La compilación de las Cartas del Lugareño, nuestro emblemático Gaspar Betancourt Cisneros, en la muy completa edición de Federico de Córdoba, que vio la luz en 1951, es un tratado singularísimo de asuntos y noticias del Puerto Príncipe de antaño.
En unas misivas muy particulares escritas desde Florencia, por nuestro héroe; el del ferrocarril a Nuevitas, y de tantas otras lindezas del progreso ciudadano en nuestro Camagüey, con destino al Conde de Pozos Dulces, se enmarcan más de una interesante alusión.
Unas muy precisas, aluden a la progenie de Don Gaspar, en especial a su padre, y a qué describe como:
un señorito del lugar educado a la antigua usanza y mediante los recursos de que entonces se podía disponer con este objeto en el interior de la Isla, donde no había colegios, ni escuelas regulares públicas y todo el sistema de educación consistía en mucho rezo, poca escritura, ninguna ortografía, gramática cotorrera y aritmética por los suelos...
De su madre acota para completar el cuadro de aquel Puerto Príncipe dieciochesco que:
Su entendimiento era claro, capaz de cualquier cultivo... Sobreponiéndose a las preocupaciones de su tiempo, no necesito de maestra para aprender a escribir, lo que se estimava entonces en el Camagüey como pecaminoso para las mujeres porque pensaban que ese arte les serviría para corresponderse con los hombres". Leía mucho, y tal vez tenía ella más libros que todas las demás señoras camagüeyanas de su tiempo.
Las alusiones muy puntuales a las tertulias de Doña Luisa Rufina, abuela de nuestro Lugareño eran proverbial es en la ciudad. Del hecho da igual constancia en aquella misiva:
Mi madre lucía por entonces en la terulia de mi abuela... en cuya casa se reunían los personajes que visitaban a Puerto Príncipe para desempeñar alguna comisión del gobierno o algún empleo principal... Entre los concurrentes, se distinguían por su ilustración y finura el señor Chávez y el doctor Núñez de Cáceres, regente el primero y relator el segundo de la Audiencia primada de las Indias... y los célebres abogados D. José Bernal y Don Antonio Herrera...
En otro testimonio, esta vez un artículo escrito desde el paterno lar, en 1843, nos descubre el Lugareño una sentida página de la ciudad y el entorno de su infancia:
Me encuentro en el mismo lugar donde me hallaba a los once años de mi edad... Me parece ver las respetables cañas que me protegían en mi temprana peregrinación y suplían, en cuanto a suplirse pueden, la ausencia y presencia de los padres, me parece oír los regaños del virtuoso sacerdote que corregía mis bellaquerías infantiles, y me penitenciaba por las faltas a las primeras lecciones de la lengua latina que me enseñaba cuando nadie me dijo entonces aprende tu lengua patria, en que te convendrá más comprender a Cervantes y Jovellanos que a Tíbulo y a Cicerón. En este lugar pues escribo estos renglones gozando de aquella sensación y aquellos recuerdos que en graciosa antítesis llamó Voltaire un triste placer, y que yo llamaría una dulce melancolía...
En otra misiva contenida entre las tantas cruzadas con su amigo Domingo Delmonte, el Lugareño alude a su terruño príncipeño, y en específico al sitio donde tenía su casa por el año de 1838.
Hace constar, junto a la fecha de su carta que la escribe desde el "Gran Camagüey, Sabana del Padre Porro, Baronía...."
La alusión nos ubica en esa misma región famosa en un tiempo anterior por una funesta emboscada a las tropas del pirata Morgan, de camino al Príncipe, con las huestes principenas pretendían detener sin éxito, la entrada a la villa del corsario inglés
Dice el Lugareño que su morada distaba poco espacio del sitio preciso donde los ríos locales, el Tínima y el Hatibonico unen sus aguas antes de convertirse en el San Pedro, de camino a su desembocadura por el sur. Tal sitio era entonces una zona netamente campestre, aunque de algún modo en las cercanías de la ciudad.
En algún lugar de su carta alude al entonces incipiente plan. para dotar al Príncipe de Plaza pública y le dice a su amigo del necesario pecunio que se precisa:
"Venga la plata; dinero, dinero de La Habana para la plaza del Camagüey... Cuidado; que no porque seamos el ombligo (Escena del trabajo) de la Isla dejamos de ser lo más ilustres...."
En otra misiva, y con muy divertida manera alude de los invaluables quesos del Camagüey, que son fruto del trabajo de su hacienda propia en Najasa, así le dice a Delmonte del que piensa obsequiarle:
Preparad el colmillo, ratón del Monte, para encajarselo a un queso ecléctico del Horcón de Najasa que os envío por no sé qué buque, y manos de un catalán que me ha ofrecido entregarlos a Ramón de Armas en persona. Veremos si ese queso es de mandaría y cuña; y si sabe a tierra, y a polvo de rincón y otras lindezas con que la sarcástica musa del Magdaleno o del lago de Maracaibo ha zaherido el emporio de las vacas de Cuba que es el Camagüey: lo veremos.
La divertida alusión prosigue en otros términos, con otras precisiones sobre los quesos del Camagüey, comúnes y abundante entonces, y que se compartía a amigos en otras regiones de la Isla como testimonio de amistad, como el Lugareño hacia con Delmonte residenciado en la ciudad de Matanzas.
Con tales cercanías, que nos resultan hoy elocuentes y distantes, cierro mi proximidad.
Aquí van los comentarios del Lugareño sobre tan común y siempre apetecido manjar de antaño se nos ha vuelto aquí y ahora, una rara y ya inalcanzable delicatessen:
Si no pudiereis contener los instintos ratoniles, es preciso que en el precio del queso hagáis la rebaja debida al estado frescal en que van, pues apenas tienen un mes de hechos y necesitan lo menos de tres meses para curarse. Iten que son quesos de primavera, que las yerbas del Sao corrales están muy flojas. Los que se harán ahora, de Noviembre a Enero esos si que se harán con leche gorda voto a bríos que le hablo a un poeta, como si fuera un criador de vacas ¿que entenderá el de yerbas del Sao corrales, ni de primavera, ni de invierno para que estén como cazabe, o como bizcochudo?
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