Saturday, December 3, 2022

Morón, su infalible mañana y su poeta. (por Manuel Vázquez Portal)


Por esas calles anda mi memoria. Hoy es ya el mañana del Morón que anduve, desanduve, figuré, transfiguré, compuse, descompuse, y ronda mi nostalgia. Mi ayer engendró este mañana. Un mañana con su poeta. Un mañana, quizás más pobre que el ayer. Un mañana, con un poeta más grande que el del ayer.

Si en los ayeres veo pasar a Raúl Rivero rumiando versos sobre unos horizontes que nunca se alcanzaron, si veo a un Nelson Herrera Isla esquivando unos sueños que sabía pesadillas, si veo a un Abel Germán Díaz Castro escurriendo un sobresalto de su voz para que no se note su quejumbre; en el mañana, que ya es hoy, veo a una Claudette Betancourt Cruz, que se desclava de la cruz de todos los ayeres y emprende su hoy, que era nuestro mañana, con una poderosa voz, un rudo tono, una fuerte verdad: la voz, el tono, la verdad del tiempo que le toca, y el cual ella asume sin pendejada poéticas ni ideológicas.


Claudette Betancourt Cruz es el poeta que nunca le falta al hoy que siempre será el mañana. En su hoy deja el cipo que será su pasado. Porque todo pasa y todo queda. Ella lo sabe, lo ha aprendido con esos “tantos golpes que le dio la vida y aún sigue dándole a vida sueños”.

De Claudette Betancourt Cruz tengo que decir. Y lo diré. Es un poeta, y, descubrir un poeta es un suceso prodigioso. Y no todos los días ocurren los milagros. Para un lector famélico y voraz, a veces, pantagruélico, no es fácil el sortilegio. Es tal su hambre de hallazgos que va atragantándose de libros y más libros y más libros, y las sorpresas, cada día van siendo menos; y, cuando, súbito, un poeta se le atasca en los maxilares y lo obliga a masticar con más calma, y luego se queda rumiando para no perderle el sabor, es que ha ocurrido la maravilla. Ahí está el poeta. Ese que obliga al deleite y luego a la reflexión, y más tarde al goce pleno. Y eso, ya me ocurre pocas veces. Así que cuando me ocurre: lo canto y lo celebro. Por tanto, les presento al poeta.

Claudette Betancourt Cruz es una mujer que ama y odia. No maniqueisa ni permite que la tornen maniquí. Sabe de matices y no posa impávida en una vidriera de dogmas, poéticos ni políticos. Ama el polvo brillante que vuela sobre el aire y odia el escarnio, la fauna sin alas porque lento es su paso de piedra en el abismo, pero elije el pálpito y la flor, aun conociendo que es terrible, mas, sigue ahondando para hallarle toda la belleza a las profundidades.

Hace apenas un año, Claudette Betancourt Cruz, publicó su libro Canto a mi cabeza loca, un poderoso cuaderno de poesía que merecía, y pide a gritos desconsolado, otro título. Culpa que pagarán la autora y la editorial (Primigenios) por semejante atrocidad. El título es la sonrisa y la espada de cualquier libro. ¡Carajo! Y la cagaron los dos: Claudette, la poeta, y Eduardo René Casanovas, el editor. ¿Cómo a un libro grandioso -solo leerlo prueba su grandiosidad- se le puede titular de ese modo? No escucharon al libro voceándoles cómo quería llamarse. El libro está plagado de versos geniales que hubieran sido títulos geniales. Pero bueno, yo se los perdono, aunque estoy seguro que el libro no se los perdonará. Así que pasemos al libro.

El primer poema del libro, que casi siempre decide si seguimos adelante o no, Arrastro esta piedra es la holografía del poeta que lo habita. Sujeto poético y circunstancia lírica se funden para reevaluar, revalorar y refundar mitos de la gran literatura: Sísifo remonta la cuesta, esta vez no física, sino de los adentros del yo poético a quien deja tendido en la incertidumbre de las contradicciones más antiguas e insolubles de los seres humanos. To be or not to be, sería para Shakespeare. Hay conmoción, hay finesa, hay hondura. Con un poema de esa talla, se sigue adelante. Ya el lector está hambriento. Y entonces aparece una Alicia a quien la reina mandó decapitar y ella esconde la cabeza en la laguna, y cuenta, disimula, finge frente a la ferocidad del poder de la reina porque sabe muy bien que sobre el zinc suena hasta la mullida pata del gato, pero no su cabeza decapitada, el poder sabe esconder sus vileza. Y ya vamos, casi sin darnos cuenta, por un tercer poema que nos entrecorta el resuello, y nos hace meditar en la capacidad sugestiva del poeta para reflexionar sobre la relación arte/poder, vasallos/gobernantes, mitos/realidades. Y ello empeora cuando:
El suelo colecciona catálogos de ojos
que sin duda alguna
no pueden despegar.
Si los ojos no pueden despegarse del suelo, y, para colmos, el techo esta a ras de sobrero, es normal que prolifere esa fauna sin alas que pone en los mirares una ceguera sorda y encarrila en pensamiento pétreo que pesa tanto en la montaña de las ensoñaciones interiores.

Claudette Betancourt Cruz no está dispuesta a hacer concesiones y se confabula con su demonio porque ya sabe que en toda circunstancia goyesca la locura es a veces dulcemente sórdida, sobre todo cuando se percata de que cada Arandela del entorno donde respira el sujeto lírico está controlada y puesta en su lugar, y,
No es de imaginar, para las gallinas
que el dador de maíz
pueda un día matarlas,
no es de imaginar
que el alimento fácil
tenga precio de muerte.
Asoma entonces, George Orwell, por una rendija de la metarealidad que intentan imponerle a la poeta y ella se escabulle por los intersticios de la herencia cultural, inventa fantasías tan fantásticas que parecen realidades habitables y es cuando la fábula como recurso poético alcanza dimensiones dramáticas y nos enfrenta a una madurez sabedora de que
En los más profundos lagos
están las mayores bellezas
y también los más grandes peligros.
Pero no teme el poeta. No anda pidiendo permisos. Se sabe transgresor de por sí, de por esencia. Toca el turno entonces al aullido visceral y un Cesar Vallejo, viudo de vino y de cebolla, pero muy bien filtrado por la voz personal de Claudette, agostado de confusa metafísica del espíritu y sutiles matices de la existencia humana, le recuerda que
Nunca se habla del hambre de las tripas
ese hambre visceral y poderoso
del que ahora
no hablamos.
Con este grito parecería que el libro va a extenuarse dramáticamente, pero, todo lo contrario, sigue ascendiendo en su progresión lírica y temática y descubre un insecto de sangre azul repleto de conflictos existenciales, mientras su perro le camina por el rostro enjugándose una lágrima reclamándole un espacio de paz y soledad y es cuando alguien le corta la mano bajo la promesa de que le volverá a nacer y es cuando a sus pies peregrinos no le queda otra alternativa que dejarla dormida bajo una manta e irse, a pesar de que ella les advirtió de todos los peligros del soñar.

Todo ello es trazado con el pincel de los delirios de una realidad alucinante, la auténtica fusión de toda las voces altas que le ha prestado “la isla en peso”, la valentía de los “fuera del juego”, el empeño de todos los que, en cada ayer, cada mañana, han sabido que todo es ilusorio, frenético, pero que en esa ilusión, ese frenesí, hay siempre un sitio para quienes lo saben cantar.

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