Sr. Presidente:
Señoras y Señores:
Fortuna grande la mía y fortuna doble, la de tomar parte en estas Conferencias y hacer la del insigne patricio de quien voy a tratar, Gaspar Betancourt Cisneros “El Lugareño”; porque por un lado, me permite asociar mi nombre al de esos talentosos jóvenes ateneístas que se han propuesto, y vienen realizándolo brillantemente, rememorar la vida de los "Grandes hombres de Cuba”; y porque al tratar de “El Lugareño”, lo hago con el mayor orgullo y con singular afecto, pues ello le vá de cerca a dos personas por quienes tengo señalada estimación: su hijo el Dr. Alonso Betancourt y Canalejo, mi amigo a quien cada día admiro más en todo orden; y su nieto Gaspar Alonso Betancourt y Valdés Pita, joven de vasta cultura y buen talento, demostrado en mil formas en la ciencia del Derecho que estudia y en el arte musical que practica con virtuosa dedicación.
Pero, si grande es mi fortuna por lo expuesto, no es menor la carga que sobre mis hombros ha echado la designación que de mí se ha hecho para hablaros hoy de un coloso en todas las esferas de su intensa existencia, de lo que dejó gallardas muestras en todo cuanto hizo por su patria y por la sociedad y la cultura principeña.
El Lugareño fué de esos hombres que elevándose por encima de la humanidad, sirven, como dice Fouillé, para personificar, por una ley providencial según unos o por selección natural según otros, la fuerza de las naciones y de las razas con los ideales que representan.
Fué un hombre de una imaginación avezada a las más altas especulaciones y movida por una poderosa voluntad.
Fué estadista, economista, maestro, agricultor, publicista, político, polemista,... y en todo lo acompañó siempre el signo auténtico del derecho de los genios que, como dice el autor antes citado, es el buen éxito que se manifiesta en el poder, en la gloria, en la victoria.
Vivió solo sesenta y tres años que dieron a su patria más lustre que siglos de otras existencias, porque ese período de tiempo brevísimo para quien no supiera invertirlo, fué por él aprovechado intensamente desde su más tierna juventud.
No será pues cansado para mis oyentes que yo les recuerde, -¿porque aquí quien la ignora?- la vida del insigne patricio señalándole más marcadamente aquellas fases de ella de que más me he de ocupar.
Nació mi ilustre biografiado en la ciudad de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, el 29 de abril del año 1803.
La explicación de su genealogía y hasta de la razón de sus nombres hecha por él mismo en carta que desde Florencia dirigió al Conde de Pozos Dulces respondiéndole a otra en que le pedía datos para escribir su biografía, reproducida aquí, será la más fiel expresión de estos detalles de grandísimo interés en mi labor.
Dice: "con toda idea me llamaron Gaspar Alonso, porque yo vine al mundo con los dos apellidos que trajo desde Canarias a la Isla de Cuba el fundador de nuestra familia y deseando que en todo me pareciese a él, hubieron de darme su propio nombre".
"También me agregaron el de Pedro mártir, porque nací el día de este Santo, que mártir había de ser mi patrono”.
"Soy Betancourt porque fue mi padre Don Diego Antonio de Betancourt y Aróstegi, hijo de Don Gaspar de Betancourt y Agüero y Dña. Manuela de Arostegui y Agüero".
“Y por último llevo el apellido de Cisneros, porque fué mi madre Dña. Loreto de Cisneros y Betancourt hija de Don Manuel de Cisneros e Hidalgo y de Dña. Luisa de Betancourt y Agüero".
"Por la cuenta desciendo de buen tronco y añadiré ahora que a su sombra pasé los primeros años de mi vida no solo muy querido de mis padres sino mimado hasta el exceso por mi abuela Dña. Luisa Rufina".
"Mi padre era un Señorito de lugar educado a la antigua usanza y mediante los recursos de que entonces se podía disponer con ese objeto en el interior de la Isla, donde no había colegios ni escuelas regulares públicas y todo el sistema de educación consistía en mucho rezo, poca escritura, ninguna ortografía, gramática cotorrera y aritmética por los suelos. Así es que mi padre, a pesar de pertenecer a la más elevada clase de la sociedad camagüeyana y de haber nacido mayorazgo, puede decirse, caritativamente hablando, que sabía rezar y leer bien con alguna soltura y poca ortografía y contar hasta las cuatro primeras reglas, a Dios gracias".
