Aurora Chinchilla y Keynald Vergara
en el pas de deux Diana y Acteón.
Foto: Abelardo Reguera.
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En la noche del sábado 25 de junio de 2022 viajé desde Hialeah hasta el Lauderhill Performing Arts Center, para asistir a la Gala de Verano de “El Arte del Ballet Clásico” (AoBC), entidad anteriormente conocida como Ballet Clásico de la Florida, ambas bajo la dirección artística de la prestigiosa maitre Magaly Suárez y con el valioso apoyo de su asistente Ibis Montoto.
La función comenzó con el pas de six del ballet La Vivandiere, –La cantinera–, coreografía de Arthur Saint-Léon / Fanny Cerrito y música de César Pugni, en el que Gustavo Ribeiro satisfizo con creces el reto de ser el partenaire de nada menos que de cinco hermosas y bien entrenadas bailarinas: Aurora Chinchilla, Florie Geller, Jenna Potvin, Anna Thomashoff y Juliana Wilder; los seis con admirable acople, sincronización y elegancia, tanto desde el llamativo y bello vestuario como hasta los más mínimos detalles de la coreografía, pas de deux de Aurora y Gustavo y de todo el grupo incluidas.
La Vivandiere: Gustavo Ribeiro y Aurora Chinchilla; GR con Florie Geller, Jenna Potvin, Anna Thomashoff y Juliana Wilder; saludos finales de los seis. Fotos: Abelardo Reguera.
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Dejando ya detrás el campo húngaro donde se desarrolla La Vivandiere, April White y Raisel Cruz salieron a escena para revivir el adagio del pas de deux del segundo acto de El lago de los cisnes, con música de Chaikosvki y coreografía de Marius Petipa.
En este primer encuentro entre el príncipe Sigfrido y Odette, la princesa convertida en cisne por el maléfico brujo Von Rothbart, Odette ha recuperado la forma humana por un breve tiempo, y April lo tuvo presente, pues no abusó de los port de brass como suelen hacer otras bailarinas en este adagio, pues con solo leves aleteos reminiscentes recordó la hechizada condición de su personaje, tanto en sus solos como cuando Raisel/ Sigfrido la partnea con absoluta elegancia y clase durante todo el adagio, amén de unos arabesques penchés sin esfuerzo aparente que signaron su hermoso desempeño como Odette.
April White y Raisel Cruz, en el adagio del segundo acto de El lago de los cisnes. Fotos: Abelardo Reguera.
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Y del segundo acto de Lago, Mia Bianchi, Florrie Geller y Jorge Alejandro Boza nos regresaron al primero, con el pas de troi del mismo –que no por no ser para la pareja protagonista como el pas de deux anterior carece de menor rigor técnico e interpretativo–, en el que los tres se lucieron en sus respectivas variaciones y en el muy bien coordinado trabajo como trío.
Mia Bianchi, Florrie Geller y Jorge Alejandro Boza en el pas de troi del primer acto de El lago de los cisnes. Foto: Abelardo Reguera.
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De ese mundo de cisnes encantados, la magia del ballet nos trasladó al mundo de los dioses mitológicos romanos –copiados y “editados” de los griegos–, para disfrutar de Diana y Acteón, un pas de deux con música de Ricardo Drigo, coreografiado e incorporado por Petipa en 1886 a su versión del ballet Esmeralda, coreografía de Jules Perrot (1844), pero en el que Agripina Vagánova puso también su experta mano.
Según la mitología romana, Diana –habitualmente representada como cazadora, con arco y flecha– se estaba bañando desnuda cuando sorprendió al pastor Acteón contemplándola “curiosamente”. Enojada, le disparó un flechazo que lo hirió gravemente, y en una de esas metamorfosis tan habituales en la mitología greco-romana, Acteón se convirtió en un ciervo, y los perros de caza de Diana se arrojaron sobre él y lo devoraron.
Afortunadamente, este pas de deux se limita a que Diana se desplaza con su arco, y Acteón intenta esquivar su mirada –y sus flechas– ocultándose tras sus brazos...; “pretextos” para que sus intérpretes brillen, con grandes desplazamientos aéreos –sobre todo “Acteón”–, evidente muestra de la influencia en el ballet ruso de la técnica italiana enseñada por Enrico Cecchetti.
La brillante Aurora Chinchilla y el dotado Keynald Vergara fueron los encargados de revivir esta historia mitológica grecorromana.
Aurora Chinchilla y Keynald Vergara en el pas de deux Diana y Acteón. Fotos: Abelardo Reguera.
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Aurora estuvo pendiente en todo momento de su rol de la cazadora Diana, y satisfizo la exigente coreografía con total bravura, con bellos arabesques, sostenidos balances y jettés elegantes y precisos; y unos fouettés “clavada” en el lugar, intercalados con pirouettes, en el apogeo de su variación, mientras que Keynald hizo girar a su compañera con total verticalidad –como debe ser–, y su variación fue absolutamente deslumbrante, pues a sus saltos no les faltó altura ni, incluso, volteretas acrobáticas casi horizontales. Sus vertiginosos giros, a su vez, resultaron también impresionantes.
