Para algunos, "El Lugareño" fué un patriota conspirador contra la tiranía española; para otros, un rico hacendado antiesclavista; para otros, un... escritor de costumbres; para los más el iniciador del primer ferrocarril en Cuba. En efecto, fué todo eso, porque fué algo más: fué el Camagüey de su tiempo, un pueblo hecho hombre, con todas sus virtudes, con todos sus anhelos, con todas sus aspiraciones y con todas sus luchas. De 1830 a 1866; no se concibe en Camagüey obra realizada ni aspiración concebida en el fondo de la cual no esté la inteligencia o la mano de ese hombre; su biografia, si alguna vez llega a escribirse, será la historia del progreso local de su pueblo en aquel tiempo. Discipulo, aunque creo que no alumno, de Varela; amigo, querido y respetado de todos los cubanos notables de su epoca, desde su obscuro rincón contendió en filosofía con Luz y Caballero y en política con Saco; el primero llegó a calificarlo de "patriota a toda prueba, que todo se vuelve hidalguía y buena intención", en aquel memorable artículo en que cooperando a la defensa que el "modesto Lugareño" hiciera del padre Varela, dijo de éste que "mientras se piense en la isla de Cuba, se pensará en quien nos enseñó primero a pensar".
"El Lugareño" fué para Camagüey un hombre único: su influencia se hizo, sentir en todos los órdenes de la vida de aquel pueblo, a pesar de las prolongadas y frecuentes ausencias, forzosas casi todas, que le mantuvieron alejado del mismo. Muchas veces he pensado en sus aptitudes y sus obras comparativamente con las de otros cubanos notables de otras regiones de la isla, y siempre he observado que su influencia personal, sola, equivalió a la que en conjunto. todos aquellos ejercían, según sus aptitudes y empeños, en las múltiples esferas de la vida pública. Aunque su arma de combate preferida fué la prensa, sin duda, porque, como él decía, "el público asiste a las cátedras y aprende, en los libros; el pueblo asiste a los talleres y aprende en las gacetas"; fué a la vez maestro, orador, político, publicista, agricultor, economista, conspirador, y sobre todo, amigo práctico y desinteresado y benefactor de las clases desheredadas. No puedo negar, sin ser injusto y sin contradecir mi tesis, que tuvo colaboradores eficaces que le comprendieron y secundaron, entre los cuales debe recordarse a su primo Salvador Cisneros Betancourt, por muchos confundido con el Marqués, dada la coentidad absoluta del nombre, a veces atribuyendo al último acciones del primero que la crítica histórica no podría explicarse, si desconociera la existencia de tan benemérito patricio, sino otorgando a su esclarecido homónimo el don de obicuidad o una existencia más que centenaria; a don Ignacio Agramonte, jurisconsulto notable, tronco de una familia de patriotas camagüeyanos, y al injustamente olvidado don Manuel Emiliano de Agüero, ciudadano ejemplar que en vida fué admirado y querido por sus paisanos, que convirtieron su entierro en una apoteósis, como antes nunca se viera y que después solamente puede compararse con la del propio "l.ugareño"; y con la del Marqués; pero a pesar de la grandeza y de los merecimientos de esos y de otros muchos de sus coetáneos que contribuyeron a ahogar el estrépito de las malas pasiones que en torno suyo, como en el de todo lo que sobresale, se agitaban, y a hacer fecunda su labor, la acción de "El Lugareño" fué tan honda, tan constante y persistente, que la posteridad atribuye a ella sola el efecto de haber lanzado y mantenido en la senda del progreso a una sociedad que parecía indolente, elevando sus ideales, transformando sus costumbres, sin alterar la base de sus sentimientos. En esto estriba la grandeza de su obra: penetró como ninguno en la conciencia de su pueblo; entró hasta el fondo de su espíritu; desentrañó cuanto en él había de sólido y puro y mostróse avaro en conservarlo: no innovó: depuró. Político perseguido por la tiranía, separatista por convicción, enemigo del régimen y del señor de la tierra, los combatió noblemente con las menguadas armas que aquellos le dejaron a su disposición; los cambatió sin rencor ni intransigencias, pero sin debilidades ni desmayos; enseñó a su pueblo a sentir ansias de independencia, pero, más que de independencia, de libertad y de cultura. Jamás servil, fué siempre amante y mantenedor del orden cimentado en el racional respeto a las instituciones que no empecé al combate de las mismas. Al propio tiempo que abrió su pueblo al comercio universal sacándole de su aislamiento, le predicó el amor a la tierra, y con su ejemplo tendió a destruir los grandes latifundios, para hacer accesible a cada uno de sus paisanos, un pedazo del suelo bendito, que formalmente les enseñó a laborar con amor y a conservar con interés; llevó la cultura a los campos con las escuelas, con los talleres, con los centros de población con que soñó sembrar aquellas inmensas soledades, moderando los egoísmos y procurando estimular la corriente de una inmigración sana y laboriosa. Enseñó con la palabra y con el ejemplo, y cuando quiso suavizar las costumbres que el aislamiento y el origen hicieron ásperas, no fué dómine airado que agitó disciplinas o palmetas, ni se erigió en mentor austero y quisquilloso malquistado con todo lo regnícola y peculiar de su tiempo y de su raza; sino que descendiendo hasta el estilo llano y fácil del costumbrista, presentó a aquella sociedad, como en un espejo, según él mismo decía, "sus jorobas y deformidades", para que por sí misma las apreciara y las corrigiera. Si los camagüeyanos no hubiéramos tenido otro ejemplar -y hemos tenido otros, y otro, (1) para bien de la patria tenemos aún,- de hombres superiores, que "El Lugareño", con ese nos bastaría para que no se nos tuviera en deuda con el progreso común de la patria; pero no es esta la conclusión a que quería llegar: no entra en mi propósito, ni cabría en los límites de esta carta, exponer ni analizar la obra del "Lugareño"; sólo quiero, al expresar, mi juicio acerca de su significación como personalidad sobresaliente de nuestra patria como personificación del Camagüey de su tiempo, demostrar -porque no creo en genios autóctonos que surgen providencialmente del seno de los pueblos cuando éstos los necesitan, ni en redentores importados- que si la obra del "Lugareño" fué la que fué, y fué fecunda, tal aconteció porque en aquel medio existía la materia prima para ella; porque el Camagüey que lo produjo, y que-pequeñas contrariedades aparte- siguió su impulso era ya, en aquellos días, un pueblo culto.
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(1) No habrá camagüeyano para quien no sea clara esta alusión; pero el autor se complace en manifestar que se refiere al eximio pensador y patriota insigne Enrique José Varona.
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