"Por esta razón y porque siendo hacendado pasaba una gran parte de su tiempo en el campo, no pudo dirigir mi educación, si bien recuerdo que visitaba a mis maestros cuando venía a la Ciudad, se informaba de mis adelantos y concluía siempre recomendando que me echaran fresco, porque ésta era la muletilla de aquellos tiempos en que se decía: la letra con sangre entra”.
“Verdad es que sin sangre nada de provecho se creía hacedero en las Américas y mi padre debió entender que éste era el medio más eficaz para hacerme abogado, con el objeto de que defendiese los pleitos en que ya venía envuelta la vinculación de Najaza”.
“Cierto Obispo se empeñó también en hacerme clérigo con el santo fin de que disfrutara de las muy numerosas e importantes capellanías de la familia".
“Por lo demás, mi padre era franco, generoso, de digna postura y de agradable conversación".
“Mi madre tenía el corazón de una espartana. La generosidad de su carácter y su caridad verdaderamente cristiana, no reconocían más límites que los de su poder y facultades y aún a éstas excedía la fuerza de su voluntad. Su entendimiento era claro, capaz de cualquier cultivo; en otro país o en otra época, habría sido una mujer tan distinguida por su talento como por sus virtudes. Sobreponiéndose a las preocupaciones de su tiempo, no necesitó de maestros para aprender a escribir, lo que se estimaba entonces en el Camagüey como pecaminoso para las mujeres porque pensaban que ese arte les serviría para corresponderse con los hombres".
“Leía mucho y tal vez tenía ella más libros que todas las demás señoras camagüeyanas de su tiempo".
“Yo le conocí, por lo menos, la Gran Biblia comentada, el Año Cristiano, las obras de Santa Teresa y de San Agustín, las de Cervantes, algunas de Moreto y de Lope de Vega y no pocas de Historia. Era muy aficionada a ésta y estudiaba y me hacía repasar con frecuencia, tan pronto como supe leer, “Los Varones ilustres de Plutarco".
“Mi madre se lucía, por entonces, en la tertulia de mi abuela Doña Luisa Rufina, que era una señora respetabilísima y en cuya casa se reunían los personajes que visitaban a Puerto Príncipe para desempeñar alguna comisión del Gobierno o algún empleo principal”.
El Lugareño hubiese corrido la misma suerte de sus padres amantísimos si por aquel tiempo, -y debido a la revolución francesa y a la emigración de la Isla de Santo Domingo, cedida por España a Francia en el Tratado de Basilea, no hubiesen llegado a Camagüey algunos hombres de bastante instrucción que para asegurar su subsistencia se dedicaron a dar lecciones particulares y de los que fué El Lugareño discípulo aventajado, siéndolo también de un dominicano, célebre después en la historia de su país, y entonces regente de la Audiencia de Puerto Príncipe, el Dr. Núñez de Cáceres, que ejerció profunda influencia en su carácter y lo orientó grandemente.
Todavía un adolescente, viéndolo expuesto a ser víctima de una aventura amorosa, su buena madre lo hizo embarcar, en 1822, con solo diez y nueve años de edad, hacia Filadelfia, en los Estados Unidos donde pasó algún tiempo sirviendo un empleo en un escritorio comercial al par que un americano le daba lecciones de inglés, siendo protegido de un portugués allí residente, llamado Pereira, que llegó a sentir por el joven Betancourt Cisneros afecto paternal.
Como tenía bastante disposición para los idiomas, puesto, que, cuando salió de Camagüey ya conocía perfectamente el latín y el francés, al año de estar en Filadelfia dominaba el inglés y lo que es más había llegado a tener “espíritu yankee", todo lo que le valió mucho para desarrollar su afición a la vida social, que practicaba siendo asíduo concurrente a la tertulia del Sr. Bernabé Sánchez, con quien estaba emparentado, y a cuya casa concurrían también, el argentino José Antonio Miralla, el guayaquileño Vicente Rocafuerte, que fué Presidente de la República del Ecuador, el peruano Manuel de Vidaurre, oidor que había sido de la Audiencia de Puerto Príncipe y después Presidente de la Corte Suprema de Justicia de su país, y otros muchos individuos "todos insurgentes del rojo más subido".
Allí mismo, en Filadelfia, y por aquella época, fué que “El Lugareño" y José Antonio Saco intimaron su amistad, cobrandose mutuo y grandísimo afecto.
