Foto/Febrero 1915
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Se trata de una añeja rememoración que un cronista de ocasión dejara publicada en la revista Bohemia de diciembre de 1910. El escribidor era parte del entourage que el presidente de la República de aquel minuto viajaba en el tren al uso, de camino al Legendario en visita de ocasión.
La narración arrancaba no más el tren dejaba atrás la estación de Ciego de Ávila. El relato se hace profuso en detalles de la amplia sabana, rodeada a ratos de mínimos afloramientos verdes, bosquecillos ralos, palmas por doquier.
Al atardecer la comitiva hacía entrada en la ciudad de entonces. Sorpresa para el viajero hallarse con aquella: “magnífica, soberbia, majestuosa... estación del ferrocarril…” y en el entorno: la elegante profusión de edificios en la acera del frente… a no dudarlo el Hotel Plaza… Su relato sigue un recorrido inevitable por las calles de aquel Camaguey:
Al doblar cualquiera de las esquinas inmediatas a los contornos del paradero, Camagüey se nos presenta tal cual es, con todo su sello característico de antigüedad. Es una aldea española grande.
Pero más que edificios grandilocuentes de impecables valores arquitectónicos, el viajero aspiraba a algo más sugeridor:
contemplar de cerca aquí, en esta tierra simpática… esas hermosas y sugestivas camagüeyanas de que tanto habla la fama, quiero tropezar a cada paso por sus tortuosas callejas con un Lugareño en cada senil cabeza de varón, quiero recrear mis ojos con la vista de esos patios a la andaluza con tiestos de flores, de que oigo hablar a los que pierden el seso cuando habla de su Camaguey: quiero beber el agua de esos famosos tinajones que hacen mofa de acueductos y aljibes: quiero probar ese queso camagüeyano que tan dificil se hace hallar en el mercado habanero y que solo a costo de subido precio saborean algunos ricos sibaritas, quiero en fin saborear, el ambiente saturado de patriotismo de esta tierra de titanes, de mujeres portentosas…
Un detalle a seguido nos deja una particular perspectiva del ambiente mediterraneo de la ciudad. Se trata de una perspicaz observación del periodista sobre la llegada del progreso ferrocarrilero a la antigua comarca y todo lo que en consecuencia se empezó a vivir en la añosa y tranquila comarca de nuestros ancestros:
Van Horne, el canadiense, abriendo luenga brecha por entre montes y sabanas, rompió la tradicional tranquilidad el solar camagüeyano, inundandolo de turistas de caras raras, de comerciantes de miradas escrutadoras, de viajantes aventureros, de agiotistas ávidos de negocios de toda clase, y de gente nueva e improvisada que nadie vio por aquellas calles y callejuelas el dia anterior. La virginidad de la vida camagueyana quedó por siempre deshecha.
Tales conjeturas nos confiesa en su discurso era el sentir de los más viejos y afincados enla tierra que desde siempre les hizo lugar, uno de tales comentaristas le hacía saber con sabias palabras:
Aquí se vivía en familia, casi todos los camagüeyanos estábamos emparentados, el que pretendía una dama la llevaba hasta el altar… la gente forastera que ha caído como plaga egipcia, ha quebrantado la armonía social, y el abolengo tradicional desaparece, estamos en constante alarma… al borde de un precipicio permanente. El Camagüey, mirando a través del cristal de su leyenda, maldice al travieso canadiense que acabó con la solidaridad familiar de este rincón cubano
Ni una sola construcción digna de admirarse. Ni un monumento. Ni una simple estatua recordando a tanto hijo ilustre como ha tenido. Ni un teatro digno de su población, cultura y categoría de ciudad capital. Ni una obra pública de esas que atraen la atención del viajero. Ni una fábrica industrial digna de verse.
De otras facetas del entramado y de la vida social, ya de merecido realce esta vez, el visitante dejaba contada referencia.
Sus anotaciones las dejo de referente para el cierre, como botón de muestra de aquella ciudad que fue y de alguna forma ya no existe, pero que igual es una rememoración inevitable y un hálito de memoria para los que ya no la habitamos:
La ciudad de las iglesias, la llamaría yo por el número exorbitante de las mismas que se cuentan… posee Camagüey un Casino Campestre, verdadero parque que ya quisiera tener La Habana. La luz electrica ha reemplazado en casi toda la ciudad al antiguo farol de petróleo colgado del gancho que aún se ve, como signo de un pasado en la fachada de cada casa. Un tranvía corre por algunas de sus calles, y entre estas cuéntase una asfaltada…
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