Para el viajero ha sido una experiencia total. Es el cumplimiento de un sueño antiguo que se materializa de la mano de amigos y hermanos entrañables.
El periplo por la US 1 es inolvidable en cada tramo de la andadura desde los predios floridanos de tierra firme hasta el último destino: the southernmost point del continente norteamericano tan cerca y tan lejos de la añorada patria cubana.
En el destino final del gps, el consabido navegador del auto, marcaría sin dudarlo un destino inevitable: la calle Whitehead, con más precisión, la casa del dios de bronce de la literatura norteamericana, el admirado y pocas veces superado escritor Ernest Hemingway.
El motivo central para el cronista que ha historiado con pasión al celebrado narrador peso pesado de la narrativa más inolvidable pero también del periodismo más raigal, al corresponsal de guerra, y hasta la mismísima poesía de la que muchos se sorprenden cuando la ubican por placer o por azar en su largo y magnífico corpus narrativo.
La que fuera hogar de escritor con su segunda esposa Pauline y con sus dos vástagos de aquel matrimonio finiquitado a finales de los años treinta, es aun espacio de memorabilias espléndidas y de un aura muy sugerente que muchos, muchísimos quieren explorar con fruición.
La casa con sus jardines asendereados que bifurcan los sueños y las nostalgias del escritor y de la inacabable troupee de los visitantes es una visión de imprevisibles acentos.
De pronto aparece la piscina con el mitológico centavo adosado al pavimento, el último que Papá habría podido ahorrar de la supernumeraria cifra que en plan halago para su esposo ausente, pagara Pauline para endulzar la ya no muy católica relación matrimonial que hacía agua con la llegada a los predios de la que sería la tercera y próxima cónyuge en línea para el escritor ya consagrado, la también narradora Martha Gelgorn.
Los espacios físicos de la casa son otros descubrimientos de incalculables referentes que aportan más que los aditamentos, las fotos y hasta el propio moblaje de la que fuera casa familiar y refugio creativo del creador.
Confirmó con otros que se siente algo especial y atrayente en ese recorrido que va por los espacios antes habitados y ahora revividos.
El cronista que escribió antes de oído sobre sucesos allí acaecidos, en especial sobre algún poema menor pero sugeridor siempre, suscitado en aquel ambiente, cree descubrir una especie de alumbramiento de especial connotación en aquel ambiente tan evocador.
Desde el corredor superior que recorre la casa se distingue otro ángulo imperdible: el antiguo faro que se alza frente a aquella y que nos sugiere la más próxima presencia por entonces del ahora no tan cercano mar que ha cedido espacio a nuevas edificaciones.
Para el cronista hay una y otra memoria que alude al despistado Hemingway en cualquier noche de libaciones intensas en el otra vez mítico Sloppy Joe de la calle Duval, copia y extensión del habanero que su íntimo amigo Russell fundara en aquel tiempo.
Luego de muchas y variadas mezcla etílicas, el escritor ponía rumbo a la no lejana vivienda de Whitehead, para entonces borrosa en la memoria, y solo reconocible en la certeza de seguir el inexorable foco del faro de marras, que le dejaba extraviar el camino hacia su apacible hogar.
La noche se cerraba entonces y el refrescante efluvio marino recorrería los espacios de la distinguida propiedad donde la esposa desvelada esperaba al trasnochador impenitente en aquella recámara tan bien puesta donde hoy el visitante encuentra, sobre el imponente lecho de la pareja, a un durmiente mínino, la herencia de los no pocos gatos, sus preferidos y de exclusivo pedigree que el escritor vio corretear por su casa en aquel cayo paradisíaco que hizo también su hogar.
Carlos A. Peón-Casas, Marta Rosa Trujillo,
Gabriela Galbis y Pedro Camacho
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