Saco le dió a El Lugareño instrucción filosófica según el sentir del P. Varela y siguiendo su texto; Vidaurre le dió lecciones de Derecho de gente recibiéndolas, en cambio, de Betancourt Cisneros, de inglés que ya poseía; y con Miralla perfeccionó sus conocimientos de Gramática castellana. Esto y la dedicación a la lectura de obras y toda publicación sobre economía política y social consolidaron los conocimientos y formaron el carácter justo y elevado que de todas las cosas tuvo el que, entonces un adolescente, se preparaba para una vida fecunda y provechosísima para su patria y su sociedad.
Las corrientes de la época prendieron en su corazón, -nido de tan generosos sentimientos- la llama del más exaltado patriotismo, que animaban los concurrentes, cada día en mayor número a la casa del Sr. Bernabé Sánchez y entre los que se encontraban muchos camagüeyanos que allí habían llegado perseguidos por el Gobierno colonial como reos de “constitucionalismo”; y El Lugareño, como dijo biografiándolo Manuel de la Cruz, el discípulo de tantos maestros ilustres y fervorosos, echó a un lado la Constitución del año 12, los españoles, los reyes, la aristocracia, y todo...; y perteneció, desde entonces, en cuerpo y alma a la gente insurgente y al ideal de la independencia que ya tenía en Cuba muchos cultivadores.
Fué un separatista de inquebrantable fé en su causa y de firmísima resolución.
Tomó parte en todas las Juntas de conspiración celebradas en casa de Bernabé Sanchez, y con José Antonio Miralla, Fructuoso del Castillo, José Agustín Arango, José Ramón Betancourt y José Aniceto Iznaga, formó la delegación que se acordó enviar a Simón Bolívar en solicitud de auxilios por los libertadores de Colombia para los laborantes por la emancipación de Cuba.
Cumplió como bueno en todos los empeños de estos planes.
Como expedicionario y consultivo, siempre lleno de fé y entusiasmo, aunque sufrió mucho con la disolución de la junta por el fracaso de sus planes tan relacionados con las conspiraciones de los Soles de Bolívar ”, el “ Aguila Negra " y la Junta Patriótica, no se rindió nunca al desaliento.
En 1834 regresó a Cuba.
Inquebrantable en su propósito de libertar a su patria de la dominación española, no decayó un momento su ánimo y comprendiendo que era oportuna y necesaria una árdua labor de preparación del pueblo, sembrando en él el espíritu de libertad y amplio y levantado criterio de que venía saturado; acometió en mil formas la obra, siendo elocuente testimonio de su empeño y de su esfuerzo la “Gaceta de Puerto Príncipe”, donde trató de todo cuanto pudiera ser eficaz a sus planes, enseñando y cultivando a sus compatriotas; y “El Faro" después, donde igualmente publicó numerosos trabajos todos encaminados al mismo fin, y sobre las más variadas materias que de reunirse en un tomo, como dice Calcaño, formarían una hermosa enciclopedia de economía, educación, sociología y agricultura; y así será sin duda y no en muy lejana época, pues de sus papeles salvados del fuego, cuando la guerra del 68, están en plan de organización, para publicarlos convenientemente, cinco volúmenes de los más notables trabajos sobre esas materias. Esto que constituye ansias de verlo realizado, para la intelectualidad camagüeyana, mas !que digo! para todo cubano, no debe hacerse esperar.(1)
Fué El Lugareño un hombre pleno de saber y de buena voluntad, un ser muy difícil de encontrar en el grado de sus perfecciones, que en el corto período de su agitada existencia pudiera abrazar el extenso campo de las ciencias y las letras con su profunda erudición; y más admirable esto si nos detenemos a echar una mirada retrospectiva a su época y a las condiciones de su vida en el extranjero y aquí en su patria misma. Fué, si sabio, no menos bueno y caritativo. Amigo fraternal del Padre Valencia ese Apóstol de la caridad en Camagüey, le prestó ayuda a todas sus obras en la forma más efectiva.
Y, lo que hizo con la pluma, lo hizo con el ejemplo, en rasgos y gestos de admirable grandeza.
Dominado por el más vivo anhelo de formar a su pueblo encausándolo por la senda del trabajo honroso y consciente, a fin de prepararlo para la lucha del derecho y de las libertades, —su ansia mayor, — se dedicó a dar lecciones prácticas, gratuitas, (su corazón siempre a la altura de su cerebro) a los campesinos y con ellos se internó en sus posesiones de Najaza donde los instruye. fundando escuelas para pobres en las que se daba instrucción general; y nombrado, por entonces, por la “Real Sociedad Económica de Amigos del País de la Habana", socio corresponsal, creó en Nuevitas otra escuela de más vuelo aún, donde sus discípulos alcanzaron una completa instrucción.
