Puestas a meditar junto al camino,
parecen las hieráticas palmeras,
iconos en las fértiles praderas,
arrancados a un templo bizantino.
Fusiforme el perfil y el tallo fino,
ascienden, para hundir en las esferas
sus penachos, que lucen cual cimeras,
orgullo del contorno campesino.
Y son como oraciones de la tarde,
corporizadas, cuando Venus arde
limpio y claro en el oro del poniente;
o como sacras vírgenes del suelo
que aspiran a fundirse con el cielo
para adornar su candorosa frente.
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