Se estremeció al constatar tanta vastedad sin relieve; sobrada planicie hasta donde la vista se agotaba de viajar sin final alguno. Extrañó las noches intensamente oscuras, frías, silenciosas de la enorme ciudad; la brisa gélida de su barrio en Milpa Alta. ¿Cómo sería posible vivir en semejante llanura? ¿Cómo habitar una calle, una colonia, un barrio desde los cuales no se pudiese admirar una montaña, un cerro, una colina? ¿Cómo ahora engarzarse con voces a pecho abierto, sílabas, palabras, oraciones partidas, fraccionadas, pulverizadas. [Su mail: “Qué bárbaro, tantos y tantas hablan como a cada rato todavía me hablas tú, cebil: golpeado, tragándose consonantes y vocales sin piedad alguna. Y muy rápido, a velocidad de cohete. Dicen ´colorao´, ´pejcao´, ´ujté´…, oh, mi rey, si es que tú eres uno solo y en ocasiones te da por eso y me electrizas…, así que ponte en mi sitio ahora, en mis oídos…].
¿De qué modo la vida le retribuiría el miedo de caminar entre la maleza cerrada de la selva inmensa, sombría a tramos, donde podría toparse con víboras y arañas venenosas? Ruidos; ecos imprecisables; marea de verdores más y menos intensos, más y menos pálidos. Entre los pantanales donde el calor aun marca 41 grados centígrados a la sombra, combinado con una humedad de más de ochenta por ciento, como si placas ardientes fuesen sobando la piel.
[Su mail: “No se te ocurra, güey, llevar a la originaria voluminosa a las playas de Cuba antes que a mí”].
Comparada con la que caía en la Ciudad de México, la lluvia en el lugar donde se hallaba ahora asemejaba el diluvio postrero de la humanidad, parecía despachurrar los árboles, las edificaciones, enterrar a personas y cosas hasta el fondo de la tierra. Un par de aguaceros la habían sorprendido con su grupo en plena campaña. Vio cómo salían las culebras botadas de sus madrigueras por la torrentera. Vio cómo algún pantano crecía, de pronto, sin previo aviso, como si anhelara el vuelo. La capa y las botas impermeables que llevaba tal, si en lugar de protegerla de la lluvia, produjeran y expulsaran chorros de agua en medio del pavor por cadenetas de relámpagos y truenos que, le pareció, alumbraban más bajito y sonaban más cercanos que aquellos de los abrumadores aguaceros de verano en la ciudad donde había nacido y crecido. Fuera de crónicas y películas, sintió la ferocidad del trópico mediante el calor y el agua.
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Félix Luis Viera (El Condado, Santa Clara, Cuba, 19 de agosto de 1945), poeta, cuentista y novelista, es autor de una copiosa obra en los tres géneros.
En su país natal le fue otorgado el Premio David de Poesía, en 1976, por Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia; el Premio de Novela de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 1987, por Con tu vestido blanco, que recibiera al año siguiente el Premio de la Crítica, distinción que, en 1983, le fuera concedida a su libro de cuentos En el nombre del hijo.
En 2019 le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura Independiente “Gastón Baquero”, auspiciado por varias instituciones culturales cubanas en el exilio.
Su libro de cuentos Las llamas en el cielo retoma la narrativa fantástica en su país; sus novelas Con tu vestido blanco y El corazón del rey abordan la marginalidad; la primera en la época prerrevolucionaria, la segunda en los inicios de la instauración del comunismo en Cuba.
Su novela Un ciervo herido —con varias ediciones— tiene como tema central la vida en un campamento de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), campos de trabajo forzado que existieron en Cuba, de 1965 a 1968, adonde fueron enviados religiosos de diversas filiaciones, lumpen, homosexuales y otros.
En 2010 publicó el poemario La patria es una naranja, escrito durante su exilio en México —donde vivió durante 20 años, de 1995 a 2015— y que, como otros de sus libros, ha sido objeto de varias reediciones y de una crítica favorable.
Una antología de su poesía apareció en 2019 con el título Sin ton ni son.
Es ciudadano mexicano por naturalización. En la actualidad reside en Miami.
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