Ya preparados los agricultores por él, organizó Betancourt Cisneros un plan vastísimo de colonias agrícolas en Najaza, cuyos terrenos repartió, gratuitamente, a los que juzgaba capaces de conservarlos y atenderlos así adquiridos; y los vendió, a bajísimo precio, impuesto a censo, a aquellos en quienes descubrió ese sentimiento que con mucha frecuencia impele a los hombres a despreciar lo que fácilmente adquieren. Su penetración era mucha porque entre sus brillantísimas dotes tenía la muy sobresaliente de ser un psicólogo profundo.
Pero los dos hechos más notables de “El Lugareño” en ese período de su estancia en Camagüey fueron: la libertad absoluta que dió a sus esclavos y la fundación del Ferrocarril de Puerto Príncipe a Nuevitas; sin que sea menos celebrable ni menos tras cendental, la "Exposición ganadera" que organizó y sirvió para dar a la crianza, impulso notorio; porque Betancourt Cisneros era muy conocedor de las razas bovina y caballar, cruzamientos mejor dirigidos, ordenación de crías y cuanto más afectaba a la industria pecuaria, riqueza principal de aquella zona.
Cuando en el pecho de "El Lugareño”, henchido de sano y elevado patriotismo brotó el sentimiento antiesclavista y sintió el anhelo de la abolición de la esclavitud y se dispuso a trabajar en contra de la trata y del vejaminoso sistema, lo primero que hizo, el gesto sublime de su predicación, el capítulo inicial de su Programa, fué el acto de libertar a todos sus esclavos.
¡Qué hermosísima acción!
Yo no sé comentarla.
Siento en todo mi ser un estremecimento que me produce, a través del tiempo, la más reverente admiración de aquella alma gemela de la del mártir Presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln.
Espíritus gemelos en el sentir y coetáneos en la existencia terrenal, con una serie de hemogeneidades las dos vidas, que me han hecho pensar mucho; porque las coincidencias para mí responden a una cierta determinante, extraña al hombre, pero que lo intuve poderosamente,
El Lugareño nació el año de 1803.
Lincoln el año de 1809.
A los 19 años Betancourt Cisneros dejó su hogar, como ho dicho, para instalarse en Filadelfia donde tuvo un modesto oficio de carpeta en un escritorio comercial; y a la misma edad Lincoln, “habiendo entrado a servir con el dueño de una "chata” o “flat boat” se embarcó en ella con el hijo de su amo y los dos solos se dirigieron a New Orleans traficando por el camino y aprendiendo acerca de la naturaleza humana mucho más de lo que se le hubiera enseñado en el colegio durante un año”, como aprendió y se formó El Lugareño, con las lecciones recibidas de sus amigos y contertulios en las veladas de Bernabé Sánchez, según antes he narrado.
Ambos combatidos y ambos con el mismo pensamiento y la misma creencia de que “en cuanto al derecho de comer, sin permiso de nadie, el pan que gane con el sudor de su frente, es el negro igual a todos los demás seres del género humano y debe gozar de todos los derechos naturales. Este sentimiento de igualdad fué en él siempre una práctica. Os recordaré una anécdota que lo patentiza. Una tarde estaba El Lugareño en la sala de su Quinta, sentado en un sillón, departiendo con un negro de los que fueron de su dotación, que ocupaba otro sillón a su lado, cuando penetró en la pieza, con objeto de hablarle, el Capitán Pedáneo del distrito que luego de las cortesías del caso, fué invitado por Betancourt Cisneros a sentarse, no aceptando hacerlo, porque dijo no se sentaba en compañía de negros; a lo que le respondió El Lugareño: “pues espereme V. en el zaguán que dentro de un momento iré para allá." ¡Lección severa de la firmeza de sus convicciones!
Ambos, en última, mártires en su muerte: Lincoln de una bala asesina y El Lugareño de un cáncer en la garganta, que con la diferencia de dos años y meses cortaron tan preciosas existencias.
El otro hecho a que me he referido, la creación del ferrocarril de Puerto Príncipe a Nuevitas, es por demás de señalarse en la vida de "El Lugareño”.
