¡Su nombre es musical! Se llama Helena.
Al escucharlo, el corazón palpita,
pues por dulce y melódico, resuena
igual que un beso en la primera cita.
Cuanto toca su mano, al fin florece,
y su voz al espiritu emociona
de manera tan triste, que parece
el eco fiel de una canción bretona.
El aire con su aliento aromatiza,
y, del cariño al persistente halago,
gallarda por el mundo se desliza
cual blanco cisne por el terso lago.
Con solo abrir los ojos, ilumina
el corazón de los que van con ella:
es por lo inmaterial casi divina,
y más que una mujer es una estrella.
Las perlas que con púdico desvio
guarda en su boca breve y sonrosada,
hacen pensar en gotas de rocío
apagando la sed de una granada.
En su cutis de rosa y de camelia
ha dejado sus ósculos la aurora:
ella tiene el espíritu de Ofelia
y su misma mirada soñadora!
Cuando de su figura delicada
se hayan desvanecido los destellos,
siempre habrá quien recuerde su mirada
y el perfume sutil de sus cabellos...
Desterrada de términos lejanos,
viviendo entre nostálgicos delirios,
sobre su seno al colocar las manos
en él parece que deshoja lirios.
Después de haber estado en su presencia,
oyendo sus palabras que redimen
concíbese el amor y la demencia,
la esclavitud, la adoración y el crimen!
Nunca el amor le negará su auxilio,
porque, sobre las ansias terrenales,
ella mantiene el culto del idilio
como el fuego sagrado las vestales!
Bonifacio Byrne.
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