Señores de la Presidencia, señoras y señores:
Firme frente a la vida, y, decidida, nunca formulé anhelo que no osare trocarlo en realidad, ni acredité promesa a que no diese digno cumplimiento. Mi actuación de hoy confirma de manera paladina esta inveterada práctica de la existencia mía, pues no obstante la alta responsabilidad que implica hablar a un público principeño de Aurelia Castillo de González, me doy regocijada a tal labor, en memoria del Venerable y nunca bien llorado Dr. Gonzalo Aróstegui, recia personalidad del mundo literario y científico cubano, que al verme partir de la capital de la República, rumbo a esta procer ciudad donde me aguardaba el honor de una Cátedra en el Instituto al que he consagrado mi más fervorosa simpatía, me pidió que alguna vez platicase a mis conciudadanos de aquella gran prosista, familiar suya y timbre preclaro de las letras patrias, y yo que en aquellos días por cierto, solícitamente me daba a la lectura de los hermosos dramas de la Avellaneda, accedí al gentil reclamo del peticionario distinguido, segura de que un día cercano o lejano, pero cierto, abriría los textos de nuestros críticos, leería con previedad las publicaciones de la prosadora relevante, pensaría con la amplitud mayor de que fuese susceptible mi psiquismo en lo que significó aquella conciencia de mujer en el campo narrativo donde su pluma fácil consignó para siempre la fecunda cosecha de su ideario, y en definitiva, vivo o muerto, cuerpo o alma, más acá del misterio infinito o más allá de los infinitos secretos misteriosos, fecha vendría en que dijera ufana: “Don Gonzalo, he puesto a la disposición de tu egregia ascendiente, los humildes veneros del cerebro mío. Cuanto en mí hay de ternura y de bondad, de visión y de sensibilidad, lo he proyectado al enfoque que me ha sido permitido por mis fuerzas, de la fuerza superior e invencible de un talento luminoso, un carácter íntegro y un corazón honrado. Hoy he cumplido mi misión y he aquí que en el primer centenario del natalicio de tu tía amantísima, te presento, como sacerdotisa antigua que elevase, en la majestad del templo su plegaria sagrada, la plegaria de amor que al referirse a la memoria de la benemérita cubana, que esta docta sociedad saluda con amor, alcanza a tu memoria, que fulge en los espacios siderales como un cirio radioso que señala el decoro y el progreso a la tras humante y triste caravana, que en el bélico mundo en que alentamos teje cruenta el gran drama de la vida”.
Echemos la mente a volar un siglo atrás. En una de las venerables casonas de la ciudad antigua, a una familia de prosapia ilustre, le ha nacido una niña; va a ser adorable encanto de un hogar circunspecto; va a reir, a llorar, a empinarse entre el coro de halagos domésticos y admiración foránea a su exquisitez mental y hermosura física; va como señorita de casa acomodada a la usanza de entonces, a recibir adusta educación; va a florecer versos, va a esculpir prosa; va a sentir que el amor le entona barcarola blanda y tierna en lo más noble de su corazón apasionado; va a emprender ritornelos anímicos con un novio de preparación pulcra, que al poco será su esposo enamorado, va a sufrir por Cuba y va a salir de Cuba; en exilio de años andará melancólica por la bermeja y áurea tierra hidalga de España; volverá a Cuba, paseará por México, llegará a Chicago con motivo de la exposición universal; sentirá la tentación seductora de París curará su salud en Vichy, tendrá relaciones con lo más granado del mundo intelectual coetáneo, de ella; en bocetos garridos presentará la ejemplaridad digna de emulación de nuestros héroes, y presa de dolor aplastante, verá caer al esposo vencido por la muerte, legándole el recuerdo sempiterno que fué símbolo noble de su vida; luego, Cuba la aclamará y abrirá a su talento sus más conspicuos Diarios y notables Revistas; y aún, no obstante, no permanecerá, indefinidamente, aquí; de nuevo cruzará el mar, llegará a la Italia de Victoria Colonna y de Calduci, a traducir una obra de D’Annunzio, y a percibir el milenario perfume de la cultura clásica del Latió; y así, con el acerbo cultural que viajes y lecturas, tratos y observaciones propician a la mente flexible de movimiento ágil, volverá a Cuba, con el alma como la cabellera, nivea, mostrando el imponente aspecto de ese invierno vital que todo agosta, y en todo asoma un afilado rictus de melancolía; volverá triste pero en plan de servicio, y en aquella como ininterrumpida ofrenda de su numen de artista, a su nación heroica, se verá sorprendida por la muerte y alcanzará el epitafio de la crítica, que sin tibiezas, ni dubitativas reservas reticentes va a proclamarla con Luisa Pérez de Zambrana, en el nivel más alto de la prosa en Cuba. ¡Tal fué Aurelia Castillo de González, tan digna de pleitesía por su singular valor intelectual, como por su distinción y recato impoluto de mujer que levantando a plausibles cimas el tradicional concepto del honor, con el honor, por el honor y para el honor, empinó a soberanas cumbres bendecibles el lábaro de armiño que en la pureza de las costumbres patrias simboliza al legendario y heroico Camagüey!
