¿Quién no la conoce en el Cayo querido? ¿Quién. no recuerda en la emigración sus inapreciables servicios, allá donde es más difícil la propaganda, donde es más peligrosa la acción revolucionaria, porque el tirano tiene ojos de Argos; allá en la patria ensangrentada, y más que en ningún otro lugar, en la provincia de la Habana?
¡Ah! nuestras mujeres! ¡Nuestras vehementes apasionadas por el amor y por la gloria! ¡Cuánto habéis hecho por la redención de Cuba, y cuánto tenéis que hacer aun para confortar el espiritu de los reconstructores, para limar asperezas, para hacernos mirar por encima de nuestros apasionamientos o prejuicios, el ideal de la patria grandecon todos y para todos!
Realmente nuestra revolución por la independencia no hubiera sido tan heróica, si al lado del carácter resuelto y varonil, no hubiese surgido la madre, hija, hermana ó novia admirable, que, comprimiendo los latidos de su corazón, no le hubiese dicho a aquél: “Vé donde el deber te llama, y vuelve digno de ti; que yo haré por mi parte lo que pueda para que triunfes en tu grande empresa."
De estas mujeres admirables—que ya lIegará la hora de presentarlas en toda su radiosa esplendidez—se destaca Rosario Sigarroa. Profesora excepcional, puso el destello de redención en todas sus educandas. Propagandista inteligente en la prensa, tendió a robustecer el ideal de independencia. Agente revolucionario cuando la presente decisiva guerra empieza, prestó valiosos servicios a nuestros hermanos batalladores. Weyler, el carnicero, no logró intimidarla, ni sorprenderla infraganti en sus comunicaciones con el campo insurrecto, y, contrariado, tuvo que expulsarla de Cuba, sin que sus brutales é irrespetuosos sicarios, en un registro innoble, pudieran encontrar las comunicaciones importantes que traía para el Delegado de la República de Cuba en el exterior.
Hoy, en nuestro Cayo querido, vive, no cruzada de brazos, sino laborando por la independencia, y anhelando el día de volver a la patria libre, no para descansar sobre sus laureles, sino para moverse activa en las nobles luchas de la inteligencia, pués —como el héroe de Cervantes— su descanso es pelear por los grandes ideales de la vida.
Vaya nuestro aplauso entusiasta a tan noble cubana.
S. F.
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