La actriz y novel directora Yani Martín ha vuelto a reincidir haciendo teatro para niños, ahora con La dictadura del rey Pepino, una obra que a mi juicio “puentea” entre el sainete neocostumbrista y el neoabsurdo, para resultar un híbrido realmente “desacostumbrado”, pero no por ello menos original y sorprendente.
Para entender mejor mi calificativo de “sainete neocostumbrista” para La dictadura del rey Pepino, considero necesario repasar primero qué caracteriza al teatro costumbrista, el cual surgió como una forma espontánea de satisfacer al público con temas de carácter popular, más realistas y menos exóticos que los de algunas óperas de Puccini –léase Turandot, en China, y Madama Butterfly, en Japón– y menos trágicos y melodramáticos que los del teatro de William Shakespeare, cuyos Otelo, Hamlet y Romeo y Julieta son todas tragedias con finales infelices.
No es difícil entender entonces que como contrapartida a todo ese sin dudas magistral teatro –mas demasiado tremebundo para el pueblo “llano” –, el teatro costumbrista derivara hacia el sainete, “obra teatral frecuentemente cómica, aunque con un tema de carácter serio como trasfondo, con ambiente y personajes populares, en uno o más actos”, y que en Cuba se popularizara –valga la redundancia– el teatro costumbrista y los sainetes, al punto de que en las dos principales zarzuelas del patio: Cecilia Valdés, de Gonzalo Roig, y María la O, de Ernesto Lecuona, sus autores incluyeron un sainete cómico –con el negrito, la mulata y el gallego arquetípicos–, aunque ambas terminaran con el asesinato de su protagonista masculino.
Explicado ya el por qué de mi calificativo de “sainete neocostumbrista” para esta obra de Salvador Lemis, versión para teatro y adaptación del libro Me importa un comino el rey Pepino, de Christine Nöstingler, premio Andersen, dado que su argumento está enfocado en un familia actual, diríamos que típica, con un matrimonio con dos hijos adolescentes y un abuelo medio cascarrabias –y un marcado tono de farsa a pesar de tocarse un tema tan serio como el de las dictaduras–; pasaré ahora a defender mi calificativo de “neoabsurdo”.
El Teatro del absurdo surgió a mediados del siglo XX, en Europa, y aunque se atribuye al rumano Eugène Ionesco ser su precursor con La soprano calva (11 de mayo de 1950), y a Samuel Beckett, con Esperando a Godot (1953), yo, como buen cubano, considero que lo fue nuestro Virgilio Piñera, con Electra Garrigó (1941), Falsa alarma (1949) –considerada una de las primeras muestras del Teatro del Absurdo, anterior incluso a La cantante calva de Eugène Ionesco–. y Jesús (1950), aunque la primera no se estrenó sino hasta 1948.
Virgilio distorsionó la realidad cubana de su época mediante el recurso del absurdo, la insensatez y un mordaz sentido del humor, de ahí que el adjetivo de “neoabsurdo” aplique cabalmente para La dictadura del rey Pepino, donde Lemis recurre a un ejemplar de este vegetal para presentarlo como un rey destronado por sus súbditos, que son, para rematar, nada menos que unas papas.
Este rey Pepino huye del sótano donde era el dictador de las ya mencionadas –y sublevadas– papas, y se refugia en la casa de la familia escogida por el autor –y la directora de esta puesta, a sus actores– para protagonizar su sainete: Rachel Cruz como “la madre”, Steven Salgado como “el padre”, Isabella González, su hija Martina; Carlos N. Nazco, su hijo Golfi, y Ariel Texidó como “el abuelo”, “acompañados” por una “manejadora” del rey Pepino de lujo: Tamara Melián –encargada también de ser “las papas”.