De esto dice Calcaño en su biografía: “Entre otras cosas de pública utilidad a que honrosamente ligó su nombre fué una el ferrocarril de Nuevitas a Puerto Príncipe, segundo de la Isla, cuya junta directiva le conservó el carácter de Presidente, aún durante su ausencia. Este proyecto patriótico de una obra que abriendo a la ciudad las puertas de la industria y del comercio la sacó del estado de marasmo en que yacía; convirtiendo una olvidada aldea interior en ciudad casi marítima, si bien atrajo sobre el avanzado patricio la gratitud de un pueblo por parte de los buenos, no dejó de acarrearle, por otro lado amargos sinsabores, gracias a las envidias de esas nulidades a quienes ofusca y daña la luz del mérito ajeno: acostumbrados inveteradamente los capitales a la inacción, árdua empresa era despertarlos del letargo improductor y ponerlos en movimiento; pero con alma superior a los tiros de la insidiosa emulación, Betancourt superó los obstáculos de la malicia, destruyó con inflexible lógica los argumentos de sus contrarios, encendió la llama del entusiasmo en los unos, estimuló el amor propio de los rehacios y venció y las humeantes locomotoras, nuncios infalibles de prosperidad e ilustración, atravesaron triunfantes las sabanas del Camagüey."
Fué el segundo Ferrocarril de Cuba, dice Calcaño, ateniéndose sólo a la materialidad de su funcionamiento, porque, en efecto, poco antes se inauguró el de la Habana a Bejucal y Günes; pero, fué el de Puerto Principe a Nuevitas el primero en obtener la R. O. de su concesión, como fué El Lugareño, el primero en traernos la idea y hasta el nombre de “caminos de hierro” que entonces se daba a los ferrocarriles; y fueron sus amigos y coterráneos los camagüeyanos los primeros en estudiar la forma y desarrollo de la empresa, que, para el de la Habana, a cuyos gestores la dió a conocer Betancourt Cisneros, encontró apoyo oficial y el dinero necesario y por eso se inauguró antes, mientras que El Lugareño y los suyos obraban con recursos propios tan solamente.
Y este hecho trascendentalísimo para la riqueza y prosperidad de Camagüey, entraña a más, por lo que hace a El Lugareño, un nuevo motivo de admiración a su grandeza de alma y generosidad sin límites, pues que estando situadas las inmensas posesiones de tierras del vínculo de Najaza entre Puerto Príncipe y Santa Cruz del Sur, Betancourt Cisneros, huyendo de todo pretexto a la sospecha de que él buscara con la implantación del ferrocarril, el engrandecimiento de sus propiedades, en vez de llevar las paralelas hacia el Sur, hizo su estudio y fomentó la empresa al Norte, a Nuevitas, por donde no tenía intereses propios y de todos modos resultaban engrandecidos los de su ciudad que era su punto de mira y la razón única de su empeño.
Delicado, generoso, noble en todo.
En 1846 por creérsele partícipe de una supuesta conspiración el Capitán General, llamándolo a Palacio le hizo presente que "si no salía del país, corría peligro de que se le arrancase la cabeza”; y ante tamaña amenaza abandonó nuevamente a Cuba refugiándose en los Estados Unidos, donde a la sazón se fomentaba con ardiente empeño la rebeldía de Cuba contra España, pero no aspirando a la independencia sino a la anexión de aquella Gran Nación Americana.
Se formó allí una delegación que se llamó “Consejo Cubano", para presidir la cual fué designado "El Lugareño".
La política de Betancourt Cisneros tan discutida mal comprendida, fué en su esencia, la de todo cubano intelectual de aquel tiempo: enemiga del yugo opresor de la Soberanía española, enamorado de la emancipación de la Monarquía y dispuesto a obtenerla por cualquier medio.
Manuel Marques Sterling el brillante y conceptuoso escritor en su obra "La Diplomacia en nuestra historia”, se expresa así de esta tendencia política: “El anexionismo ocupa en la historia patria un capítulo de honor. Si hoy abominamos de esa tendencia, para mí horriblemente odiosa, es axiomático que incurriríamos en loca profanación juzgando con tal dureza de criterio a los próceres que la sustentaron con espíritu altivo y noble convencimiento. El anexionista que floreció en los seis lustros de 1840 a 1870 no era un especulador vulgar, ni procedía con engaño, ni lo estimulaba el egoismo, ni para el logro de sus aspiraciones desviaba al pueblo impulsando la anarquía, el escepticismo y la corrupción; hijo de una colonia sin ambiente popular, sin opinión pública organizada, sin tradiciones revolucionarias, consagraba sus influencias, sus energías y su férvido amor patrio al desarrollo de un principio político de independencia relativa, pero independencia al fin, que, a su entender, era igualmente útil y glorioso, y colocaba el paraíso de sus ensueños bajo la sombra de la gran República en donde su mente se había cultivado al contacto de una civilización fascínadora”.
