Nuestra Gertrudis Gómez de Avellaneda, es por la excelsitud de su obra en prosa y verso, una figura memorable, y tanto que aun a dos siglos de distancia, seguimos admirándonos con largueza y admirado gesto, de rasgos de su inolvidable personalidad que, nos la acercan y develan en la pujanza de sus dotes más sensibles y humanas.
Hemos descubierto con fruición estos nuevos pormenores en una publicación de nuestra añosa revista Bohemia, en un artículo firmado por P. Díaz del Gallego para aquella publicación el 10 de Agosto de 1913.
Con el título de Noticias de la Avellaneda, el cronista, develaba para aquel minuto, cercano al primer centenario del nacimiento de la poetisa camagüeyana, estos mismos detalles que hoy comparto con el amable lector:
Creo que voy a contar algo que no sabe mucha gente, y así entiendo que, aunque algunas de las cosas que diré son de antiguo publicadas, han de parecer noticias casi inéditas (…) Es verdad que buena parte de estos conocimientos se los debo al Director de la Biblioteca Nacional, el laborioso y erudito Figarola Canela, el cual quizás sea el cubano que más sabe de la vida de la gran camagüeyana. Pero no es menos cierto que otra parte se la debo a mis esfuerzos personales en husmear los libros viejos de los cuales tantas veces vi reír al vulgo necio que ignorándolo todo, ríe de todo y de todo emite juicio con carácter de infalible.
La revelación tan esperada que por tan sugerente introducción del cronista, es la que sigue en su interesante discurso, y que transcribo, desde aquí en extenso al curioso lector:
Mas entremos al asunto.Alguna vez lector amable ¿no te ocurrió pensar cuando leías las poesías de doña Gertrudis Gómez, si la autora fue hermosa, de buen talle, de ojos dulces y de labios rubí? Alguna vez no te ocurrió preguntar si su carácter fue apacible o colérico, vehemente o reflexivo, firme o débil…?(…) Cualquiera haya sido la imagen caprichosa que pudiste imaginar cuando leias sus producciones(…) o al ver dos o tres retratos mediocres que la prensa ha publicado… oye la verdad histórica, buscada y reconstituida en virtud de esos viejos y empolvados manuscritos que no más se hallan en sotanos hediondos y en raídas claraboyas… La Avellaneda fue de alta estatura, trigueña y de ojos grandes y negros, de mirar inteligente. Sus mejillas se tiñieron de un suave y habitual color de rosa. Sus cabellos fueron negros, abundantes y sedosos, levemente ondulados por artístico capricho de la Naturaleza. Su nariz más bien pequeña, sin ser ñata, no muy rojos sus labios, fino y terso su cutis… Desde el pleno desarrollo o edad núbil se hizo gruesa, acaso más de lo que era necesario, aunque también esa gordura (a la que llamaba mole ella en chanza) fue atenuada por un cumulo de líneas elegantes que se hubieran dicho dignas de un pincel como el de Rubens.Su carácter fue imperioso, hasta lo irreductible, como consecuencia de su superioridad intelectual y de cultura(…) Como la genial Aurora Dupin, la Avellaneda tenía el vicio del tabaco, si bien este en ella era más disculpable que en la extravagante amiga de Flaubert. Pero no iba como esta a los cafés y restaurants a departir y a alternar con renombrados literatos vestida de varón. Porque aunque es cierto que la Avellaneda usó en distintas ocasiones-muy contadas por cierto-el nombre de su hermano Felipe de Escalada, ello fue como seudónimo de escritora… Fue generosa hasta rayar en la prodigalidad. Caritativa en extremo, socorría con largueza a cuantos menesterosos demandaban su limosna. En lo que atañe a esta admirable cualidad de la poetisa, se registra un episodio en su vida doméstica de una enorme belleza: su matrimonio con el tísico don pedro Sabater. Habíase este enamorado de la ilustre escritora con más fuego que un Macías, y no perdía ocasión de requerirla de amores. Padeciendo una profunda afonía por la intensa laringitis que se apoderaba de él, era algo tragicómica su actitud de tenorio acerca de la altruista Tula de Avellaneda, a la par que un peligro constante de contagio. No obstante ella, la altísima, la noble, la cubana, se movió de gran dolor por aquella alma exquisita del ilustre Diputado, y una caridad infinita se apoderó de todas sus potencias.(…) Fue para el solo una hermana en amor de caridad, una solicita enfermera que endulzó al desdichado los últimos momentos de su vida. Y cuando él bajó a la tumba, ella encerróse en un convento largo tiempo. Así fue bella de alma como bella era de cuerpo.
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