Durante aproximadamente doscientos años reinó casi absolutamente la oralidad en Santiago de Cuba, los mensajes de interés para el vecindario se trasmitían a viva voz por los sacerdotes en las homilías durante la misa de la Catedral o por medio de un pregonero en la Plaza de Armas.
Probablemente el pregón más famoso de aquella época, tuvo lugar en mayo de 1523: llegaron en un barco de España dos funcionarios para informar a todos los habitantes de la villa que el Rey Carlos V había dado por terminado el largo pleito entre Velásquez y Cortés a propósito de la conquista de México y que este último había sido nombrado Gobernador y Capitán General de la Nueva España.
El pregón se hizo en la Plaza de Armas, con todos los vecinos presentes y de forma aparatosa, incluidas trompetas; algunos suponen que Velásquez al escuchar aquello se desmayo… Lo cierto es que el Cronista de Indias Gonzalo Fernández de Oviedo escribió sobre dicho pregón: “Aqueste pregón fue un notorio principio, y aun final conclusión de la perdición total de Diego Velásquez.”
A fines del siglo XVIII tuvo lugar en la ciudad de Santiago de Cuba uno de los acontecimientos más trascendentales en la historia de la cultura santiaguera, el fin del monopolio de la oralidad, como resultado de la llegada de la palabra escrita.
Se supone que en el año de 1792 Matías Alqueza instaló una pequeña imprenta en un local del Colegio Seminario San Basilio Magno y allí publicó novenas y sermones, obviamente para el consumo de la iglesia.
En aquella época la iglesia católica ejercía un control férreo de algunos libros que arribaban en los barcos por el puerto. La Aduana retenía los libros sospechosos por sus títulos o ilustraciones de ser ofensivos para la moral o la religión, y luego los entregaba al alguacil mayor del Santo Oficio que debía revisarlos cuidadosamente y decidir sí se quemaban.
En la tarde del 15 de febrero de 1808 ante sacerdotes y vecinos fueron quemados en la Plaza de Armas una serie de libros y estampas a fuego vivo de “una candela de leña de cuaba”, por orden del Tribunal de la Inquisición de Cartagena de Indias.
En realidad muy pocos leían en aquella época en Santiago, la mayoría porque no sabían leer y algunos porque eran incultos y no les interesaba hacerlo, como era el caso de hacendados y comerciantes; prácticamente nadie invertía su dinero en comprar libros o revistas que podían entrar discretamente, los que además en la mayoría de los casos estaban en francés o ingles.
A pesar de este sombrío panorama para la lectura, Matías Alqueza se lanzó a la aventura de publicar en mayo de 1811 el primer periódico de Santiago de Cuba, El Eco Cubense y como parece que no le fue del todo mal, al año siguiente publicó El Ramillete de Cuba.
En el año de 1814 el periodista Manuel Maria Pérez, según la historiadora Olga Portuondo estudiosa de la figura de Pérez, probablemente compró la imprenta a Alqueza y publicó La Miscelánea de Cuba y El Canastillo, de relativamente amplia circulación en un vecindario ya más entrenado en la lectura. A lo largo de este siglo se publicaron numerosos periódicos, entre otros, La Bandera Española y El Redactor.
La palabra escrita en Santiago de Cuba tuvo un desarrollo espectacular en la primera mitad del siglo XX, cuando surgieron en la ciudad como hongos pequeñas imprentas, periódicos y revistas.
En los albores del siglo, el director bibliotecario José Bofill publicó en la revista Municipal que en diciembre de 1901 se habían reportado 2 365 lectores, en las cinco bibliotecas de la ciudad, de los cuales 1226 correspondían al Museo Municipal. Asombrosamente existía en Santiago de Cuba un incipiente público de lectores.
Algunas de las principales revistas santiagueras publicadas en la primera mitad de siglo fueron: revista Municipal (1902), La Ilustración Cubana (1904), Cuba Literaria (1904), Revista de Santiago (1907), Oriente Literario (1910), El Agricultor Práctico (1910), Arte y Bohemia (1911), Oriente y Bohemia (1912), Aguilera (1921), Boletín de Acción Ciudadana (1940), Azul (1944).
En 1947 circulaban en la ciudad tres periódicos de mucha popularidad: Libertad, Oriente y Diario de Cuba. Refiriéndose a la influencia del director de este último, Eduardo Abril Amores, afirma el poeta Regino Pedroso:
…su voz es la que alcanza más amplio radio, y la que logra más profunda penetración en las diversas capas. “¿Que dice el Diario? ¿Qué dice Abril?- es la pregunta que se hace el santiaguero cada mañana ante la aparición de su vibrante “Minuto”
En 1922 se fundó la Editorial Oriente y un lustro después la biblioteca Municipal Elvira Cape, los lectores sin dudas aumentaban en la ciudad, al punto de que en 1943 se desarrolló la primera Feria del Libro con la presencia de editoriales locales y de la Habana, experiencia exitosa que se repitió algunos años más tarde.
A partir de los años treinta la llegada de la radio dio un nuevo impulso a la oralidad y en los años cincuenta la televisión amplificó la palabra e incorporó la imagen.
Entre aquel pregón en la Plaza de Armas en mayo de 1523 que defenestró a Diego Velásquez y el programa radial y la revista Acción Ciudadana que en los años cuarenta del siglo pasado, contribuían sistemáticamente a formar ciudadanos en Santiago de Cuba, había transcurrido un largo trecho en el camino de la civilización.
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Rafael Duharte Jiménez (Santiago de Cuba, 1947). Profesor, Historiador Ensayista y Guionista de radio y televisión. Ha publicado 12 libros, numerosos artículos y ensayos en revistas en Cuba y el extranjero y una Historia Audiovisual de Santiago de Cuba que consta de 355 audiovisuales de 12 minutos cada uno; conferencista en 28 universidades y centros de investigación en El Caribe, América Latina, Europa y Los Estados Unidos. Es miembro de la UNIHC y la UNEAC. Actualmente labora como especialista de la Oficina de la Historiadora de la Ciudad de Santiago de Cuba.
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