Howard Berk(1) era en 1952 un ex soldado con sueños y afanes de ser escritor. De paso por La Habana, y según narra en First Person: My Lunch with Hemingway(2), en viaje de negocios como vendedor de cuberterías de plata, tuvo la suerte de encontrarse al que consideraba su ídolo literario: el ya famoso Ernest Hemingway. En sus pretensiones de escritor en ciernes, y presumiendo que la oportunidad era única, ni corto ni perezoso le puso determinación.
El contacto con Papa se lo proporcionó un amigo común, Roberto Herrera, quien conocedor de su interés, le propició la cercanía, nada más y nada menos que el 21 de Juio de aquel año, el mismo del cumpleaños de Papa, en no otro que aquel mítico espacio del Bar Floridita.
En la calle Obispo, había ambiente de fiesta. El trío de ocasión animaba el ambiente del bar ya concurrido de la clientela que venía a “tomar su mañana”. De pronto, ya instalados, el chef Nico, presentaba al homenajeado y su compañía un sabroso entrante de masas de cerdo frita y frituras de maíz. Los músicos al unísono entonaron el felicidades de ocasión animando el jolgorio mañanero para el maestro Hemingway.
Menudearon los aplausos, y Hemingway saludó a la concurrencia y agradeció el gesto con tolerancia inusitada, que el propio cronista reseñara luego como sorprendente, conocedor del carácter reservado del escritor, al invitar a los concurrentes de las mesas cercanas a sumarse a la celebración cumpleañera.
En aquel minuto Hemingway compartía igualmente una agradable primicia: el contrato para su nuevo libro: “Across the River and into the trees”. Herrera Sotolongo, según recuerda el escribidor en su artículo para el National Geographic, le felicitaba por la doble celebración: “Magnífico regalo de cumpleaños, Papa” Hemingway le correspondería en su español singular: “Gracias Paco”. El cronista celebraría su cumpleaños al día siguiente, Herrera creyendo era el mismo día que Papa, le hacía saber en su presentación, Berk se excusaba con amabilidad, pero Hemingway insistía: Happy Birthday Paco, llamando a Howard con el apodo de Herrera.
Lo que siguió fue una apoteosis de singularidad literaria. Howard, el cronista al escuchar la noticia sobre la novela de Hemingway recién contratada por sus editores, le preguntó a Papa si había escuchado bien:
- “Ud dijo Across the River..” Papa le confirmó:- Es correcto. Ese es el título. Con una pequeña ayuda de Stonewall.- Across the River and Into the Trees?Hemingway me espetó extrañado:- ¿Lo conoces?-Bueno así es, señor. Esas fueron las palabras del moribundo Stonewall Jackson. Crucemos el río y descansemos a la sombra de los arboles.Lo que dije sonó tan personal para Hemingway que me dijo muy animado:- ¿Cómo demonios sabes eso?-Douglas Southall Freeman, señor… traje los tres volumenes a Cuba conmigo.-No me digas. Libros muy pesados- Así es señor- Bueno, no me impresionas hijo, yo también los leí.Era sin dudas una nueva intimidad. Compartimos su famosa mueca.
Lo que siguió, en la voz peculiar de Papa le sonó a gloria a Howard el nobel émulo de fama creativa: “Saben que, nos vamos a almorzar a Finca Vigía."
Al salir todos los ojos los seguían con atención, muchos no dejaban de preguntar quien era aquel muchacho agraciado por una invitación tan seria de parte del escritor.
Subieron al Buick Roadmaster de Papa conducido por Juan que esperaba por Obispo. Roberto y el invitado en el asiento trasero. Juan al timón, y a su lado un flamante Papa con su habitual vaso enorme, lleno de un helado Daiquirí, que paladeaba sin recato tan pronto el auto se ponía en movimiento.
Lo que nos narra el cronista de la llegada a la Finca es digno de mención en sus propias palabras que comparto desde el original:
Delante de nosotros estaba la casa -Finca Vigia- y justo más allá una sutil construcción como un faro, que Roberto me había dicho el escritor usaba algunas veces como segunda oficina. Juan hizo una aproximación al frente de la casa y dijo sus primeras y últimas palabras: “Estamos aquí”. Hemingway hurgó en sus bolsillos y exclamó: Donde diablos están las llaves? Toco el timbre. Y luego lo hizo dos veces más. Mary Welsh Hemingway nos recibió con una postura decidida. Tenía el cabello crespo y corto, facciones firmes, y una actitud suficiente. Era la cuarta esposa, y Roberto que sabía muchas cosas, me había dicho que era la menos domesticada de todas. Siguió un curioso silencio. Marido y mujer parecían medirse el uno al otro. Yo tenía la sensación de que ella estaba molesta y que él trataba de explicar lo que había hecho. El momento se hizo más agudo cuanddo Hemigway, intentando salvar la situación dijo: Traje a los muchachos para almorzar… La próxima vez que traigas a tus compinches a almorzar me avisas antes… Lo interesante acerca de aquel diálogo fue que las palabras escalaron a los extremos más extremos.Pero la pareja aunque intercambiaban invectivas mantuvo una civilidad a toda prueba mientras se conducían a sus respectivos sitios. Hemingway mostró sus sitios a los invitados, Mary ocupó el suyo sin prestarnos atención a mi ni a Roberto. Por nuestra parte, agachamos las cabezas, y no fuimos parte de las hostilidades.
El almuerzo fue servido por dos damas que entraban y salían de la cocina portando los decantadores de vino, hogazas de pan y ensaladeras. Durante un respiro, Roberto tentativamente entró al ruedo sosteniendo su copa, pero sin alzar mucho, para evitar la presunción de una incursión extraña, y acotó a sotto voce: Me recuerda los Jumilla.-Uno de los mejores de España, redondeó Hemingway. Mrs Mary quien al momento solo bebía agua añadió: A mi me sabe a orine”. A pesar de su exuberante descripción yo comencé a disfrutar la comida. Hemingway comentó por su parte:- Tú no sabes lo bueno que es un vino hasta que no te bañes en él. Como con el piss.Aquí brindo con el orine, dijo Roberto, y Hemingway se sintió divertido con el aporte, porque Mrs hemingway no oyó la frase, y no le hubiera hecho mucha gracia si la hubiera escuchado… Hemingway volvió a servirnos, y respiramos aliviados. Convulsivamente y tras las servilletas, Roberto y yo intentábamos contenernos. Habíamos salidos parcialmente liberados, y la Sra Hemingway nos fulminó con su mirada.
Howard tuvo aquel día tuvo su minuto de gloria junto al Maestro: un día recordaría aquella frase inmortal que le escuchara sobre el arte de escribir, aquel día en aquella mítica jornada: “No hay nada al respecto. Solo siéntate en la maquina de escribir y sangra”
Luego de aquella ocasión coincidiría un par de veces más con Hemingway en los ambientes habaneros de la época: una vez en una fiesta privada festonada con luces de colores, y otra en el Floridita para decirle adiós. Volvería a Cuba luego ya de luna de miel pero no encontró al escritor que entonces hacía su segundo safari africano. Tampoco a Roberto, quien por entonces estaba por Brasil.
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1. Howard Berk (22 de Julio de 1924, Brookline, Massachusetts) fue un Escritor Distinguido en Residencia en la Universidad de Georgia. Sus créditos incluyen 13 filmes, docenas de episodios de TV, incluyendo Misión Imposible y Colombo, y cuatro novelas. Falleció en 2016 en los Angeles, California.
2. "First Person: My Lunch with Hemingway". By Howard Berk, For National Geographic. Published July 22, 2013.
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