Para comenzar esta reseña, quiero puntualizar un concepto que –quizás muy personal– es mi crítica fundamental a esta para mí mal llamada “ópera”: la base de una verdadera ópera es su música, su cimiento, sobre el cual debe partir todo lo demás, y en este caso ello falló por completo, pues no hay una sola melodía que pueda ser recordada, tarareada o silbada, por lo que la califico de “ruido ambiental” en vez de música ambiental o incidental.
Yo la verdad que no me explico cómo los excelentes cantantes que se encargaron de interpretar sus partes correspondientes pudieron encontrar una guía melódica para hacerlo, porque realmente no la hubo para ninguno de ellos.
Y bien, puntualizado ya mi rechazo a la partitura de André Previn para el libreto de Phillip Little sobre el argumento original de Tennessee Williams –me imagino que debió haber visto los dos filmes antológicos de referencia para prepararlo–, quiero referirme ahora precisamente a dicho libreto, pues parece haber calcado los textos y las escenas de las versiones cinematográficas sin mostrar ningún poder de síntesis (¡tres actos, madre mía!), por lo que cometió el peor pecado de una obra teatral: que el espectador deseara que se terminara.
Y digo “de una obra teatral”, porque eso fue lo que yo vi el sábado 5 de febrero de 2022 en el Broward Center Performing Arts de Fort Lauderdale, Broward, nunca una ópera con melodías para recordar.
Eso sí, las actuaciones de todos los cantantes fueron tan convincentes, tan orgánicas, que yo le quitara esos ruidos de fondo de Previn y la presentara como obra de teatro –con la música incidental de la película en la que Stanley fue el inolvidable Marlon Brando–, pero con el libreto “editado”, menos extenso.
La sobresaliente soprano Elizabeth Caballero logró convertirse, sin lugar a dudas, en Blanche Dubois; una verdadera hazaña, si tenemos en cuenta que tuvo que gritar sus “atonales” parlamentos sin perder su concentración actoral. Su “Blanche” tuvo tanta verdad, tanta credibilidad, que desterró los inevitables fantasmas de las Blanches cinematográficas precedentes, pues no extrañé ni a Vivien Leigh ni a Jessica Lange, y eso ya es mucho decir.
Un tranvía llamado deseo, del año 1951,
protagonizada por Marlon Brando y Vivien Leigh.
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Un aparte para ella: Elizabeth, mi querida y admirada soprano y amiga, ya no se usan las coronas de laurel, pero yo pongo en tu cabeza una simbólica, esmaltada en oro y nácar, como la que le dieron a la Avellaneda en el Liceo de Matanzas en 1861.
Si bien Hadleigh Adams no borró a Marlon, su desempeño fue de igual modo brillante, sin altibajos, con una coherencia admirable, y lo mismo aplica para la Stella de Rebecca Krynski Cox, el Harold Mitchell de Nicholas Huff –a quien acabo de ver brillar como Nemorino en El elíxir de amor de la Miami Lyric Opera–; y los demás personajes secundarios.
Elizabeth Caballero como Blanche DuBois,
Rebecca Krynski Cox como Stella,
y Hadleigh Adams como Stanley Kowalski.
Foto: Daniel Azoulay (cortesía del autor)
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Antes de concluir, elogio el diseño de la escenografía de Steven C. Kemp; el adecuado vestuario de Howard Tsvi Kaplan y las luces de Don Darnutzer, pero compadezco a la orquesta de la Florida Grand Opera, por haber tenido que hacer esos ruidos ambientales sin melodía alguna, y a su director Gregory Buchalter, pero, ¡trabajo es trabajo!
Sé que mi crítica ha sido muy dura con el compositor, pero está bueno ya de estos experimentos, que lejos de atraer gente joven y nuevos espectadores, lo que hacen es ahuyentarlos.
Miami, 10 de marzo de 2022
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