Agradezco a Alma Flor Ada nos conceda el privilegio de compartir en Gaspar, El Lugareño, sus memorias relacionadas con su abuelo el poeta Medardo Lafuente, quien le transmitió su amor a la familia, a las letras y (aunque nacido en España) a la patria chica Camagüey. (JEM)
Personalmente guardo recuerdos breves pero indelebles de mi abuelo Medardo. Tengo la imagen repetida de su llegada a la casa, le veo franqueando la puerta de la Quinta Simoni, quitándose el sombrero, que colocaba sobre la sombrerera que había apenas entrar. Entonces me tomaba en brazos y yo aspiraba con entusiasmo su olor, mezcla de tabaco rubio, porque fumaba cigarros y no tabacos, como mi otro abuelo, y tinta de imprenta
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Quinta Simoni,
aspecto actual
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Le recuerdo también en la cabecera de la mesa, donde todos le escuchaban con atención y el disimuladamente le daba migas de pan a una pata blanca, con algunas plumas negras, que se había quedado coja, no se por que razón. En la Quinta comíamos con las puertas del comedor abiertas al patio del aljibe y la pata entraba libremente. Eso sí, no se acercaba a nadie mas que a él. No sé si los demás se daban cuenta y se hacían los que no veian, pero a mí me fascinaba que él aparentemente tan ocupado en sus pensamientos siempre estaba dispuesto a prestarle atención a aquel animal.
Pero el recuerdo más importante para mi era ver como se miraban, él y mi abuela Lola, yo no tenía palabras a los tres años para describir comprensión, admiración, adoración, cierta complicidad como si en el mundo no existieran más que ellos dos -- ellos tan ocupados, tan activos, tan atentos y cuidadosos de todo y todos en realidad solo eran ellos de verdad cuando se miraban -- me encataba verlos y me ponía entre los dos para bañarme en los efluvios que emanaban de ello.
Y si después de los aguaceros iba debajo de los naranjos a que me cayera alguna gota que resbalara de las hojas cargada de aroma de azahar... así del mismo modo me colocaba entre ellos dos para bañarme en su cariño.
Recuerdo el dolor que causó su muerte en quienes tanto le querían... y a la vez, seguía sintiendo su presencia, sobre todo cuando mi abuela me recitaba sus poemas de los cuales me aprendí de memoria muchos versos.
Sé el enorme privilegio que fue crecer en esa familia donde la palabra tenía tanto encanto... tan cerca de la naturaleza... oyendo los relatos del quehacer diario de mi abuela y mis padres... y siempre siempre presente el espíritu de bondad y generosidad unido al esfuerzo y el propósito de encontrar las acciones para ayudar a otros y para la propia superación.
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