Como no basta solo con haber “escogido” a esta familia “lemiana” para que la obra teatral fuera exitosa, toca hablar precisamente del elenco que Yani Martín tuvo el buen tino de escoger también –y tan bien– y dirigirlo para llevarlo a escena; ya “casado” cada quien con su personaje:
En la función de estreno, la tarde del sábado 10 de junio de 2023 –que fue a la que asistí–, Rachel Cruz, para comenzar, estuvo deliciosa en su rol de “la madre”, con una dicción y una proyección de la voz encomiable, y con el tono de farsa preciso con que “aderezó” sus parlamentos, amén de unos simpáticos movimientos escénicos, evocadores de su condición de bailarina de ballet frustrada –brazos redondos incluidos, del más rancio estilo romántico–; mientras que Steven Salgado, como su atolondrado y contradictorio esposo, la secundó sin altibajos desde el punto de vista actoral, mas no “políticamente”, al aceptar con entusiasmo que el defenestrado monarca pepinesco durmiera con él; en fin, que, como en casi toda familia, nunca falta tampoco alguien algo “trumpoloco”, devoto del admirador de los dictadores Putin y Kim- Jong Un.
Steven Salgado y Rachel Cruz:
el padre y la madre.
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Al frente: El rey Pepino y Steven Salgado;
detrás: Carlos N. Nazco, Ariel Texidó
e Isabella González.
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Y aclaro que aquí me meto hasta el cuello en H/honduras políticas, precisamente porque la obra así lo hace, al condenar la dictadura del nefasto “Patria o Muerte” y abrazar el “Patria y Vida” en su lugar, algo muy actual y a la vez celebrable dentro del tono humorístico del sainete (como ya dije, esta es una de las características de este subgénero). Por fortuna, en el caso de esta obra, el depuesto dictador puede acabar, sin secuelas, como una añeja ensalada de él mismo, a diferencia del biránico y maquiavélico que ocupa –solo cenizas, ¡alabado sea el Señor!– el horrible ceboruco que profana Santa Ifigenia, con su inacabable secuela canelesca y canallesca.
A su vez, el camaleónico Ariel Texidó fue “el abuelo”, con el tono de voz y sus movimientos “envejecidos”, tal y como uno espera de alguien ya ocambo –y voz de pito sin sus consabidos espejuelos puestos–, pero sin dejar de ser sorprendente y encantadoramente dinámico, otro punto muy a favor de su remarcable actuación, e Isabella González (Martina) y Carlos N. Nazco (Golfi), como sus nietos, fueron otro gran acierto y un atractivo añadido, al apostar Yani por una actriz infantil para el papel de la hija y por otro actor adolescente para el hijo, con tanto texto a memorizar, actuar e interactuar a la vez con el público, aunque, a falta de micrófonos, ambos debieron proyectar aún más su voz.
Ariel Texidó, Rachel Cruz, Isabella González,
el rey Pepino, Tamara Melián
y Carlos N. Nazco.
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(Querida Tamara, no te he obviado, como aquella vez de La orgía; ya dije que fuiste una titiritera de lujo para el rey Pepino, y ahora agrego que “unas papas” como para comérselas, mi corazón)
Al frente: Isabella González, Tamara Melián con el rey Pepino, Rachel Cruz y Steven Salgado; detrás: Yani Martín, Lili Rentería, Pedro Balmaseda, Daisy Balmajó y Ariel Texidó; y en la tercera fila: Carlos N. Nazco.
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Para finalizar –y no por ello menos importante–, quiero agradecer el diseño escenográfico, de vestuario y luces de Pedro Balmaseda y Jorge Noa (Nobarte); celebrar la alegre música original –e incidental– de Dennys Perdomo; así como el diseño gráfico de Román Fernández, todo ello bajo la dirección de la versátil Yani Martín –con Yahima Capote como asistente–, para que todos juntos hicieran posible que la magia del buen teatro se apoderara del escenario del Teatro Tower y complaciera a su nutrida audiencia de niños de todas las edades, objetivo principal para lo que fue creada su Fundación “Para Bajitos”.
Baltasar Santiago Martín
Fundación APOGEO para el arte público
Hialeah, 24 de junio de 2023
Fotos cortesía de Para Bajitos (autores varios)
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