“El anexionismo significaba la protesta del régimen tiránico y violento; y aunque no existían multitudes que la secundaran con repercusiones vitales, fué desde luego cosa admitida que el país se decidía por su incorporación a los Estados Confederados del Norte. Gaspar Betancourt Cisneros, que hizo célebre el pseudónimo con que suscrbía sus escritos, “El Lugareño", fundó en New York el periódico "La Verdad” sostenedor de la doctrina anexionista, y una vasta conspiración tejió sus redes en el subsuelo de la desventurada Isla."
Así es como únicamente es dable, es justo, apreciar esa política sustentada por un cubano cuyo amor a su país excede a toda ponderación.
José Antonio Saco combatió el movimiento anexionista; pero Betancourt Cisneros contestó al ilustre bayamés en un folleto que intituló “Ideas sobre la incorporación de Cuba a los Estados Unidos, en contraposición a las que ha publicado Don José Antonio Saco”, en varios trabajos insertos en “La Verdad” y en no pocas cartas privadas, entre las cuales hay varias muy importantes en que le dice, en una: “La anexión, Saco mío, no es un sentimiento, es un cálculo, es más, es la ley imperiosa de la necesidad, es el deber sagrado de la propia conservación”; en otra, apoyándose en su gran conocimiento de los cruzamientos de razas: "un atravesadito mío con una yankee o alemanota había de salir más cubano y más bonito y blanquito, sano y briosito y guapito que el Sr. Saco y su compinche “Narizotas” (Saco le decía a El Lugareño Narizotas y éste a aquel “Saquete mío” cuando se trataban en broma) con toda la pureza de su raza goda, árabe o gitana de todo hay en las Viñas de Iberia; en otra: Don Quijote no ha muerto, está vivo en el espíritu que anima a todo el que habla la lengua de Cervantes. Esos hombres solo pueden ser libres y dejar que los demás lo sean en sus opiniones y conciencias, cuando se ingerten en otros troncos y dejen de ser por lo menos, en nueve décimos, españoles. Si esto no fuera una verdad de mayor dimensión que la Península Ibérica, no habría bayameses en el mundo que sintieran perder los nueve décimos de español y engendrarle un hijo a una alemanota, irlandesa, inglesa, polaca, rusa, furía, harpía, condenación y que seguramente no saldría jipato, raquítico, babujal; y sabe Dios, si vos y yo no lo tenemos con tres cuartas partes de manding, carabalí o congo loango”; llegando en última a asegurarle que la independencia de Cuba se firmaría en inglés.
En el sentir de su política anexionista se ven las dos tendencias que han sido el fondo de toda idea separatista: la emancipación de Cuba de la metrópoli española y el mejoramiento del cubano en todo orden. Parafraseando a Schopenhauer, cuando dijo: “raspad la piel de un metafísico alemán y encontreis un teólogo"; yo digo, y sostengo aquí ahora, que raspando la piel a un cubano anexionista de aquel tiempo, encontraríamos un separatista, como el que más lo fuera.
El anexionismo muere con Ramón Pintó, su último mártir El Lugareño sigue su política de mejoramiento del pueblo, en lo físico como en lo intelectual y en lo moral, sin desalientos, Convencido de que si no es por un medio sería por otro que se llega a la independencia y con ella al disfrute de todas las libertades que tanto anhelaba para Cuba.
En la emigración todavía El Lugareño, contrae nupcias por medio de apoderado, -que lo fué el Lcdo. Fernando Betancourt.- con la Sra . María Monserrate Canalejo e Hidalgo, el 7 de septiembre de 1857, en la Iglesia de Guadalupe, hoy de la Caridad, de esta Capital, ante el cura de la misma P. Claudio Valdés, embarcando dicha señora para reunirse con su esposo que la aguardaba en New York, siguiendo a Francia en donde el Abate Estevez, residente en la Iglesia de la Magdalena, de París, les dió la bendición nupcial en 18 de junio de 1858. De esa unión tuvieron tres hijos. Loreto, nacida en 1858 y fallecida en 1860; Alonso, que vive y es tan reputado médico tocólogo entre nosotros, y que nació en 1859; y Napoleón nacido en 1860 y fallecido en 1861.
Loreto nació en New York y Napoleón en París, y ambos murieron en esta última ciudad donde descansan sus manes en el Cementerio del Pere-Lacha' se.
Alonso G. Betancourt Canalejo
y Gaspar Betancourt y Valdés Pita.
