El celebrado poeta matancero, Poeta Nacional en 1955, tuvo una interesante cercanía de signos literarios y de profunda amistad con el escritor y periodista camagüeyano Luis Pichardo Loret de Mola, testimonio de la cual quedó una evidencia sustanciosa en un prólogo que el primero firmara de un libro de su amigo del Camagüey en 1956(1).
Se trata del libro Mi suma ideológica, que viera la luz en la ciudad agramontina, y que reunió una valiosa colección de los artículos periodísticos de Pichardo, publicados desde 1949 en el periódico El Camagüeyano donde fungió mucho tiempo como Jefe de Redacción.
El texto de Acosta es, a no dudarlo, un testimonio de laudatorio signo para las dotes del excepcional periodista que fue Pichardo, y tambien, para sus convicciones de hombre de profunda fe católica que jamás desdeñara reseñar en sus crónicas; pero igualmente es un recuerdo amable para la ciudad camagüeyana que le enamoró desde su primera vez.
Dice Acosta de nuestro Camagüey que:
Como en las Brujas de Rodembach, en el Camagüey católico de Luis Pichardo Loret de Mola, las campanas de los viejos templos anuncian, llaman, ruegan. No son las campanas de Poe, ni las de Schiller... Son más bien las campanas de Darío, las provincianas, las que tocan ángelus y maitines, las que llaman a bodas o doblan en las horas tristísimas en que un cortejo marcha a pie camino de la ciudad del reposo. Los suburbios muestran sus viejos conventos, sus anejas casonas llenas de reliquias y los estrechos y torcidos callejones, que unen determinadas calles, parece que esperan el arribo de los piratas... Todos la llaman ciudad prócer... Pensad en Agramonte, en el Marqués, en el Lugareño, en Benjamín Guerra... Pensad en Varona y en Borrero... y en muchos más...
A propósito de una de las crónicas reseñadas en el libro prologado por Acosta, intitulada: El Club del Libre Albedrío, el poeta aludiría a una experiencia muy suya junto a su amigo camagüeyano, en ese mítico "club", que no era otro que el emblemático Gran Hotel de la calle Maceo, y en específico su magnífica Marquesina y su Patio, donde ya Pichardo en su artículo los resaltaba como "un rectángulo de vida, de expresión y presencia camagueyana inconfundibles."
De aquella experiencia acotamos lo que el propio poeta Acosta reseñara:
Yo disfruté en una tarde no muy lejana, junto a Luis Pichardo Loret de Mola, el encanto de ese atardecer maravilloso. La penumbra de la sala daba un toque misterioso a las charlas discretas. No se oía la risotada vulgar, ni la frase grosera, ni se veía por parte alguna un descompuesto ademán. Damas y caballeros como en el más aristocrático, pero también en el más comedido de los clubes, departían animadamente, mientras una música suavemente criolla rozaba nuestro oído y entraba hasta muy adentro de nosotros. Fue entonces -amarilleando el whisky en el vaso0 intocado- cuando vi reír por primera vez a Luis Pichardo. La timidez de la que antes hable se tornó fraternal camaradería; más no fue por influjo de la Escocia, sino por la armonía seductora de aquel ambiente, y tal vez, tal vez, porque a esa hora en que el espíritu se contempla a si mismo, a pesar del murmullo de las voces y de los ruidos de los vasos, y de la melodía de la música, por el patio volaban como golondrinas que buscaban su nido en las almas allí reunidas, los sones armoniosos de las campanas, de las dulces y alegres campanas de Camagüey.
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1. Mi suma ideológica. Luis Pichardo Loret de Mola. Prólogo de Agustín Acosta. Camagüey, 1956. Editado por el Ayuntamiento de Camagüey con la cooperación de la empresa editorial El Camagueyanos S.A.
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