Querida Ernestina,
por ser matancero como tú
–y habitante
también de esa otra galaxia
que son los amores escondidos–,
es que me atrevo
–por cuánto te comprendo, te admiro y te “siento”–
a imaginar tu calvario,
como mujer indomable y febril,
siempre a la sombra de tu genial hermano,
de tener vedado el paraíso
que es amar y ser amado,
porque una mujer puede amar
a otra mujer
sin dejar de ser una flor exquisita
que se ofrenda con total devoción
a la culpable de su encanto,
y dudo mucho el que la afortunada damisela,
no tuviera en su más querido álbum,
tu inmenso amor escondido,
y más aun,
que se negara a estar entre tus brazos.
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