Aunque la noche del 29 de enero de 2022 no me permitieron entrar al Fillmore Jackie Gleason Theater –por no tener mi tarjeta de vacunación conmigo ni una prueba negativa del COVI-19 de tres días antes como máximo–, mi compromiso con Eriberto Jiménez y su Ballet Clásico Cubano de Miami es tal, que le pedí el video y el programa de la función, así como las fotos, para escribir esta ineludible reseña.
La función comenzó con el pas de deux (adagio) del segundo acto de El lago de los cisnes, con música de Piotr I. Chaikovski y coreografía de Marius Petipa, interpretado por Arianne Lafita y Vittorio Galloro, quienes revivieron el primer encuentro entre Sigfrido y Odette, la princesa convertida en cisne por el maléfico brujo Von Rothbart.
Arianne Lafita y Vittorio Galloro en el adagio
del segundo acto de El lago de los cisnes.
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Odette ha recuperado la forma humana por un breve tiempo, y Arienne lo tuvo muy presente, pues no abusó del port de brass como tan comúnmente sucede en este adagio, sino que solo algunos leves aleteos reminiscentes suyos recordaron su hechizada condición; partneada muy elegantemente por Vittorio, con todo el estilo, el lirismo y el cuidado que este adagio demanda, saludos en personaje al final incluidos.
A continuación, Astrid Arvelo, Mayrel Martínez, Natalie Álvarez y Ihosvany Rodríguez fueron los encargados de revivir Las sílfides, con música de Frederick Chopin y coreografía de Mijaíl Fokín, que fue el primer ballet sin trama, creado por este como una ensoñación romántica, en la que varias sílfides bailan con el Poeta en un bosque, solamente iluminados por el claro de luna.
Astrid Arvelo, Ihosvany Rodríguez,
Mayrel Martínez y Natalie Álvarez (al frente)
en Las sílfides.
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Tanto en las composiciones de grupo como en los dúos y sus respectivas variaciones, los cuatro mostraron un exquisito dominio del estilo y un trabajo muy bien coordinado, en el que las tres silfides hicieron gala de sus respectivos arsenales técnicos.
Natalie Álvarez sobresalió en la Mazurca, con sus hermosos y cuidados balances –nunca fuera de música, a pesar de ser grabada–, y sus aéreos grand jettés a 180 grados, mientras que Mayrel tampoco escatimó sus preciosos arabesques penché y sus gráciles desplazamientos en punta, Astrid Arvelo, a su vez, también ostentó sus grand jettés a 180 grados y su gran musicalidad, un rasgo distintivo de todas.
Mayrel Martínez y Ihosvany Rodríguez
en Las sílfides.
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Ihosvany Rodríguez, como el Poeta, las acompañó a las tres de forma elegante y dedicada, sobresaliente en especial en las cargadas a Mayrel, y sus variaciones fueron sobrias y muy musicales, con entrechats incluidos y elevaciones discretas pero certeras, con caídas muy precisas.
Les siguieron los dúctiles Arianne Lafita y Vittorio Galloro, que regresaron a escena convertidos ahora en Giselle y Albretch, para bailar el grand pas de deux del segundo acto del ballet. romántico por excelencia, con música de Adolph Adam y coreografía de Jean Corelli y Jules Perrot.
Arianne sorteó sin problema alguno el inicio del adagio, en el que la bailarina debe girar en planta a 90 grados sin titubeos y concluir con un arabesque lo más “abierto” posible (que ella llevó casi a 180 grados), sin descuidar en absoluto el estilo, el lirismo y la delicadeza que este ballet romántico demanda, arropada por un Vittorio/Albretch solícito y atento, y luego ambos abordaron sus variaciones, ella con unos raudos entrechats quatre (casi a lo Alicia Alonso), pero a Vittorio le faltó elevación y lucimiento en las suyas, sin entrechats six ni los arriesgados double cabrioles devant que usualmente abordan los Albretchs en esta parte de su coreografía.
Arianne Lafita y Vittorio Galloro
en el grand pas de deux del segundo acto de Giselle
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Y para cerrar esta Noche de blanco, Rebecca Storani, Ihosvany Rodríguez, Astrid Arvelo, Eleni Gialas y Natalie Álvarez recrearon la escena de “El reino de las sombras” del ballet La bayadera, con música de Ludwig Minkus y coreografía de Marius Petipa, quienes nos trasladaron a la India milenaria (la palabra “bayadera” tuvo su origen cuando los navegantes portugueses, entre los siglos XV y XVI, llegaron a la India, y llamaron “bailadeiras” a las “devadasi” –doncellas formadas desde la infancia como bailarinas profesionales, para representar las danzas religiosas y sagradas del Hinduísmo–, de donde ha derivado a “bayaderas”).
Desde el inicio, Astrid Arvelo, Eleni Gialas y Natalie Álvarez desplegaron toda la gracia, la delicadeza y la femineidad de verdaderas bayaderas, técnicamente inobjetables y totalmente sincronizadas, máxime cuando se baila con música grabada, mientras que Ihosvany fue un partenaire muy preciso y solícito para la exquisita Rebecca Storani, completamente embuido en su personaje, en el primer adagio que centralizó con ella, con cargadas impecables y giros totalmente centrados como acompañante.
Luego de este hermoso primer adagio de Ihosvany con Rebecca, la sorprendente Natalie Álvarez irrumpió en el escenario con una cascada de arabesques, balances, jettés, pirouettes e incluso breves fouettés, para luego terminar con una línea perfecta de avance en punta en arabesque e instantáneos balances.
Aunque su variación fue mucho más sencilla, Eleni Gialas tampoco decepcionó con su muy elegante desempeño, poseedora de una técnica tan segura y fluida a la vez que la hace parecer que baila sin esfuerzo.
Y de nuevo le tocó a Astrid Arvelo otra variación no tan complicada, al igual que en Las sílfides, pero sin que ello significara que su desempeño no fuera también remarcable, pues “bordó” los pasos de su coreografía con gran musicalidad y precisión.
Regresaron Rebecca e Ihosvany para su segundo dúo, con un velo que manejaron con total elegancia en el breve adagio, para luego pasar Rebecca a una lucida variación donde reafirmó su bravura técnica, con sostenidos balances y un ágil trabajo en puntas, pirouettes incluidos.
Ihosvany Rodríguez y Rebecca Storani
en La bayadera
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Para no ser menos, Astrid Arvelo, Eleni Gialas y Natalie Álvarez retomaron su sincronizada tríada del inicio, y Rebecca e Ihosvany abordaron su tercer dúo de la noche, en el cual el dotado Ihosvany Rodríguez subió la parada en su variación, pero sin su acostumbrada bravura; Astrid Arvelo, Eleni Gialas y Natalie Álvarez repitieron su ejemplar sincronía, y Rebecca marcó un arco de raudos piqués –que concluyó con un bello balance–, mientras que Ihosvany se lució con unos entrechats six y raudos giros, para pasar ya a la coda, con cargada incluida no del todo perfecta, y los cinco en escena en bellas poses como de postal, todo ello un suntuoso regalo visual y artístico, realzado por los vistosos trajes diseñados por Rolando Moreno para este ballet y también para Las sílfides.
Natalie Álvarez, Eleni Gialas,
Astrid Arvelo, Rebecca Storani
y Ihosvany Rodríguez en La bayadera
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Gracias, maestro Eriberto Jiménez, por tanta entrega y devoción por el ballet y el arte en general, fiel continuador del legado del inolvidable Maestro Pedro Pablo Peña.
Fotos: Simon Soong (cortesía del BCCM)
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