Hijo y Nieto del Lugareño
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Alonso nació en Florencia a cuyo lugar se trasladó El Lugareño con su esposa para buscar a ésta consuelo a sus penas por la pérdida de su primera niña. Y aquí es bueno hacer notar que a pesar de ese accidental nacimiento del Dr. Alonso Betancourt en la bella ciudad italiana, él se siente tan camagüeyano como el mismo Lugareño, su progenitor; y ama a la vieja ciudad, a sus tradiciones, -que recuerda a menudo,- a sus mujeres de excepcional belleza y a sus hombres cultos y nobles, con toda su alma y de todo corazón, porque como él dice, vé en Camagüey si no el lugar de su nacimiento material, sí el sitio en que pasó su feliz infancia, en que recibió su plena educación y en que se abrieron los ojos de su razón a la luz de la vida, de los ensueños, de los ideales y del bien.
En 1861, rendido su ánimo por la muerte de su hijo Napoleón al amparo de una amnistía concedida por el Gobierno a los "infidentes", volvió a Cuba El Lugareño.
Su vida fué ya, desde entonces, pesaroza y triste por ende, sin dejar de tener manifestaciones de su grandeza de siempre por su saber y su patriotismo, revelados en sus magníficos escritos que recogía en sus columnas el periódico "El Siglo".
Casa donde falleció El Lugareño.
Calzada de la Reina No. 147.
Demolida junto a las casas contiguas,
para construir una iglesia y convento
para los Padres Jesuitas. Ver siguiente foto.
Y vivía entre Camagüey y la Habana hasta que el fiero mal que le hizo presa puso fin a su existencia, -hermosamente aprovechada.- el día siete de Diciembre de 1866, en esta Capital, en la casa No. 147 de la Calzada de la Reina, demolida aquella recientemente como las contiguas, para edificarse en el lugar ocupado por ellas una iglesia y convento para los Padres Jesuitas.
Su muerte produjo duelo general sin precedente.
La conducción del cadáver desde la Calzada de la Reina al Muelle de Luz para ser embarcado para Camagüey por Nuevitas, (única comunicación entonces), fué una solemnísima manifestación. Los hombres más distinguidos y de la más alta representación en el país, se disputaban el honor de llevar las andas que portaban el cadáver y aquí y en su ciudad natal, los periódicos publicaron suplementos anunciando la mala nueva en artículos rebosantes de hondo sentimiento y veneración. En Camagüey, la llegada del cadáver para su sepelio fué un acontecimiento que inundó en la más profunda tristeza a su pueblo. Como fué ello nos lo pinta brillantemente la dulce poetiza camagüeyana, Aurelia Castillo de González, en un soneto que me voy a permitir leer aquí, porque condensa en toda su extensión esa escena a que me estoy refiriendo.
“Baja el sabio la frente con quebranto:
El ciudadano de dolor se viste:
Alza el obrero su plegaria triste;
Y el campo riega del esclavo el llanto.
Con tierno amor y con respeto santo,
El Camagüey entristecido asiste
A estrechar el hermano que no existe,
Alzando al Cielo religioso canto.
Se abate el sabio por el sabio augusto:
Al patriota deplora el ciudadano:
Ruega el obrero por su amigo justo:
Llora el esclavo por su buen hermano;
Y corre, el Camagüey con paso incierto
A recibir al “Lugareño” muerto... !!
No podía ser otra la resultante de tamaña desgracia. Camagüey, Cuba... la Humanidad, perdían un hombre singular, algo muy poco común.
Fué bueno, fué justo, fué sabio, fué magnánimo, fué un cubano de excepcional amor a la libertad de su patria.
La medida de esta condición de su carácter superiorísimo y firme, la dá una carta que escribió desde New Orleans el 8 de junio de 1854 a su apoderado Don José Joaquín Ruora, residente en Puerto Príncipe, que exprofeso he dejado para este momento y lugar ocuparme de ella, porque solo su lectura dá a cualquiera, idea completa de la magnitud, del patriotismo de “El Lugareño”, ile su desinterés en ara's de su causa y de su extrema dignidad.
"Ha llegado a mis manos, escribía, por vía de New York, su atenta carta de 5 de mayo pdo. en que se sirve Vd. comunicarme la publicación del R. D. de amnistía de 22 de marzo último, a virtud del cual se consideraba Vd. ya legalmente autorizado para comunicarse conmigo como lo deseaba, por el carácter que tenía de administrador de mis bienes."
"Muy reconocido a esta atención de parte de Vd., cumple a mi amistad manifestarle que subsiste en toda su fuerza la causa que me privaba de su correspondencia. El impreso que le acompaño, publicado en esta ciudad el 9 de mayo, le hará comprender a Vd. que los que suscribimos ese documento, preferimos la expatriación perpetua a los favores de un gobierno, al cual miramos como al opresor de nuestra patria y usurpador de todos los derechos de nuestros compatriotas."
