El sábado 27 de abril asistí a la sala de teatro del Koubek Center, perteneciente al Miami Dade College, para ver la obra La vida es un gran bolero, anunciada como una comedia de la autoría de Marcos Casanova, quien también fue el encargado de la dirección general, con Manuel Arbelo, Tania Guzmán y Dunia Pacheco como asistentes, tanto de dirección como de producción, esta bajo el sello Martí Productions, Inc.
Para empezar, pienso que ya la mención del bolero en el título presagiaba que la obra sería mucho más que una comedia, y en efecto, lo que vi en escena fue un refrescante musical sobre los hombros, el pecho, las caderas, las voces –y todo lo demás– de esas dos deliciosas actrices “todoterreno” que son Noris Joffre y Yani Martín, porque lo mismo se meten en la piel de un tremebundo personaje lorquiano, que en la de dos cabareteras latinas “buscavidas”, como es el caso que hoy me lleva al teclado de mi ordenador –para sonar castizo, que de allá venimos los latinos, joder; mestizaje por medio, que conste.
Las actrices Yani Martín y Noris Joffre protagonizan La vida es un gran bolero. Ayaniris Photogaphy | Cortesía Martí Productions.
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El señor Casanova debe estar sumamente agradecido a estas dos talentosas mujeres, porque gracias a ellas, una simple comedia con situaciones poco o nada justificadas, fue “elevada” a la categoría superior de “musical”, lo que en definitiva la salvó e hizo que fuera disfrutable por el público y por este servidor.
Paso a argumentar ahora el porqué califico las situaciones del texto como poco o nada justificadas:
Para empezar, no se explica el que Tula, de pronto, en el segundo acto, deje de estar inválida; así como su tranquila “aceptación” de Toni, a pesar de que esta sea una ladrona que la visita dos veces para robarle sus joyas, enviada por el truhán de Celestino; y que terminen tan íntimas, con Toni hasta socia del cabaret de Tula al final.
Se me ocurre que la explicación pudiera ser que Toni fuera la hija dada en adopción por Tula cuando joven, y que ella, al descubrirlo, por aquello de que “las madres todo lo perdonan”, así lo haga y le sirva a su vez de redención, pero nada esto se induce en la obra, así que mantengo lo dicho.
Insisto, tanto Noris como Yani parece que se conectaron con sus vidas pasadas como cabareteras, porque, con total desenvoltura, gracia y afinación, nos trasladaron a ese mundo nostálgico –y mágico también, ¿por qué no? –en que Olga Guillot, Blanca Rosa Gil, Gina León, Lucho Gatica, Benny Moré, Celia Cruz, Elena Burke, Omara Portuondo, Moraima Secada y La Lupe, entre tantos otros, fueron, son y serán sus reinas y reyes indiscutibles forever, porque, como dije al final de mi poema Mis tesoros: “cada cubano tiene, en su alma libre, una victrola con boleros antiguos para alimentar su corazón”.
Concluyo celebrando la actuación de un destacado bolerista al final de cada noche –en mi caso, el gran Roberto Torres–, con varios de los asistentes a la función sentados a las mesas del “cabaret” de Tula –muy bien recreado por esos magos de la escenografía que son Pedro Balmaseda y Jorge Noa–, que en vez de coger candela como en el antológico cuarto de su homónima, se llenó de sabor bolerístico como feraz redención de este género inmortal.
Hialeah, 23 de mayo de 2024
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