Wednesday, December 7, 2022

(Diario de la Marina. Diciembre 27, 1866) Crónica de las honras fúnebres a Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, en Camagüey

Comparto la crónica que publicó El Diario de la Marina, describiendo como fueron los homenajes fúnebres que Camagüey rindió a Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño. 

El Lugareño falleció en La Habana el 7 de diciembre de 1866. Su cadáver fue trasladado por mar hasta la ciudad de Nuevitas, en el vapor Camagüey, una de sus obras y luego por ferrocarril desde esa ciudad costera hasta la ciudad de Puerto Príncipe, ferrocarril fundado por él. (JEM)


La conducción del cadáver del Sr. D. Gaspar Betancourt Cisneros desde esa capital a esta su ciudad natal, ha dado lugar a que se le tributase una ovación fúnebre digna de consignarse en los fastos camagüeyanos. Un comité salió de esta ciudad para la de Nuevitas en la madrugada del sábado para hacerse cargo de los innamimados restos del malogrado Lugareño que conducía el vapor Camagüey, y trasladarlos a su última morada, en donde reposan los de su amante madre. En Nuevitas se habían hecho numerosas invitaciones para que acudiese el vecindario a las honras que se tributaron al difunto en la Iglesia parroquial, y muchos de los invitados acompañaron el cadáver a esta ciudad, en donde un gentío inmenso que se agrupaba en el paradero del ferrocarril, esperaba ansioso para contemplar al buen Lugareño, cuya alma había volado a la mansión de los bienaventurados. Con lúgubres tañidos se hizo anunciar el tren que lo traía, y la curiosidad y el sentimiento se manifestaban en todos los semblantes. La invitación que se hizo para este acto fue numerosa, pero la espontaniedad fue mayor, de suerte que allí se confundía toda nuestra heterogénea sociedad. El carro fúnebre preparado para este acto (pues aquí no usamos coches mortuorios) se había dispuesto con sencillez y adecuado al triste objeto a que se destinaba, tirado por tres hermosas parejas de caballos americanos ricamente enjaezados con penachos en las testeras y cubiertos de negro, haciendo de palafreneros seis amigos del difunto. Otros tantos cargaron sobre sus hombros el cadáver, pues no permitieron que se depositase ni un momento en el carro fúnebre y de este modo, precedido de dos largas hileras de deudos y amigos del finado, se puso en marcha el cortejo con la cruz parroquial de San José a la cabeza. Delante del féretro entonaban los salmos de difuntos varias corporaciones religiosas acompañadas por una música, y detrás del ataúd que cubría un paño de terciopelo, iba el comité presidido por el Sr. Marqués de Santa Lucía. En este orden y con la mayor compustura se continuó hasta la Iglesia Mayor, parando en algunos templos de los que hay en el tránsito para cantar el De Profundis. Si numerosa era la concurrencia que formaba el séquito, no lo era menor la que se agolpaba en las calles, rejas y balcones del trayecto.

En la Iglesia Mayor se cantó por la noche la vigilia de difuntos por varias señoritas de nuestra buena sociedad, tomando también parte los individuos de la compañía de ópera italiana. El templo estaba adornado con cortinajes negros y el catafalco se había colocado en el prebisterio. A la mañana siguiente se celebraron los funerales, y por la tarde se efectuó el entierro. El acompañamiento para este acto formaba un cordón desde el templo hasta el cementerio, y este recinto lo había invadido una muchedumbre tal que no pudimos penetrar en el. Puerto Príncipe ha sabido pagar su última deuda de gratitud al que promovió la obra del ferrocarril y se afanó por los adelantos del pueblo que lo vio nacer. ¡Qué el Dios de la Misericordia lo haya recibido en su seno!


Puerto Príncipe, diciembre 19 de 1866.
Publicado en el Diario de la Marina. Diciembre 27, 1866.


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