¿Quién eras tú? Solía leyendo una novela
verte, por las mañanas, y sabía tu nombre
en el hotel serrano. Pero el nombre de un hombre
distingue y no define; señala y no revela.
Sólo estabas de paso; para otras tierras ibas.
Tu piel, como de cera; tu carne, magra y poca;
mas tus pupilas verdes, dulces, contemplativas,
llovían fuego lento al mirar una boca.
Recostado en tu hamaca, bajo los piquillines,
oías el retumbo lejano de las hachas;
sol picado y movible jaspeaba tus cojines
y a tu vera zumbaban jubilosas muchachas
Una te investigaba tus pasados amores;
otra sobre el cercano día de tu partida;
ésta, cómo bailabas, minucias de tu vida...
y todas te miraban los ojos quemadores.
Casi no respondías: brotaba en lo profundo
tu mirada y hendiendo como aguzada flecha
los torsos juveniles traspasaba la estrecha
cárcel del cuerpo humano e iba a dar a otro mundo.
Yo no me acerqué nunca. El día que te fuiste
fuí a escribir estas líneas a tu vacío puesto,
la voz algo más cálida, el corazón más triste,
el pulso más cansado. Hace cinco años de ésto.
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Social. Mayo 1928.
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