Los rasgos de su fisonomía -revelan un alma superior, templada para todas las luchas por la vida. Hay, sobre todo, en aquella, un sello acusador de su voluntad broncínea. Su temperamento nervioso; su verbosidad camagüeyana —en la que centellea, a trechos, una ironía punzante,— salpicada de chistes expontáneos; su movilidad de azogue, producto de su temperamento, y, en suma, el buen humor que preside sus conversaciones, le hacen en extremo simpático en su trato íntimo, dejando presentir, al que sondea interioridades, que, dentro del que pudiéramos denominar el hombre de paz, hay otro, a quien, como es de suponer, corresponde el dictado de hombre de guerra. Este, aun fuera del vivac y del reducto, no se esconde del todo. En sus mismos causseries, cuando la animación en las narraciones le exaltan y sus pupilas llamean, vése, al través de ellas, el arranque ingénito de los que echan atrás la cabeza cuando suena la hora de la acometida y distínguese en la atmósfera que le cerca, la sombra de un brazo que, blandiendo un machete, le arranca relámpagos. . .
Hablábamos, una ocasión, con Boza, varios, y uno de los presentes hubo de preguntarle :
— ¿De donde es usted ?
— ¿Yo? Camagtieyano... digo cubano.
Esta rectificación, que fué súbita, nos dió la altura del patriotismo de Boza.
Quien piensa así, siente hondo.
Sabemos que se ha batido muchas veces, pero no podemos decir cómo, ateniéndonos a confesiones suyas, (y cuidado que hemos hablado de la guerra...!) porque huye del yo como de la cruz el diablo...
No le halaga la carrera militar. Unicamente para hacer la independencia de su patria —por la cual murió su padre, cuya memoria adora— se hubiera ceñido los arreos bélicos. “El día que mi ideal se realice colgaré el uniforme y me desceñiré la espada,” repite a diario.
Pocos, en la brillante pléyade de jóvenes que se han distingnido en la Revolución actual, pueden ofrecer a Cuba una hoja de servicios como la suya.
Comenzó su carrera de alférez, en esta épica cruzada redentora, que ya de la otra, de la sublime del 68, traía su ejecutoria de soldado y su credencial de sargento. En la invasión que maravilló al mundo, se distinguió notablemente al lado de los generales Gómez y Maceo, y teatro fueron de sus proezas las llanuras de Matanzas y la Habana y las lomas de Vuelta Abajo. En la actualidad es coronel jefe del Estado Mayor del general en jefe del Ejército Libertador, quien ha puesto en Bernabé Boza toda su confianza como superior y todo su afecto como amigo.
Siente Boza, por Gómez, verdadera admiración —no la servil admiración que empequeñece y rebaja, sino la que enaltece y purifica— y, realmente, despierta interés cuando, en el seno de la amistad, relata las anécdotas de la vida en la manigua de ese dominicano de cerebro y corazón cubanos, para el que toda gratitud—si ésta existe— será poca, por grande que sea, para pagarle la consagración que ha hecho de su existencia a la tierra de sus hijos.
La Envidia no destrenzará su cabellera de sierpes, ni la calumnia manchará una sola página de su historia ejemplar con su asquerosa baba, porque el que ha sabido como Máximo Gómez, sobreponerse, ahora como antes, a las miserias terrenales, ha de levantarse en el pedestal de su fama, bien ganada, entre los deslumbramientos de su genio militar por nadie discutido, y las bendiciones del pueblo que le debe, mientan lo que quieran las crónicas de las pasiones en el porvenir, su independencia!
Se explica, pues, fácilmente la devoción de Boza a Gómez, y no como la resultante —después de todo natural—de los lazos que unen a ambos, sino como consecuencia legítima de la ascendencia que ejerce un carácter sobre otro carácter.
La Revista de Cayo Hueso —para quien escribimos este cróquis—se honra mostrando en su plana de preferencia el retrato de tan meritísimo servidor de Cuba, y nosotros experimentamos sincera satisfacción en haber sido designados para dedicarle estas líneas al que, habiéndolo conocido ayer, como quien dice, profesamos ya cariño de viejos camaradas...!
Aurelio Ramos Merlo.
1898.
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Revista de Cayo Hueso. Julio 24, 1898
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