El vocablo es disonante, no es agradable al escucharlo, mucho menos para una estrofa lírica… recuerda el despeñar de piedras, las turbulencias de agua o el estampido de cascos de reses, tal vez salvajes… de aquellas que Vazco Porcayo dejó en los verdes paradisíacos de las sabanas camagüeyanas, allá en los orígenes comarcales… Algunos expresan que el vocablo es la forma menospreciativa de la palabra “cascos”.
Levi Marrero no lo relacionó como nombre aborigen(1) y ciertamente, no tiene traducción en el lenguaje arahuaco, como el vocablo que designa al cercano pueblo de Sibanicú: “Río de Piedras” o como Guáimaro, nombre dado al árbol que se daba en el lugar, a cuyas hojas los aborígenes atribuían propiedades curativas. Comúnmente tampoco es un sustantivo castellano. Si nos atenemos al diccionario es una fea designación, apodo o mote con el que se alude a ciertos hombres en algún país sudamericano…
En su “Lexicografía Antillana”, el Dr. Alfredo Zayas y Alfonso, refiere respecto a Cascorro, que Manuel de Rojas, gobernador interino de la Isla al morir Velázquez, en un informe al rey de España con relación a una visita de inspección a los indios, pidió la libertad: “de un indio que se dice Cascorro, de un pueblo que a mí me está encomendado cercano de aquella villa y el mismo suele ser cacique del cacicazgo”(2). Y efectivamente, Cascorro fue liberado porque existía una ordenanza real para otorgarle la libertad a los indios que se “evangelizaran” o “catequizaran”.
El nombre aparece en la descripción agraria que hizo el escribano Silvestre de Balboa en 1627, en el libro de instrumentos públicos del bienio 1627-1628, donde hace mención al hato de Cascorro en uno de sus oficios, aclarando que colindaba con el hato de Sibanicú(3). Por su parte Jorge Juárez Cano, en su obra “Apuntes de Camagüey”, en la pág. 23 enumera al cacicazgo de Cascorro repartido a Manuel Rojas en 1530(4).
La aldea agro alfarera fue una realidad en el paisaje primitivo. Un día el vecino Gumersindo Antonio Fernández Forcelledo, quien fuera conocido como “El gallego Fernández”, se encontraba arando las tierras de la cooperativa en la finca San Vicente, cuando comenzó a desenterrar “un montón de piedras raras”. Esas fueron sus palabras. El hallazgo inusual fue manifestado de inmediato al profesor Yilber Alfonso Neira Machado, defensor del patrimonio sociocultural del pueblo. La sede provincial de la Academia de Ciencias de Cuba, verificó in situ los utensilios aborígenes: morteros de piedra y burenes de barro. Dichos hallazgos se atesoran en el Museo Municipal de Guáimaro(5). Lo que sí no se ha llegado a probar es, como un mote usado en la jerga marinera española llegó a señalar a un aborigen en una región del interior de Cuba, por supuesto… la picardía en la imaginación es muy válida… Pero nada…que para defender nuestro gentilicio hay que acudir a los versos de la inmortal Dulce María: “¡Pero es mi río, mi país, mi sangre!(6)
Una ocupación singularísima de aquellos años del siglo XIX en Cascorro, fue la de cazar jutías en los montes de los alrededores, y conservarlas vivas en hoyos bajo tierra; faena que persistió hasta la primera mitad del siglo xx, cuando ya construida la Carretera Central, estos animales ―de carne muy apetecible― eran encargo diario de viajeros habituales como los camioneros de cualquier parte del país. Los cartelitos de hay jutías se dejaban ver junto a los anuncios de licores, refrescos y otros tantos… La costumbre adquirió tal fuerza, que a los lugareños se nos mortificó por mucho tiempo diciéndonos: “Ah, tú eres del pueblo de las jutías”. Hoy, esta preciosa especie cubana está a punto de extinguirse, y por la zona apenas se ven escasos ejemplares(7).
