Foto/Internet
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Con cariño recuerdo a Najasa, donde estuve unos turbulentos primeros meses del Servicio Social (como le nombran o nombraban en la Insula, a los dos primeros años luego de terminar la universidad).
Ya he contado como transcurrió ese tiempo allá por el 91 del siglo XX. Comparto hoy, algo creativo y jocoso.
Al final del pueblo, estaba la librería. Detrás del área de los libros, un cuarto con un par de literas. Enfrente, en el mismo terreno (dentro de lo cercado), una especie de casita, que era mi oficina, buró, estantes,... Puerta y ventanas, una de las ventanas daba al camino real.
Los días que hasta Najasa iba, al bajarme del "guacamión" (camión Kamaz, con una guagua empotrada atrás, que hacía el recorrido Ferro-Omnibus - Cuatro Caminos), llegaba con la fresca, saludaba a la librera, me colaba por una de las ventanas de mi casita-oficina, abría las otras dos ventanas, la puerta. Apoyaba un taburete contra el buró, donde me sentaba frente a la ventana que daba al camino real. Encendía el primer tabaco de la jornada y observaba la vida de la campiña.
Cada mañana pasaba un campesino, quien atravesaba el pueblo hacia sus cultivos, arreando dos bueyes. Con voz alta, ronca, musical y serena repetía: ¡Comandaaante! ¡Delincueeente! (JEM)
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