He aquí un canto que surgió repentinamente, digno de la época que lo produjo. Sus acentos hieren el corazón a impulsos de un santo entusiasmo.
La explosión del sentimiento público se manifiesta en esta inspiración, cuya, noble energía sobrepuja a la de los más hermosos cantos guerreros de la Grecia antigua, a las más elocuentes manifestaciones de los bardos.
Es la Musa de los combates que toma su lira de bronce para entonar con voz eléctrica estas palabras magicas :
Corramos, hijos de la patria,el día de gloria llegó ya;
Si; el día de gloria llegó, y los hijos de la patria formaron sus batallones y elevaron el nombre francés al primer rango de las naciones.
El efecto sorprendente que este canto produjo siempre sobre los franceses, cualquiera fuera el régimen político bajo el que se hallaran; la admiración universal que despierta y de la cual no lograron librarse aquellos mismos que más temieron recordar los tiempos tempestuosos en que nació; la sorpresa mezclada de espanto que inspiró a los pueblos que tomaron las armas contra nosotros; todo contribuye, dice Jorge Kastner, a hacer de esta inspiración excepcional uno de los más hermosos monumentos del arte. Así es, que por un caso único en la historia de los cantos patrióticos, La Marsellesa ha venido A ser para todos los pueblos civilizados la expresión por excelencia de los más nobles sentimientos, entre los cuales el amor de la patria es el primero.
En efecto, el himno de Rouget de Lisle es conocido de todos los pueblos del mundo, quienes lo cantan con emoción y respeto, al lado de sus propios cantos patrióticos.
Sábese que los alemanes, que pasan una parte de su vida deplorando no haber sido los primeros en cuanto los franceses han producido antes que ellos, niegan con una persistencia verdaderamente cómica, que Rouget de Lisle-sea el autor de La Marsellesa.
Son ellos, los alemanes, quienes la han compuesto, y Rouget de Lisle no ha hecho más que copiarla.
Para probarlo han escrito en los diarios y revistas material para 50 volúmenes. Esto es demasiado, Lo que es verdad no necesita tan exagerada demostración. Cuado los alemanes se dicen autores de La Marsellesa, no se muestran ni menos ridículos ni menos tontos que cuando pintan la batalla de Solferino, donde se ve a los austriacos dueños del campo, y, en cuerpo de francés, a un suavo único fugitivo, jadeante, sin aliento, que llega al fondo del cuadro para unirse al grueso del ejército que se oculta a todas las miradas, sin duda porque el grueso del ejército se mostró en la huida más ligero aún que el suavo. A pesar de estos cuadros elocuentes, creo que a los alemanes ha de serles bastante difícil hacer creer a los mismos alemanes que únicamente por bondad de alma, el emperador de los austriacos, vencedor en Solferino, cedió la Lombardía a los franceses.
Pero volviendo a La Marsellesa, si fuera necesario probar, una vez por todas, cuanto hay de absurdo en la pretensión de los alemanes, tomaríamos los elementos de esta prueba en una serie de artículos publicados por Mr. Georges Kastneren la ‘‘Revista y Gaceta Musical’’ fecha marzo y abril de 1848.
Este trabajo, muy interesante, de nuestro sabio músico, no deja ningún asidero a las réplicas, porque es con los propios escritos de los alemanes que Mr. Kastner los combates burlándolos.
Pero, ¿a qué tratar de convencer a gente que pinta del modo que ustedes saben la batalla de Solferino? A nada.
“Rouget de Lisle, dice Mr. Kastner, oficial del cuerpo de ingenieros que estaba en Estrasburgo, fué invitado a una comida que daba el alcalde de la ciudad, Mr. de Diétrich. A esta comida concurrieron una docena de personas. Durante la comida, la conversación versó sobre los acontecimintos políticos; se habló sobre todo de la guerra, y se excitó a los circunstantes a producir cualquier inspiración, verdaderamente heróica que respondiera a los sentimientos de entusiasmo de la nación. Rouget de Lisle, que en sus momentos de ocio cultivaba con éxito la poesía y la música, se sintió inflamado por aquellos discursos. Al entrar en su casa era presa de exaltación febril. La noche la pasé improvisando las palabras de La Marsellesa, de la cual componía al mismo tiempo la música valiéndose de su violín.
