Al pasar por Camagüey el Viejo Gómez, en su marcha hacia Occidente, tratando de organizar el gigantesco plan de la Invasión, paseando así triunfante de un extremo a otro la bandera de la patria, se incorporaron estos dos paisanos nuestros, que desde los comienzos de la guerra se habían levantado en armas con el ínclito Marqués Salvador Cisneros.
Ellos fueron de esa clase de hombres que no dudaron un momento que el deber estaba en la manigua y que en ella era donde sería posible incubar la Patria Libre, ahogando para siempre a la "Siempre Fiel Isla de Cuba".
Estos dos valerosos, luchadores formaron parte de la Escolta y más tarde del Estado Mayor del General en Jefe como Ayudantes, obteniendo Molina, además, posteriormente, el honroso cargo de Jefe de Escolta; en un punto o en otro, todos, teniendo la gloriosa honra de pertenecer al Cuartel General del General en Jefe del E. L. de Cuba.
Supieron ellos desde los comienzos de la campaña cumplir largamente todos sus deberes, desempeñando misiones delicadas, sufriendo privaciones y heridas, pues nada les arredraba y todo lo exponían por el éxito de la gloria y noble campaña libertadora.
En la paz no se han entibiado sus entusiasmos y siempre han sabido continuar dignamente manteniendo con pureza los ideales que les lanzaran a la manigua; siempre al lado del Gobierno, legalmente constituido, han contribuido a la estabilidad de la República en todo tiempo, contando ésta con dos modelos de ciudadanos cívicos, cabezas de familias, cuyos hogares son templos de virtud, y excelentes camaradas, así son estos dos gloriosos Veteranos de la Independencia.
Olivera fué, en múltiples ocasiones, nuestro compañero de exploraciones en momentos de serios peligros para el Cuartel General; para llenar tal cometido aprovechamos todos los recursos que la naturaleza pródiga nos brindaba, pero lo esencial era que sin dejarnos ver'del enemigo, sin disparar un solo tiro, que pudiera ser motivo de inconveniente alarma, obtener ios datos necesarios que el Cuartel General demandaba.
Tales cosas eran de necesidad, era uno de los más excelentes medios de que disponía el Viejo Gómez para poder burlar a las considerables fuerzas que constantemente le perseguían, con muy buen juicio el enemigo sabía que allí estaba el corazón de la revolución.
Algunas veces nos tropezamos con el soldado sin esperarlo. Recordamos que una mañana nos encontramos con una pareja en una estrecha vereda que conduce del Blanquizal al Laurel, y tal fué la sorpresa que tanto ellos como nosotros retrocedimos y ambos con el arma preparada para la defensa, la cosa no pasó de ahí, pues parece que ellos al igual que nosotros iban cumpliendo alguna misión especial que habían de realizar, y por consiguiente no exponiendo nuestras vidas sino en último extremo.
De Molina, este buen amigo y jefe amigo que fuera bueno también de mi padre, en épocas juveniles, en épocas de parrandas, en épocas de guateques, como se dice por nuestro terruño de Camagüey, donde las fiestas de junio, San Juan y San Pedro, se prestaban para estas diversiones típicas criollas... en la guerra se sintió como al lado de su viejo amigo y no olvidaremos jamás que nos honró con señaladas distinciones y confianza.
Sale para Camagüey el coronel A. S. Agramonte, con parte del Regimiento de Caballería "Expedicionario", nombrado como Jefe de la Brigada de la Trocha de Júcaro a Morón, el resto se fundió con la Escolta, que él era jefe y me nombra su ayudante.
Allí estuvimos hasta la terminación de la guerra; todo esto pasó del comienzo del 97 al mes de agosto del 98. Recordamos de tanta odisea, como la de la Expedición de Palo Alto, que trajo el general Emilio Núñez, de las cosas que pasaron con motivo de futuras operaciones y nuestras salidas del campamento en misiones como las de con Olivera y para resguardo del arma, parque, cañón y demás útiles llegados en esa expedición.
El curso del consejo de guerra al general Bermúdez y cuánto ese valiente soldado, a pesar de sus errores, pasamos durante su arresto, que pasó bajo la guardia consiguiente y entre el pabellón de Molina y el nuestro y la atención que repercutió mientras la ley fallaba el caso a que estaba sometido.
Bermúdez era simpático, expresivo, mucha pena nos causa la confirmación de su sentencia; hablamos mucho mientras ella seguía su curso. Recuerdo que nos dedicó su revólver, que no sabemos por qué causa luego no vino a nuestras manos, y ese hombre a nuestra opinión era listo, apasionado, de una mirada penetrante, impresionable, y nos expansionaba su habla, el cuento de sus proezas con Maceo y en medio de todo ello sus extraordinarias ojeras, no sabemos qué poder influyó en nosotros ese hombre que profundamente lamentamos su muerte, por todo esto expuesto y manera de ser tan llana, lisa y la manera de expresarse tan espontánea y agradablemente.
Bueno, compañeros, e. p. d. Bermúdez; la historia se encargará de hablar de él y nosotros lo recordamos con pena y con el respeto a la ley de nuestra República en Armas.
Así son los dos amigos y compañeros Olivera y Molina; Molina y Olivera a quienes con toda el alma y esas notas son dedicadas a ellos, porque son de los pocos y buenos de la guerra, así, sencillamente expuesto, pero dignos de sus labores por la patria queremos aludir a estos comprovincianos tan grandes amigos, jefes que han sabido cumplir con Cuba y quizás no la patria sino los trepadores hayan contribuido con la maldad, la envidia y la conveniencia a tratarlos mal, como casi a todos los veteranos, siempre desde el 24 de febrero de 1895, en minoría exigua, pero esa minoría de vergüenza ha impuesto la libertad a tanto bribón... y ahora no puede imponer la ideología de la guerra porque siguen en minoría y los malos cubanos gozando de la lucha triunfal del Ejército Libertador.
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Texto incluido en el libro Con sombrero de yaguas, de Angel E. Rosende y de Zayas. La Habana, 1932.
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