Neo Club Ediciones. Miami 2024.
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Vuelvo a compartir este fragmento de la novela, como aperitivo. Adquirir en Amazon.
Érika
Por primera vez vistió telas vaporosas, que parecían ascender en el aire, burlarse del calor. Dejó de usar pantaletas y no obvió además el sostén porque entonces las tetas irían saltando e insinuándose de paso en paso y sentiría vergüenza. —O no, no sentiría vergüenza per se, sino que se avergonzaría al constatar la vergüenza del prójimo frente al lance. Los hombres, y también tantas mujeres, no admitían que las tetas de una anduviesen sueltas, libres aunque debajo de la tela. Puesto que las tetas —recordó a Plácido el Bueno— podrían resultar, a la vez, el más invulnerable baluarte o el sendero más franco, y también el As de Espadas. Así era: como dejó dicho de su puño y letra este gran sabio “Entre los emblemas que más podrían impresionar a un ser humano —varón o hembra— se hallaban las banderas nacionales, los himnos, las pistolas y los senos de mujer”.
La tarde siguiente al día de su llegada, el Jefe la acompañó a comprar la ropa apropiada. En la Zona Luz del centro histórico; recorrieron las cinco calles que la componen. Si bien el ocaso no estaría muy lejos, el calor persistía y ella sintió que se le acababa el oxígeno por momentos: la piel se le incendiaba; un vapor extraño le agarraba, más que la vista, la mirada; parecía arderle el esófago; la sed la invadía constantemente —se detendría en uno y otro bebedero público—. El Jefe se había invitado él solito para acompañarla cuando ella preguntaba a bulto, al grupo con que la habían conectado en la mañana, dónde podría hallar la vestimenta necesaria. Pensó declinar el ofrecimiento y pedirle a un taxista que la dejara en el lugar preciso. Pero de cualquier manera le resultaría trabajoso desenvolverse en una zona desconocida, sin idea de cuáles serían las tiendas convenientes para sus propósitos. Llevaba un pulóver azul cielo de tela más bien gruesa y mangas cortas que en ocasiones usaba para dormir y le llamó la atención cómo algunos dependientes y dependientas dejaban la vista fija por instantes en sus manos y antebrazos cuando los tenían al alcance de la mirada, debería ser por su blancor, o su tipo de blancor, pensó, y, como antes ciertos transeúntes, ahora estos dependientes y dependientas se detenían, más que a mirar, observar sus ojos por unos momentos, como si el nivel de la impresión les anulara la prudencia. Vio allí en el centro de la ciudad, por primera vez en su vida, en haces, cuánto abundaban las mujeres de culo alzado. [Su mail: “… como las cubanas, roble, pero dime si de a deveras el mío no será tan alzado, pero también tiene lo suyo en ese aspecto, y de pilón, es de líneas perfectas o casi. ¿O a poco no?”].
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