Una vez terminada la obra, la remitió por la mañana al alcalde. Una pariente de éste, Mlle. Diétrich, se sentó al piano y la ejecutó. Rouget de Lisle, que aun no se había dado cuenta de su trabajo, según confesó luego repetidas veces, pudo convencerse, viendo el entusiasmo que se dibujaba en el semblante de los oyentes, de que su creación no era un suceso ordinario. Los convidados de la víspera fueron citados inmediatamente, y acogieron el nuevo canto nacional con transportes de admiración, apresurándose a copiarlo y a distribuirlo entre los músicos que lo ejecutaron al paso de las tropas.
Los soldados, al escuchar por primera vez esta música extraordinaria cuyos varoniles acentos repercutían en el fondo de sus almas, se decían unos a otros sorprendidos de lo que experimentaban: “Qué tiene esta diabólica música? Hay en ella magia avasalladora.’’ Asegúrase que en vez de 600 hombres que debían ingresar como voluntarios, excedieron los alistados de mil y cientos.
Rouget de Lisle publicó y repartió en Estrasburgo su himno cívico bajo el título de «‘Canto del ejército del Rhin,’’ como lo prueba un fac simile de la edición original.
Los soldados lo adoptaron y los generales reconocían su maravillosa influencia. Uno de estos escribía al Directorio: «Yo he ganado la batalla; La Marsellesa combatía a mi lado.” Otro pedía ‘un refuerzo de mil hombres o una edición de La Marsellesa.’’ Un tercero decía: ‘‘Sin La Marsellesa me batiría siempre uno contra dos; con La Marsellesa, uno contra cuatro.”
La Convención apreció el mérito de este canto y lo hizo ejecutar como sinfonía, y varias veces en medio de sus sesiones, especialmente cuando se anunciaba alguna nueva victoria alcanzada por los ejércitos de la República. Además, la puso en el primer rango entre los cantos patrióticos que, según los términos de una ley del año 1795, debían ser ejecutados por todos los cuerpos de música de la guardia nacional y de las tropas de línea. Después de haber hecho justicia a la obra, se rindió homenaje al autor, ‘herido en Quiberon por un casco de metralla.’”
Los restos de Rouget de Lisle, que hacían 25 años reposaban en el antiguo cementerio de Choisy-le-Roi, fueron exhumados para transportarlos al moderno de la municipalidad de París. La tumba de este gran ciudadano está cubierta con una piedra calcarea, en la cual léese este epitafio, a la vez severo, enérgico y sencillo:
Aquí reposaClaudio Rouget de Lisle,nacido en Lons-le-Saulnier en 1760,muerto en Choisy-le-Roi en 1830.Cuando en la revolución francesa de 1792fué llamado a combatir,él dió para vencerel Himno de la Marsellesa.
Rouget de Lisle ha regenerado nuestra poesía guerrera. Además de La Marsellesa, compuso un gran número de trozos históricos y caballerescos, notables por la energía, concisión, espontaneidad, y un no sé qué de solemne, patético y vehemente que
hiere, excita y arrastra. Tales son entre otros muchos Olivier, Raoul de Crècy o La Crotsade, Duguesclin, Charles VII, Bayard, y el Himne de Roland, del cual tradujo este axioma de los héroes de la antigiiedad, que es también desde hace siglos, el de los franceses:
Dulce et decorum est pro patria mori,
que en la canción de los girondinos fué traducido en esta forma en 1848:
Mourir pour la patrie
C' est le sort le plus beau, le plus digne d' envie.
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Texto tomado de la Revista de Cayo Hueso. Septiembre 11, 1898.
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