El cariño compartido de un pueblo pequeño es tradición… rutina de coexistencia en espacio y tiempo, distinción de porte, rasgos y voz en secuencia de diversidad. Es clase patrimonial de un apellido… Y es también apoyo emotivo y alegría contagiosa… Es el respeto solemne que parte del propio ser y la humildad de agradecer una dádiva que nos tocó sin elección. Fibras, hilos del alma más allá de consanguinidad o amistad… cuando el recuerdo convoca a la nostalgia.
Y llegamos al “punto exacto” de las cremitas de leche. ¿Quién las “inventó”? La respuesta se oficializó para aquella mujer sencilla de mi pueblo… cuyo nombre escribo con cierta emoción: Ana Iraola. Un día Ana, con sus mejores intenciones hogareñas, batió la leche y el azúcar hasta un punto exacto…y tal vez sorprendida al ver que aquello iba más lejos que un simple dulce de leche, siguió batiendo lejos de la “candela” para enfriar aquella inusual contextura y encontrar otra vez, otro punto exacto… y entonces contenta acarició y acarició y luego de las mil caricias… ¡formó las primeras cremitas! Esto ocurría a mediados de los años treinta del siglo XX.
Otros nombres de aquella época se pronunciaron en mi casa. El de Angelina Torres que mi madre extranjera contaba que, siendo niña, permitían comprara las bolitas a dos centavos y que las hacía muy sabrosas. Mi tía mencionó a Lidia Paneca. Y no es difícil imaginar que ese dulce casero y novedoso, anduviera errante por las cocinas cascorreña. Pero es Ana la que conserva en el tiempo la patente verdadera con la aseveración del cariño popular.
Imagino también, los puntos exactos de aquellas abuelas, allá por las primeras décadas del siglo pasado, cuando exaltaban sus artes reposteros… porque antes se dedicaba tiempo a compartir y a conversar, a la comunicación humana y a propagar jardines… tal vez porque no existían los adelantos de hoy…
Fábrica de cremitas de leche de Cascorro.
Foto cortesía de Mariem Gómez Chacour
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El primero que comercializó las cremas de leche en el pueblo, fue José Hidalgo, esposo de Ana Iraola. La fábrica tiene su nombre, pienso que, sobre todo, porque se dedicó a las luchas revolucionarias, era manzanillero. Para ser fiel a la verdad, el artífice de las cremitas de leche fue el cascorreño Erastio Sánchez Torres. porque fue el que le dio fama nacional. Además de hacerlas muy bien, las envolvía y sellaba con lo que garantizaba su higiene. Erastos tenía sus secretos… secretos que Pablito, su hijo, nos contaba… sobre la calidad de la leche y del azúcar y de las medidas exactas, entre otros secretos… las hacían hasta con almendras. Algunos de sus hijos quedaron trabajando en la fábrica estatal. Otra familia que, por los años cincuenta del pasado siglo, se distinguió haciendo cremitas fue la de los Abreu… Vicente Abreu. Posteriormente también trabajaron en la fábrica(8).
Erastio Sánchez Torres
Foto cortesía de Mariem Gómez Chacour
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Por aquel tiempo, muchachos contratados con ese fin, con una caja llena de cremitas muy bien envueltas, que pendía por una correa del cuello, salían y pregonaban: “¡Vaya las cremitas de leche!” “¡Las cremitas de leche de Cascorro!” Cuando paraban los carros interprovinciales en el bar-restaurant de Lorenzo, salían esos muchachos como del asfalto y literalmente asaltaban los ómnibus. A cinco o a veinte centavos se vendían en su envoltura de papel fino, creo de celofán. Las hacían por encargo algo más grandes, pero nunca se dijo en mi casa de algún precio que pasara de diez pesos.