Desde el 27 de Enero de 1842, hasta el 6 de Agosto de 1920, la eximia escritora describió en el proceso de nuestro espacio literario un vuelo ascendente, cuyo prestigio se constata y acredita por su estela.
La fertilidad de su labor la expresa la asáz fecundidad de su cosecha.
Reparad, siquiera sea somera e informalmente, su producción variada y ved la profusión de su legado que admoniza, en la fábula; recrea en sus paseos y crónicas de viajes; incita al más ferviente y puro patriotismo en sus “Trozos Guerreros”; ejemplariza, de suasoria manera, en sus relatos de armonías hogareñas y deleites domésticos; y, une el recuerdo del ayer lejano y la esperanza en el mañana próximo, en el canto inspirado de sus versos.
Entonces ¿qué valencia ostenta, Aurelia Castillo de González, en nuestro nutridísimo Parnaso? Fiel a la idea de que uno no es en la vida lo que uno cree de sí, ni lo que los demás creen de uno, sino, acaso, el promedio de ambas audaces presunciones, creo prudente recurrir a su autobiografía y al juicio autorizado de la crítica para de la anastomosis de entrambos aportes juzgadores, inferir, netamente, su rango literario.
Ella se nos presenta, en los trazos en que se ofrece, de su puño y letra, a la biográfica labor del pacienzudo y previsor Calcagno, desde los días en que recibe la primera enseñanza en el hogar paterno, bajo la preceptoral docencia de Fernando Calcagno, hermano del autor del conocido Diccionario, hasta el año 1851, en que asuntos políticos lo ausentaron de Cuba y se ve en el caso de recurrir a un nuevo profesor, que no llena las aspiraciones de sus celosos padres, y, en consecuencia, resulta despedido, lo que la constituye, a temprana edad, en rectora de sus propios esfuerzos, dado el temor paterno de instalarla en alguna de esas “escuelas de niñas de donde hartas veces suele salir marchita la flor de la inocencia”.
A la postre lamenta que su tesoro intelectual no fuese en aquella fecha vasto, pero destaca la satisfacción de que el código de moral que la rige y aprendió de sus mayores en el ara de la dignidad hogareña, pautara con eficacia y disciplina el desenvolvimiento cabal de su existencia.
Luego se nos revela en los idílicos instantes en que el novio la invita al progreso, y ya esposo resulta para ella compañero y maestro, pues es preciso recordar que la inteligente hija de Don Pedro Castillo y Betancourt y de Doña Ana María Castillo y Castillo, el 6 de Mayo de 1874 contrajo nupcias con el comandante de infantería Don Francisco González del Hoyo, que un año más tarde se veía compelido a abandonar a Cuba por servir al honor, que es bandera temida y mal mirada por los huraños hombres que llegan a la cima en época perversa de ignominia.
Ya por ese entonces había Aurelia escrito más de una comedia, y luego se ve inclinada a colaborar, en Cádiz, en la publicación de la Señora Biedma; sin embargo, estimo qué más bello y más útil que uno y que otro esfuerzo, fué la perseverante lectura que en el libro abierto de la naturaleza, realizó a la vera del Mar Mediterráneo, en aquellas palestras, augustas, donde al través de tres mil años la humanidad ha tejido, grávida de anhelos y macerada de quebrantos, el cíclico poema en que la Historia resalta los relieves de la vida.
