Desandamos hoy sobre el tan mentado y socorrido pasaje de la incursión pirática en Puerto Príncipe con las huestes de Henry Morgan por el desembarcadero de Santa María en el sur vertientino.
Pero más que entrar en los detalles ya contados con harta saciedad por Skemeling y otros enterados autores; lo hacemos con todo gusto, desde el elocuente relato, que ya tuvo un anticipo en el título, de nuestra Flora Basulto de Montoya en su libro Tierra Prócer.
Y lo hacemos en la coordenada que tal suceso tuvo en aquel lejano villorio principeño de tierra adentro en 1668, en plena Semana Mayor.
Nos dice la señalada historiadora local que Morgan:
Escogió para sus depredaciones, la señaladísima fecha de la Semana Santa, porque tenía noticias de que en tal festividad religiosa relucían en las iglesias el oro y la platería que en otras ocasiones permanecía celosamente guardada(1).
Y en verdad el villorrio era ya para entonces un sitio próspero y a no dudarlo las riquezas nativas expresadas en carne y frutos del país, eran ciertamente apetecibles por aquellos corsarios y piratas, quienes, igualmente, trasegaban en las costas, y hacían oportunas transacciones, con los productores locales, casi siempre, marcadas por el signo del contrabando.
De tal suerte, aquel jueves santo al amanecer, y ante un preventivo aviso, los principeños supieron de la próxima llegada a la villa de aquella horda pirática dispuesta todo.
Así sigue el relato de Basulto Montoya:
Mientras las mujeres se metían devotamente en las iglesias a rezar, en el día de Jueves Santo, los hombres en briosos corceles salieron al encuentro de los desalmados(2).
Para entonces la villa principeña tenía sólo tres lugares de culto, acaso precarios templos, aún los predecesores de los actuales que datan del siglo XVIII, y eran a saber: la Parroquial Mayor, con su ubicación entonces en la Plaza de Armas de entonces, coincidente más o menso con la de Maceo actual; y los entonces espacios conventuales de los franciscanos y los mercedarios.
Y aunque las fuerzas principeñas lucieron el denuedo de defensores aguerridos, enfrentando al enemigo en las inmediaciones de la villa en la entonces conocida sabana del Padre Porro, los piratas como una muralla “bien armada y peor intencionada”(3) les infligieron colosal descalabro sumando un centenar de muertos, la casi totalidad de los que salieron a enfrentarlos.
Así sigue el relato de nuestra historiadora local:
Morgan saqueó y se apoderó, a mano armada, de todo lo que representaba valor. Lo mismo se llevó dinero en efectivo que barras de oro y plata y hasta las doce campanas de hierro para fundirlas o venderlas, así como los cañones… cargó con las joyas de las damas y santos, las custodias de oro y también con las galletas y bizcochos se fabricaban en gran escala, los tabacos torcidos y en hoja; los quesos, la harina, el maís y el algodón en rama y hasta las vestiduras sacerdotales. Entre tanto mantenía a los habitantes encerrados en las tres iglesias mayores, donde murieron de sed, hambre y asfixia, por falta de aire puro… Pero no fue solo eso sino las humillaciones que tuvieron que pasar los principeños… convertirse a su vez en esclavos, matando y salando para los piratas gran cantidad de ganado porcino y más de 500 reses vacunas llevando además a pie, grandes piaras de cerdos hasta el embarcadero, a donde hubo de conducir, en gran convoy, frutos, alimentos, colgadiuras, joyas y muebles y las doce pesadas campanas fundidas con el cobre de las minas de Bayatabo. Mientras tanto la villa era pasto de las llamas(4)
Otros detalles muy elocuentes de aquel minuto trágico para la villa los encontramos en otra interesante publicación Cultura y costumbres en Puerto Príncipe. Siglos XVI-XVII de la también historiadora local Amparo Fernández y Galera. Nos dice la bien conocedora investigadora del tema eclesial en nuestra ciudad que las pérdidas de aquel siniestro para aquella fueron catastróficas:
Del Convento de Santa Ana de la Orden Minorista de San Francisco de Asís: pérdida de su edificación por el fuego en el barrio de Santa Ana, daño a sepulturas, altares y ornamentos sagrados, muebles vestuarios y objetos personales de los frailes, así como del mobiliario doméstico. Su documentación oficial de fundación, de padres provinciales, autos de visitas, nombramientos y expedientes religiosos (…) entre las bajas el coadjutor de la Parroquial Mayor Pbro. Francisco de Sotolongo. En este ataque no se perdió el Libro Antiguo de bautismos y Entierros. Se separa esta parte y se habilita un libro nuevo de bautismo, la parte de las defunciones continuó los asientos entre 1668 y 1679 (…) El cura párroco de la iglesia Parroquial Mayor era el Pbro. Lope Recio de Zayas Bazán, a quien se debe el asiento de su puño y letra, deja constancia histórica de la hora en que estuvo Morgan, 9 de la mañana de del 29 de marzo, día de Jueves Santo (…) La Parroquial Mayor no sufrió daños de consideración en la edificación, pero hubo que habilitarla al culto por la profanación que había recibido. A los pocos días del abandono de la villa se celebró el primer matrimonio en la Parroquial, (3 de Abril de 1668)(5)
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- Tierra Prócer. Flora Basulto de Montoya. Compañía Editora El Camagüeyano, Camagüey, 1955. p.88
- Ibíd
- Ibíd
- Ibíd. p.89
- Cultura y costumbres en Puerto Príncipe. Siglos XVI-XVII. Amparo Fernández Galera. Acana, Camagüey, 2005. p.78
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