Si al menos fueras como Rodolfo
valdría la pena argumentar contigo.
Si se advirtiera en ti un compañerismo
de esos que solo existen en el paraíso,
si fueras un buen rival, libra por libra,
si interactuaras con madurez
y acatamiento.
Pero no vales la pena camarada:
No habló por lo que dicen,
sino por lo que veo;
ya que has sabido manejar de maravilla
esa pelusa, que se exhibía
en el ojo de tu prójimo,
mientras la viga se ocultaba en tu mirada.
Si fueras como él, cómo Rodolfo.
Entonces no tendrías
ese mohín mezquino,
ese ademán arlequinesco.
Rodolfo tiene la mirada limpia;
sus movimientos son oportunos
y veraces,
es un discreto padre de familia
que toma precaución
y no calumnia a nadie.
Si fueras como él, yo te tratara
como lo traté
cuando aún me prometía ser mi amigo.
Lo que pasó entre él y yo
fue mi torpeza,
la torcedura de su entendimiento,
la cizaña de cierta persona
que aborrezco.
¡Pero a pesar de todo
lo recuerdo con afecto!
A ti no puedo ni siquiera tolerarte.
Eres propenso a la pusilanimidad,
al desprecio, al desaire,
a la falta de empatía.
De ti nace la envidia y brota la aversión.
En tu silla de alumno pulula la arrogancia.
Eres tan pequeño, tan escueto y mísero,
que no motivas ni a decir tu nombre;
aunque algunos te conocen
y saben bien quien eres.
En cambio todos mencionan a Rodolfo,
y lo hacen con orgullo, como yo.
¡Viva Rodolfo!
Que aunque ya no nos vemos
aún lo admiro.
Si fueras como él,
tal vez te hubiera escrito este poema...
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