A la comprensión del Capitán General Martínez Campos, debe el goce inefable de volver a Cuba y gozar del entusiasmo tierno de abrazar a su padre y a su hermana.
No hemos de olvidar que a este viaje, suceden los viajes a que he aludido en el inicio de esta semblanza, modesta como mía, y mucho menos de prescindir de la importancia que tuvieron estas excursiones en las cuales libó las finas esencias pertinaces que prestigian sus leyendas americanas: Xicotencal, Doña Marina, Moctezuma y sns inolvidables “Cartas de París”, “Cartas de Italia”, “Cartas de Suiza”, su poema Pompeya, compilados, por cierto, en su obra “Un Paseo por Europa”, así como sus impresiones de la opulenta capital de México y de Chicago orlado por las galas de la Exposición de 1893, trabajos éstos que figuran en su conocida compilación “Un Paseo por América”.
Su pasión por Cuba, jamás disminuyó un ápice con sus prolongadas actividades en playas forasteras. Nada menguó este amor, y al efecto se solaza con toda ocasión en que pueda traducirlo y revelarlo. Dígalo con entera claridad la circunstancia de empeñarse en biografiar a la inmortal Gertrudis Gómez de Avellaneda, durante su estancia apacible en su retiro de Guanabacoa; y aún más, aquella otra en que obsequiada en albergue, genuinamente camagüeyano, por familia amiga con agua de tinajón, que le era tan querida, musita entusiasmada:
Agua santa de este sueloDonde se meció mi cuna,Agua grata cual ninguna,Que bajas pura del cielo,Al beberte con anhelo,Casi con mística unción,Pienso que tus gotas son,De mi madre el tierno llanto,Al ver que me quiere tantoCamagüey, tu corazón!
Esta vehemencia con que alaba y que gusta lo vernáculo, es su blasón más noble y más característico. No aborrece lo extranjero, pero dignifica y proclama los valores genuinos, y en qué modo, y con qué gallarda bizarría. Donde ella se alza, se alza el decoro patrio, y hay mástil empinado para la bandera mambisa que lleva en el alma, y hay versos para el Lugareño y epinicio triunfal para Agramonte.
Intuyese de lo expresado, que nunca se desvinculó de Cuba, ni de sus deberes de espíritu exquisito para con la Patria en lucha por la redención. La muerte de González con haber sumido, su persona, en dolor cruento, no llegó a desviarla de su ingente tarea copiosa, distinguida, edificante. Lo mismo cuando la angustia la abate, que cuando la esperanza la estimula, Cuba va en ella en relicario de amor sacro y eterno. En concordancia, en 1898 cuando llora delante de su casa de Guanabacoa, que la halla destrozada y que le inspira “Ruinas”, que luego de la aventura que la obliga a salir de aquella villa y se traduce en “Expulsada”, que en 1902 cuando al instaurarse la República escribe “Trozos Guerreros” y “Apoteosis”, mueve su ánimo la fibra venturosa que sensibilizando de manera notoria su ser, la lleva a exclamar en tono altivo:
La Bandera en el Morro ¿no es un sueño?La bandera en palacio ¿no es delirio?¿Cesó del corazón el cruel martirio?¿Realizóse por fin el arduo empeño?Muestra tu rostro juvenil, risueño,Enciende ¡oh Cuba! de tu Pascua el cirio,¡Qué surja tu bandera como un lirioUnico en los colores y el diseño!¡Sus anchos pliegues al espacio libranLos mástiles que altivos la levantan!Los niños la conocen y la adoran.¡Y sólo al verla nuestros cuerpos vibran!¡Y sólo al verla nuestros labios cantan!¡Y sólo al verla nuestros hijos lloran!
La dama del “Adiós a Víctor Hugo” y la Figlia de loro de D’Annunzio,es la sacerdotisa de sentimientos venerables que se estiman, de modo indubitado, en su reseña de Máximo Gómez:
Alto y enjuto y de ademán severo
Del enemigo estuvo cara a cara
Con la enseña de Cárdenas y Yara
De los Diez Años en el lapso entero.
¡Voy a partir, exclama, mas... espero!
Y de Baire a la bélica algazara
Como saeta a la Invasión dispara
Y la Invasión escribe con su acero.
