Camagüey 1963
Foto by Henri Cartier-Bresson.
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El caso es difícil, pero muy atrayente, y a mí con los años me ha entrado el amor a lo peligroso. Nada fácil me atrae, porque todo lo fácil me parece vulgar; por eso un tema como el que se enuncia al frente de este artículo tiene para mí la delicia irresistible de la fruta prohibida.
Desde luego que, al hablar de la mujer cubana, me refiero a la mujer joven que figura en la sociedad, enaltecida por los prestigios de la educación y perteneciente a una raza superior dentro de la inmensa variedad de las estirpes humanas.
Yo me he aproximado al borde de ese abismo que se llama la "joven cubana", y lo he visto, poseído de vértigo, esmaltado de las más poderosas seducciones; he contemplado a la femenina trópical, y me ha parecido más, bella que un trofeo de soles, más espléndida que una pléyades de eternidades gloriosas.
Yo he visto al viajero que llega a nuestras playas ponerse embelesado con la mujer, flor o mariposa, que anima nuestra vida, que, da una nota de color y de entusiasmo en nuestros salones y en nuestras calles, y que cuando pone su pie en tierras extranjeras sacude la tristeza y lo alegra todo con el ruido enloquecedor de sus fanfarrias.
¡Cuántas cosas que ella no tiene se le han atribuído y cuántas que son únicamente suyas se le han negado!
¿Habrá llegado la hora de la reparación ? Yo creo que sí. La mimosa criatura, rubia o morena, resignada o heroica, es ya por todo el mundo una expresión deliciosa de nuestro pequeño mundo antillano. Todos la quieren, todos la aman; nos la arrebatan orgullosos los extranjeros, la idealizan los artistas y proclaman sus méritos hasta los más adustos.
Si se le mira de cerca encontramos en ella la gracia de Manón, la ternura de Ofelia, y hasta la eucaristía de la belleza, como en Beatriz que promete al Dante la visión de los cielos paradisíacos.
Los sutiles analistas del alma femenina: Rabelais, Goethe, Stendhald, Balzac, Musset, Bourget y Prevost, no podrían pronunciar un voto, ni aun aproximado, de la Eva cubana. La solución más sencilla es la que en todas las cosas se aleja más del pensamiento; por la misma razón sin duda la clave del encanto inefable de la mujer cubana, no le podría adivinar ningún pensador improvisado.
Sépanlo de una vez los curiosos impacientes: la cubana es ella misma, y no se parece a ninguna otra mujer. Pudiera asegurarse sin vanidad, que la naturaleza, hizo con ella en lo físico y en lo moral, un glorioso ensayo que no se repetirá jamás.
Un francés muy observador, me dijo una vez que la cubana valía porque era una mujer completa, sin parecerse al hombre.
¿Qué había yo de responder, gustándome tanto su opinión. Sin embargo, no me dejaba satisfecho.
El no se contentó tampoco con mi silencio, y me interrogó a su vez:
¿Qué le agrada más a usted en la mujer cubana?
Y no pude dejar de satisfacerle, contestando:
Su manera de andar;
Su voz armoniosa;
Su gracia espontánea;
Su sencillez de maneras;
Su dulce mirar...
Mi amigo el francés no pudo replicar de mejor manera que impartiendo su aprobación absoluta a lo que yo acababa de expresar.
A pesar de todo, diré que el mayor encanto de la mujer cubana, consiste en que posee:
La voluntad en la dulzura; la energía en la gracia, y sobre todo: en que vive amando y amando muere.
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