“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”
Isaías 9,2
Queridos hijos y hermanos:
El Adviento es un tiempo de gracia en el que la Iglesia nos invita a preparar juntos el pesebre de nuestro corazón, de nuestras familias y comunidades para que acojamos a Jesús con un renovado amor. Es un tiempo de gracia, lo cual significa que Dios se manifiesta de un modo más cercano y, con su presencia, nos invita a crecer, a renovarnos, a purificar el corazón para ser más humanos y fraternos.
La Navidad es siempre un acontecimiento nuevo porque nuestra situación personal, eclesial y social va cambiando y, por tanto, desde esa nueva perspectiva acogemos al Niño Jesús, que viene a compartir nuestra vida, a caminar con nosotros y enseñarnos a vivir como hermanos.
En esta ocasión se cumplirán 25 años de que las autoridades de Cuba decretaron la Navidad como un día feriado, lo cual permite que las personas puedan compartir esta fiesta en familia y participar en las celebraciones en sus respectivas comunidades.
Posteriormente, en el mes de Enero se cumplen 25 años de la visita de San Juan Pablo II a nuestra patria, un acontecimiento que marcó la historia y fue una bendición para nuestro pueblo. Por ese motivo, en el reciente encuentro que mantuvimos varios obispos con el Papa Francisco, presentamos el proyecto de hacer memoria agradecida de esta inolvidable visita y, a su vez, compartimos el interés de que el Cardenal Beniamino Stella, quien fuera Nuncio en Cuba en ese momento, pudiera presidir las celebraciones que, a partir del 24 de Enero, programamos tener en todas las Diócesis y, de esa forma, hacer presente las enseñanzas transmitidas por el Papa Santo en las cuatro celebraciones eucarísticas y en los otros encuentros que presidió.
En la Nochebuena vamos a escuchar al profeta Isaías que nos dice: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz…” (Is. 9,2). Deseamos que esa luz brille en nosotros para reconocer nuestras tinieblas y dejar que, en medio de ellas, irrumpa esa gran luz. Que allí donde haya miedo, desconfianza, rutina, mentira y odio, Cristo ponga coraje, esperanza, entusiasmo, verdad y perdón.
La Iglesia crece en la medida que todos y cada uno somos capaces de asumir la misión que Jesús nos confió, con verdadero entusiasmo y compromiso, para ello necesitamos que el Adviento sea un tiempo en que tengamos una honda experiencia de encuentro con Dios, a través de la oración, de la meditación de la Palabra de Dios que es un manantial inagotable de vida nueva del cual beber. Caminando juntos, sinodalmente, avanzaremos guiados por el Espíritu Santo, y a la escucha de nuestros hermanos y hermanas.
Queremos saludar a las familias, que sufren la emigración y necesitan de un modo especial que esa luz que encendió Jesús al nacer pobre y humilde en Belén, brille cálida, mostrándoles su presencia cercana, solidaria, que consuela y reconforta, que nos da la certeza que en Jesús se unen todos los caminos y se acortan todas las distancias.
Procuremos estar más atentos, aprender a mirar y escuchar, para reconocer las señales que Dios nos pone cada día, a través de las cuales nos va guiando, alentando o advirtiendo ante los peligros, pero sobre todo para descubrir cómo Dios se va manifestando en la realidad, tejiendo nuestra historia con asombrosa cercanía y respeto, ayudándonos a poner lo mejor de nosotros al servicio de todos.
La Navidad saca lo mejor de cada persona, despierta el amor a la vida, a la familia, crea un ambiente de paz que invita al encuentro con Dios, con los hermanos, nos hace tomar conciencia de que nunca estamos solos, que Él es el Emmanuel, el Dios con nosotros, que viene a quedarse y enseñarnos a mirar la vida con su mirada para reconocer su presencia en el prójimo y en los acontecimientos de la vida cotidiana, especialmente en el dolor y la soledad de tantas personas mayores, enfermas o que padecen graves dificultades y carencias.
Cuánta falta nos hace despertar la alegría y esperanza, en medio de tantas oscuridades y desalientos. La presencia de Jesús en medio de nosotros es la fuente de una alegría que nada ni nadie nos puede quitar, en Él hemos puesto nuestra esperanza y sabemos que no seremos defraudados.
Celebrar la Navidad significa estar abiertos a acoger la luz de la vida nueva que Jesús viene a traernos, es estar dispuestos a nacer de nuevo para ser luz, por eso es una fiesta que, a la vez que nos llena de alegría, con la presencia del recién nacido, también nos compromete con la vida de nuestros hermanos, con la historia de la Iglesia y de nuestro país.
En la Navidad Dios se hace solidario con la humanidad, Dios se hace hombre para que el hombre llegue a Dios, para ello se mete en nuestros corazones para entrar en la historia humana y transformarla desde adentro. Jesús es el Buen Samaritano, que sale a nuestro encuentro, que se detiene ante nuestra realidad con compasión, que se acerca para sanar nuestras heridas, darnos consuelo y esperanza, que nunca nos abandona y nos invita a salir para hacer lo mismo con nuestros hermanos más necesitados, con aquellos que sufren hambre, soledad, falta de libertad y esperan de nosotros un gesto de clemencia o misericordia. ¡Cuánta alegría traería para sus familias y pueblo en general saber que, en esta Navidad, un buen número de quienes guardan prisión se les otorga la libertad y retornan a sus hogares para reinsertarse en la vida habitual e iniciar así el nuevo año!
Vivir la Navidad no es sólo acoger la luz que enciende Jesús con su presencia, sino también aceptar la invitación que Él nos hace de ser luz para nuestros hermanos, que necesitan signos de esperanza que los fortalezca para seguir haciendo el camino de la vida.
Jesús nos enseña que nadie puede luchar en la vida aisladamente, se necesita una comunidad que nos sostenga y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia adelante. Los sueños se construyen juntos. Que en esta Navidad volvamos a soñar construir una patria de hermanos, donde cada uno pueda vivir con dignidad, donde nos escuchemos y dialoguemos para discernir el futuro, donde luchemos por el bien de todos en especial de quienes han quedado marginados por distintos motivos.
Les deseamos, que en esta Navidad, reciban la bendición de Dios y que la misma sea portadora de justicia, paz, alegría y esperanza para ustedes, sus familias y seres queridos, también para todos los hijos de nuestro pueblo dispersos por el mundo.
Que la Virgen Madre, a quien veneramos con el título de Virgen de la Caridad, sea quien interceda por nosotros para que sepamos acoger a su hijo, Jesús, con el mismo amor que lo hizo ella junto a San José.
La Habana, 30 de Noviembre de 2022
LOS OBISPOS CATÓLICOS DE CUBA
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