“Desde que me resolví a conspirar contra el Gobierno español, o más bien, contra la dominación de España en Cuba, dí por perdidas todas mis propiedades y no he pensado más en recobrarlas sino con la independencia de la Isla de Cuba y un gobierno propio, libre y digno de la civilización de sus hijos. La conducta que Vd. ha observado respecto de los arrendatarios de los sitios y tierras de Najaza le hace a Vd. mucho honor y me complazco en reconocer y aplaudir el sentimiento de justicia y equidad que ha movido a Vd. a conservar en sus colonias a hombres que eran amigos parientes del proscrito".
“No he dejado de extrañar amigo Roura, que Vd. conociendo mi carácter y mis principios haya concebido por un momento la idea de que yo podría aceptar un perdón que no he solicitado, y que aceptándolo mejoraría mi bienestar personal, pero no en un ápice la causa a que llevo consagrados 30 años de mi vida! Permítame Vd. decirle que mis principios, mis convicciones y mi moralidad política no se sacrificarán jamás a intereses materiales, ni à afecciones de familia, ni de amigos. La causa en cuestión no es mía; es de Cuba y los cubanos, es de un pueblo oprimido y ultrajado por sus propios progenitores, exheredado no solo de sus derechos de españoles, sino hasta de los naturales de hombres y de gradado y condenado a la condición de parias políticos o ilotas."
"Continúe Vd. con la administración que el Gobierno le ha confiado y satisfaga Vd. con su honrado proceder a quien le ha encargado de la administración de esos bienes, y cuando Vd. juzgue que pueda legalmente escribir a los proscritos, mande órdenes a quien en todos tiempos y bajo cualesquiera circunstancia, de preferencia en las adversas, desea servir a los que llama sus amigos, y es de Vd. sin más a. y s. s. q. s. m. b. Gaspar Betancourt Cisneros”.
¿Se necesita más que esos conceptos para juzgar a El Lugareño?
Esa carta, sola, es bastante para dejar sentado que es su autor un hombre privilegiado con la superioridad de su talento, de su patriotismo, de su dignidad y de su desinterés. Un hombre, cuya vida y obras, -que no pretendo yo haber recogido ni siquiera reasumido exactamente en este corto trabajo debe ser siempre nuestro ejemplo y objeto de nuestra más sentida y reverente veneración; y para el cual ha de parecer extraño, extrañísimo es, que no se haya llegado a la erección de un monumento que perpetúe su memoria, como es proyecto hace tiempo; pero que mientras no se lleve a la realidad deja un vacío inexplicable en los sentimientos de un pueblo por el que alentó y vivió en la más absoluta consagración "El Lugareño".
Y como he pretendido en vano pintarte, yo, que sí sé admirarte no tengo facultades para tanto, perdóname
"Oh! tu del Camagüey apóstol santo,
¡que con luz de la verdad rompiste
de la ignorancia el tenebroso manto,
y con tu noble propaganda hiciste
extremecer al despota de espanto! "(2)
He dicho
Dr. Andrés Segura y Cabrera
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(1) El número extraordinario de los trabajos literarios de El Lugareño y la circunstancia de haber éste utilizado la prensa y el género epistolar para divulgar sus ideas, hicieron sumamente difícil desde un principio el poder reunirlos y coleccionarlos, y desde luego, imposible el obtenerlos todos; estas dificultades se han hecho casi insuperables a causa de la situación política del país, pues las persecuciones del Gobierno produjeron la pérdida y destrucción de muchos de ellos No obstante su deudo amantísimo el Sr. José Ramón Betancourt, durante la emigración, en la guerra de los diez años, pudo recoger algunos y los empezó a ordenar y clasificar para publicarlos, sin que pudiera realizar ese propósito, por haberle sorprendido la muerte antes que llegara a terminar ese trabajo.
Hoy esos papeles se encuentran en poder del Lic. Angel C. Betancourt, distinguido y sapiente magistrado de nuestro Tribunal Supremo, camagüeyano amante de su pueblo y también deudo amantísimo de El Lugareño, quien según nuestras noticias, se ocupa con asiduidad e interés, en seguir y completar la obra de su ilustre tío.
(2) Esta es la primera estrofa de una poesía del Sr. Leopoldo Turla, publicada en "El Demócrata” de N. York, en 1870
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Se respetó el texto como fue publicado
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