En fin, que ambos dejaron el escenario muy caliente tras la “huida” de Acteón perseguido por la vengativa Diana, para dar paso a Sophie Poulain y a Ethan Rodríguez, quienes bailaron el pas de deux del Festival de las flores de Genzano (Auguste Bournonville/ música de Helsted & Pauli), fieles a la esencia del estilo Bournonville, que demanda de ambos un trabajo de pies de gran limpieza y agilidad. Ethan, en su trabajo como partenaire, fue sumamente solícito para que su compañera se pudiera lucir tal y como lo hizo, con buenas extensiones y ejemplar musicalidad.
Sophie Poulain y a Ethan Rodríguez en el pas de deux del Festival de las flores de Genzano. Foto: Cortesía de AoBC.
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Sophie Poulain y a Ethan Rodríguez en el pas de deux del Festival de las flores de Genzano. Fotos: Abelardo Reguera.
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Al pas de deux de El Festival de las flores de Genzano le siguió el de Satanella, de El carnaval de Venecia –música de Cesare Pugni sobre un tema de Paganini y coreografía original de Marius Petipa–, a cargo de Juliana Wilder y Gustavo Ribeiro, quienes nos regalaron un adagio perfecto, con gran musicalidad y vistosas y sostenidas cargadas de Juliana por Ribeiro.
Juliana Wilder y Gustavo Ribeiro en el pas de deux de Satanella. Fotos: Abelardo Reguera.
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En sus respectivas variaciones, Gustavo brilló, tanto por sus elevados saltos –con volteretas en el aire incluidas– como por sus raudos giros y entrechats, mientras que Juliana, a su vez, tampoco escatimó su pirotecnia técnica, con sostenidos balances, admirables extensiones y grand jettés, con fouettés como clímax.
En la coda, ambos estuvieron soberbios, con Gustavo arrodillado ante Juliana en rendido abrazo, como simpático colofón.
A seguidas, Daynelis Muñoz como Odile y el muy esperado y siempre sorprendente Taras Domitro como el príncipe Sigfrido, asumieron el pas de deux “El cisne negro”, del ballet El lago de los cisnes, con música de Piotr I. Chaikovski y coreografía de Marius Petipa, como ya fue acotado cuando su segundo y primer acto.
Ambos, con muy vistosos trajes, abordaron el adagio con ímpetu, amén de una feliz remembranza del port de bras de Odette por parte de Daynelis para confundir y hacer olvidar a Sigfrido de su juramento de amor a la hechizada princesa del lago.
Daynelis Muñoz como Odile y Taras Domitro como Sigfrido en el pas de deux “El cisne negro” de El lago de los cisnes. Foto: Cortesía de AoBC.
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Daynelis Muñoz como Odile y Taras Domitro como Sigfrido en el pas de deux “El cisne negro” de El lago de los cisnes. Foto: Cortesía de AoBC.
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En las variaciones, Taras adornó sus saltos con los grand jettés y “de tijera” hacia delante que ya son su marca de fábrica, absolutament inobjetable, mientras que Daynelis, muy musical, se lució con un óvalo de raudos piqués, para luego enfrentarse a la prueba de fuego de este pas de deux: los esperados 32 fouettés, que, aunque intercaló con pirouettes, terminó desplazada de lugar. Muy artistas al fin, su coda fue impecable, aunque les recomiendo saludar en personaje, sobre todo Odile, que es una criatura diabólica, nada amable ni sonriente.
Taras Domitro como Sigfrido en el pas de deux “El cisne negro” de El lago de los cisnes. Foto: Cortesía de AoBC.
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Nota: Como consideración muy personal, recomiendo “editar, podar” la segunda variación de Odile tras los fouettés, que tanto musical como coreográficamente, rompe a mi juicio con la unidad del acto, máxime cuando Daynelis lució que improvisaba la coreografía, para colmo.
La segunda parte del programa estuvo destinada al segundo acto del ballet La Bayadera, con coreografía de Marius Petipa, música del austríaco Ludwig Minkus y libreto de Sergei Kuschelok y del propio Marius Petipa, inspirado en dos dramas del poeta hindú Kalidasa (la palabra “bayadera” tuvo su origen cuando los navegantes portugueses, entre los siglos XV y XVI, llegaron a la India y llamaron “bailadeiras a las “devadasi”, mujeres consagradas a la danza por la religión, de donde ha derivado a “bayaderas”).
El estreno de La Bayadera se produjo en San Petersburgo, Rusia, en 1877, y este ballet puede ser considerado como una secuela tardía del Romanticismo, caracterizado por la fascinación por las leyendas medievales y los temas exóticos, como es el caso del ballet que nos ocupa.
