Dos meses en Miami no es mucho. Pero el “new comer” ya lo siente y de que manera. Todavía “suena en cubano”, como otros en sus respectivas esencias natales, una circunstancia tan factual como inamovible a la condición del emigrante, con ese sentimiento encontrado de haber arribado al “right place”; pero muriendo por la herida de la nostalgia de los que deja atrás en la precariedad galopante de su Isla impracticable, y ese aire de lo propio que ahora trasmuta en su tierra de acogida.
Lo demás es la vida diaria del que empiezas a dar pasos hacia la imprescindible aunque definitivamente aún precaria independencia.
No hay otra mayor ni más imprescindible aspiración que a un empleo y perseverar en las largas tiradas a lomo de los buses que pasan casi vacíos y convenientemente refrigerados; pero que solo sirven tramos pre establecidos, en horarios muy determinados, a un público mayoritariamente en retiro, o a quienes transitan sin el consabido stress del “rush hour”.
Todo antes de lograr el sueño de calzarse las botas de un “transportation”, condición sine qua non para la movilidad laboral que exige puntualidad a rajatabla, y el moverse con autonomía y con celeridad añadida de uno a otro empleo, por la larga geografía de una ciudad que como Miami con un trazado de megaciudad, se extiende sin cesar.
El reto aunque arduo le pone adrenalina y ganas al asunto, que ya lo dijo Lezama Lima, un connoisseur de nuestras letras cubensis cuando aseveró: “Solo lo difícil es estimulante”.
El recién llegado lo sabe de memoria y se empeña en hacerlo un axioma fundamental para su nueva y salvadora vida que recién empieza.
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