De libertad al delirante grito:
¡Salve, prorrumpe el pueblo al Presidente!
¡Con flores deja que tu suelo alfombre!
Mas, él, formado de inmortal granito,
Dice, indicando al solitario ausente
Con suprema grandeza: “Este es el hombre”.
Sobre esa realidad, que hable la crítica, y diga lo que deba de decir alto y enfático con la autoridad de los criterios de Vidal Morales y del afable poeta mexicano Peza. El primero de ellos, admirado de su labor concatenada y digna, que integra seis libros y le ha valido el respetuoso recuerdo de la posteridad, llega a creer que, entre nosotros, no tiene rival como prosista, y luego de celebraciones, justificadas, sin duda, por su maravillosa carta: “Noli me Tangere”, sobre la inmortal novela de José Rizal, afirma textualmente: “después de aspirar la exquisita frangancia de las flores que ostenta el artístico búcaro de los “Trozos Guerreros”, es preciso convenir, amiga mía, en que el astro poético de usted, es el que ha.hecho vibrar, con más exaltación patriótica, en estos tiempos, las fibras de nuestros corazones”. A mayor abundamiento, Juan de Dios Peza, calificando con encomio a “Trozos Guerreros” y “Apoteosis”, en carta dirigida a la inspirada autora reza: “La felicito de todo corazón por su meritorio trabajo. ¡Qué bien pintados están los héroes! ¡Cuánta justicia y cuánta veneración rebosan en los versos que les consagra! ¡Qué interesantes son las notas! ¡Gracias por la dedicatoria y reciba con mis aplausos mi admiración y mi cariño invariable!”
Se colige de estas someras consideraciones que la señora Castillo de González, logró demostrar en modo resoluto, y en una época en que la mujer nada podía, que en esta tierra de sonrisas y lágrimas, todo lo puede la mujer.
Es admirable observar que su obra, y conste que doy a la frase contenido más amplio que sus publicaciones, pues con éstas también considero el sentido y el valor artístico de su conversación, la filosofía de sus consejos, la docencia acrisolada de su opima labor, su cariñoso apostolado de orientación por la sincera emulación para la mujer entonces limitada y presa de complejos, empresa es, que no se ofrece a la pesquisa del intelectual descoyuntada, sino, coordinada, metódica y enriquecida por un certero plan.
Aquella sentencia: “Educar es Redimir” que un día pasado iluminara los labios de un filósofo antiguo, acaso fuese el ínsito y unitario sentido de su obra formidable.
Ella supo que vivir no es pasar, sino, cobrar en el paso una trascendencia inmarcesible que perdura en la huella.
Por eso cuanto ella dijo para ayer, está en presente hoy, y fresco y sano llegará a mañana.
Con menor o mayor emoción en uno que en otro verso; con más perspicaz penetración en una que en otra aseveración de tanta y buena que formula sobre el mundo y los hombres y la vida ¿quién va a regatear que fué gloriosa?, ¿quién que venció a los infortunios, a las aleatorias ventiscas del Destino y a la torva vorágine del tiempo?, ¿y quién que sembró en los corazones de sus contemporáneos una simiente espléndida, cuya germinación invita al brazo a defender el suelo y a la conciencia, en oración bendita a penetrar en aras de plegaria la excelsitud infinita de los cielos?
Eso es, no más, ló que el planeta debe de exigir a los seres que, en mérito a su capacidad o jerarquía, se constituyen en dignidad social, con cura de almas o tutoría de espíritus. Llegue pues, a los lampos sublimes.donde las almas moran, la sincera ovación que, en su pueblo nativo, le tributan, leales, conmemorando el primer centenario de su natalicio las almas con conciencia de su fama; y yo previa constancia de mi gratitud, que dejo consignada para mi amable compañera la Srta. Pérez Lama, por la renunciación que hiciera, en mi favor, de este turno, que asumo consciente del deber que me asiste de rendir devota este tributo, evoque su fulgor, bata palmas en loa de sus ternezas y diga comprensiva y enardecida:
Aurelia del Castillo, esta reseñade tus nobles y anímicos primores,es mi ofrenda, tejida con las floresmás fragantes del alma princlpeña.
Lilia E. Fuentes Aguilera de Fernández.
Camagüey, 1942.
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