Para poder comprender mejor el segundo acto que se presentó, considero oportuno conocer una síntesis de todo el argumento:
La bayadera Nikiya está enamorada del príncipe Solor y es correspondida por este, pero Solor acepta casarse con Gamzatti, la malvada hija del Rajá gobernante. A su vez, el Gran Brahmán (gran sacerdote de la religión brahmánica) también desea a Nikiya y odia a Solor. Gamzatti introduce una serpiente áspid venenosa en una cesta de flores que su criada le envía a Nikiya, quien cree que se la envía Solor. El áspid la muerde, y el Gran Brahmán le ofrece un antídoto, pero Nikiya, al ver juntos a Solor y a Gamzatti, lo rechaza y muere. Esto ocurre en el mundo real.
Desesperado por la muerte de la hermosa bayadera –y bajo la influencia del opio–, Solor ve a Nikiya en el Reino de las Sombras (el mundo irreal), muerta y multiplicada su imagen por espectros de bayaderas. Junto a ella, Solor evoca su danza ante la Llama Sagrada. El guerrero continúa atrapado por la fascinante visión de Nikiya cuando hacen su aparición sus compañeros para prepararle para la boda.
Bajo la sombra del Gran Buda, un ídolo de bronce danza mientras el Gran Brahmán y los sacerdotes preparan la ceremonia nupcial. Los novios hacen su entrada rodeados de bayaderas, que ejecutan una danza ritual: símbolo de la Llama Sagrada que brilla ante el templo. El Rajá, Gamzatti y Solor bailan, pero el guerrero es continuamente asaltado por la visión de Nikiya.
Durante las danzas aparece misteriosamente un cesto con flores, idéntico al que provocó la muerte de Nikiya; Gamzatti, aterrada y atormentada por la culpabilidad, solicita a su padre que apresure la ceremonia.
El Gran Brahmán pronuncia los ritos sagrados, en medio de la indecisión de Solor. Los dioses, furiosos, desencadenan su venganza: el templo y todos los presentes son destruidos. Las almas de Nikiya y Solor se unen, finalmente, en un amor eterno.
Regresando ahora a la función objeto de esta reseña, quiero volver a felicitar a Magaly Suárez y a Ibis Montoto –tal y como hice y escribí cuando presentaron el primer y segundo acto del ballet en 2019– “por el gran reto asumido – y vencido– de montar este segundo acto de La Bayadera, sobre todo la escena del ‘Reino de las sombras’, que, dentro de la tradición de los ballets blancos, está considerada como una gloria coreográfica mundial; en especial por la entrada de 24 bailarinas (en esta función fueron solo 12), cual espectros de bayaderas, bailando una serie de arabesques.
“Aunque no estuvieran las 24 contempladas en la coreografía original, el que 12 bailarinas de cuerpo de ballet –muchas de ellas aún alumnas de Magaly–, lograran la perfección, el sincronismo y la elegancia que pude disfrutar en esa función, es algo digno de encomio y de alabanza, a la altura de cualquier compañía con más recursos y apoyo financiero”, termino mi cita de 2019, totalmente aplicable en esta nueva ocasión.
Juliana Wilder y Raisel Cruz, como la vengativa Gamzatti y el veleidoso Solor, “bordaron” su pas de deux de inicio a fin, con lujosos trajes y un adecuado maquillaje, ambos acompañados por un muy acoplado cuerpo de baile, que en todas las combinaciones requeridas: Pas de quatre, Pas de Action y Pas de trois, asumieron sus coreografías con total elegancia y excelente desempeño técnico, al igual que Mia Arroyo –acompañada por las precoces y talentosas niñas Sara Marin y Jenna Potvin– como Manu, en la simpática danza con el ánfora en su cabeza.
Juliana Wilder y Raisel Cruz, como la vengativa Gamzatti y el veleidoso Solor, en La bayadera. Foto Abelardo Reguera.
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Juliana Wilder y Raisel Cruz, como la vengativa Gamzatti y el veleidoso Solor, en La bayadera. Foto: Abelardo Reguera.
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Mia Arroyo como Manu, en la simpática danza con el ánfora en su cabeza, de La Bayadera. Foto: Cortesía de AoBC.
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En “El reino de las sombras”, reitero mi admiración por la inojetable secuencia de arabesques de las bayaderas clonadas por la opiácea imaginación de Solor, y me descubro ante Julia Conway y Daniel McCorwick, como Nikiya y Solor, por su pas de deux tan virtuoso, amén de un partneo ejemplar por parte de Daniel, con cargadas incluidas, ambos con una hermosa línea, sin poder dejar de mencionar cuando tienen que interactuar con ese gran velo o tela blanca que podría haberles ocasionado algún contratiempo, mas no, en lo absoluto.
Julia Conway y Daniel McCorwick con las 12 bayaderas en “El reino de las sombras” de La bayadera. Foto: Cortesía de AoBC.
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Julia Conway y Daniel McCorwick, en el pas de deux de “El reino de las sombras” de La bayadera. Foto: Cortesía de AoBC.
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Concluyo con mi agradecimiento a Magaly, Ibis, Adiarys, Taras y a todos los esforzados y dotados bailarines participantes, por tanta devoción por el arte del ballet, y sus admirables resultados artísticos y estéticos.
Baltasar Santiago Martín
Hialeah, 4 de julio de 2022
“Día de la independencia de los Estados Unidos”
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