Unas líneas para el bar-restaurant de Lorenzo, que también le dio fama nacional a Cascorro. Guardado era el apellido de los hermanos Lorenzo y Aurelio, eran españoles. Un restaurant donde la higiene era absoluta y su cocinero podía competir con el mejor chef del mundo: Lucio… ¡que rico cocinaba! Además, el establecimiento tenía los ventiladores de techo tan necesarios en nuestro clima, el reservado en la parte posterior, llegó a tener aire acondicionado. Era tal vez de los poquísimos lugares donde había un teléfono, apartado del salón por una cabina… era de manigueta…se hacía girar una o dos veces o timbres cortos o largos según el lugar a llamar, generalmente al central Hatuey y desde allí entonces, comunicaban con el mundo entero… de risa, no… El local tenía una barra donde merendar o cenar… fue el primero en ofertar barquillas. Y dos habitaciones para alquilar, era un pequeño motel… Todo transporte interprovincial se detenía allí.
En la década de los años sesentas, por orden de la alta dirección del país, se levantó la fábrica de cremas de leche con sus grandes pailas y sus tachos eléctricos… sé de fechas y nombres, pero… ¿Para qué tanto dato frío si faltan las cremitas? Porque si bien esa fábrica fue una fuente de trabajo para un grupo de personas, que mejoraron su status económico, también fue el principio del fin al abarcar su producción. La comercialización particular quedó como negocio ilícito. Al principio se vendieron en la fábrica o como acostumbramos a decir los cubanos: “conseguíamos” o “resolvíamos” … hasta que progresivamente fue muy restringida su venta. En la actualidad, para adquirirlas en ese local, se necesita autorización especial y pago estatal con cheque. Lo escribo así porque la verdad, aunque duela… no debe ofender.
El comercio de cremas de leche “clandestino” continuó, mientras hubo azúcar, paralelo al de la fábrica, pero nunca con la calidad óptima porque decayeron los productos básicos. Así las cosas… también los decomisos de calderos y paletas que “volaban” por los patios vecinos al llegar la policía… hicieron lo suyo.
No sé si he cumplido bien el cometido de escribir sobre el dulce que llegó a rebautizar a mi pueblo como el pueblo de las cremitas de leche, ya no mencionado como burla… acaso con gesto y sonrisa pedigüeña… Hasta aquí es mi historia. Lo escrito tiene la rúbrica del derecho, del cariño y de las buenas intenciones… también de la tristeza.
Si los viñedos del siglo XVII en el transcurso del tiempo, se convirtieron en el vino que dio fama internacional a Oporto en Portugal, si los turrones de almendras de la provincia de Alicante, incluyendo los de su municipio de Jijona, adquirieron fama internacional sobre todo como dulces navideños, las cremitas de leche con el paso del tiempo también hubieran adquirido fama …y con ello el desarrollo económico de la región. Pero… en España concedieron una Indicación Geográfica (IG)(9), para proteger el patrimonio local… y en mi pueblo de nombre inarmónico… el sabor dulce quedó prendido en la niebla de la sabana, esa que llega en lo más negro de la noche y se planta borrando el entorno… hasta que un nuevo sol la rompe en luz de diversa policromía.
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1. Marrero Artiles, Levi: Cuba economía y sociedad, Editorial Playor. Madrid, 1978.
2. Zayas y Alfonso, Alfredo: Lexicografía Antillana: Imprenta Siglo XX de Avelio Miranda, La Habana 1914.
3. Documento que se conserva en el Museo Ignacio Agramonte de Camagüey.
4. Se encuentra en la Biblioteca provincial de Camagüey.
5. Yilber Alfonso Neira Machado y Viamontes Noy, Maritza: Estudios de la localidad de Cascorro. Tesis de grado 1985, Universidad de Camagüey.
6. Dulce María Loynaz en sus versos “Al Almendares”.
7. Mariem C. Gómez Chacour “Un soplo de niebla en la llanura” Ácana 2015.
8 Agradezco a Jorge Sedeño la reafirmación y el conocimiento de datos y nombres.
9. La indicación geográfica (IG) es un signo utilizado para designar un producto agrícola, alimenticio o de otro tipo, que posee un origen geográfico determinado y que tiene alguna calidad o reputación que se debe a dicho lugar de origen. El hecho de que un producto pueda beneficiarse de una indicación geográfica depende de la legislación nacional de cada país y de la percepción que tengan de él los consumidores.[1] Habitualmente, consiste en el nombre de la localidad, región o país de origen de tales productos. Wiquipedia digital.
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