"No tengo cambio", díjome el barbero cuando le di el peso. Costaba 80 centavos el pelado.
Todo los días, al regreso de la escuela, pasaba por mi peseta. Un día llegué feliz con el tardío vuelto. Al contarle a mi mamá, me hizo regresar de inmediato, pedir disculpas y devolver la moneda. (JEM)
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