frente ciñen los laureles de cien victorias y la eterna diadema de la inmortalidad.

Yo le conoci desde los primeros días de su gloria; ya lo envolvía el esplendor de sus hechos de armas, que muy temprano le dieron renombre merecido y alto rango en el Ejército. Habia hecho una brillante carrera, de soldado raso a coronel, pero también eran ya más las cicatrices de sus heridas que los grados recorridos en rapida sucesión. Asciende luego a brigadier y, a pesar de ser por entonces bastante difícil alcanzar el ascenso inmediato, la Cámara de Representantes, por unanimidad, mejor dicho por aclamación, lo hace enseguida Mayor General, llegando así al grado supremo en la escala del Ejército Libertador en la guerra de los diez años. Se le nombra Jefe del Departamento de Oriente, y fué durante ese período de su vida militar, que tuvo ocasión de poner en evidencia dos grandes virtudes, de que vino siempre dando hermoso ejemplo; virtudes que forman el mejor timbre de que debe envanecerse el patriota y el soldado. Mostró la primera con motivo de lo que en la historia de la guerra anterior se conoce con el nombre de ‘‘Las Lagunas de Varona.” El caudillo de las fuerzas rebeldes contra el gobierno de la República empleó diferentes medios para atraer a sus planes subversivos al digno Jefe del Departamento Oriental; pero éste, de una vez por todas, contestó con la altivez del guerrero y la energía del ciudadano, diciendo: “Si la desmoralización producida por el movimiento criminal fuese tan grande, que yo quedase solo, continuaría manteniendo a toda costa y a todo riesgo la lealtad que debo a la autoridad legítima que he jurado obedecer y respetar.” Después de este ejemplo viril de fidelidad a los Poderes legalmente constituidos, no tardó mucho en ponerse a prueba su virtud de militar subordinado y obediente. El gobierno, de que a la sazón formaba parte el que habla, habia contraído con el general Gómez, entonces en Las Villas, el compromiso de auxiliarlo con un contingente de 300 hombres bien armados y equipados, escogidos en las fuerzas de Oriente. Estas, durante la revolución pasada no contaban por millares sus soldados como los cuentan hoy, sino escasamente por centenas. El gobierno, sin embargo, había empeñado su palabra y debía cumplirla. Comprendiendo las dificultades de diverso género con que tendría que luchar, creyó juicioso trasladarse a Oriente, y así lo hizo. Comunicó al Jefe del Departamento la misión que allí le conducía y le expresó la confianza que le inspiraban su recto patriotismo y sus nobles cualidades, nunca desmentidas de subordinado militar. Al referirme a esos momentos críiticos para magistrados del orden civil en período revolucionario, sin más fuerza que la autoridad de la Ley, y frente a frente de un Mayor General de gran prestigio, en medio de sus tropas que se intentaba cercenar; al recordarlo en este instante, no puedo menos de sentir una emoción profunda de eterna gratitud. Las órdenes del gobierno se acataron sin observación alguna y se ejecutaron sinceramnente; fué necesario fusilar un desertor y se fusiló, y los 300 hombres armados y municionados, con escogida oficialidad, se pusieron pronto en marcha y fueron a reforzar el Ejército de Las Villas.

¿Tendré necesidad de pronunciar el nombre del gran cubano cuyas virtudes prominentes describo en rasgos característicos? ¿No sabeis todos que se trata del noble, del augusto José Antonio Maceo? ¿O será necesario que  me extienda en detalles de sus proezas sin cuento y de ese período de más de 25 años de su vida, dedicados casi exclusivamente a la independencia patria? Tarea es esta que demanda las aptitudes y la elocuencia de los distinguidos oradores que esta noche harán oir sucesivamente su autorizada voz. Básteme afirmar, que no registra la historia del siglo XIX guerrero más intrépido, más habil Capitán, patriota mas devoto, ni ciudadano más sumiso a la autoridad y a la Ley. El fué gigante en las montañas, titán en las llanuras, genio en todas partes. Por eso su caída extremeció la tierra, comunicándose el sacudimiento hasta las apartadas regiones. Propios y extraños conocieron que algo extraordinario había ocurrido. En presencia de la catástrofe los animos se excitan, el sentimiento se exalta, un grito de venganza repercute en ecos repetidos y se transforma en muchas veintenas de millares de pesos para armas y municiones, como el mas digno tributo al espíritu indomable de aquel hombre superior que, de un salto, había escalado las alturas de la gloria.

Por eso también, al conmemorar el primer aniversario de su muerte, consagramos su memoria en el magestuoso templo de la inmortalidad, y de pie, con el fervor de los creyentes y el ejemplo de su fé, juramos en presencia de su imagen venerada, por nuestro honor, por el honor de nuestros hijos y la honra de Cuba, sacrificar hacienda y vida, y luchar sin ni descanso hasta coronar nuestra obra de redención con la independencia absoluta.

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Revista de Cayo Hueso. Diciembre 1897



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