Como es costumbre el Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami (FITHM) en su treinta y ocho edición culminó su andadura con la obra que para esta oportunidad subió a escena Teatro Avante -compañía que carga con la responsabilidad de ser quien convoca a dicho evento- nos referimos a “Disonancia”, un texto con firma del dramaturgo cubano residente en España, Abel González Melo, bajo la dirección de Mario Ernesto Sánchez, director de esta agrupación teatral y del propio festival. El elenco de la misma estuvo integrado por Julio Rodríguez, Marilyn Romero, Claudia Tomas y Daniel Romero, todos actores de origen cubano.
Abel González Melo, es graduado de Teatrología en el Instituto Superior de Arte de la Habana, Cuba, quien además posee un Máster en Teatro y un doctorado en Estudios Literarios por la Universidad Complutense de Madrid, España, ha tenido, la oportunidad de nutrirse de múltiples experiencias para su formación en diversas instituciones tales como el Máximo Gorki Theater de Berlín, Alemania, Panorama Sur de Buenos Aires, Argentina, Royal Court Theatre de Londres y Teatro Home de Manchester, estas dos últimos en Reino Unido. Como profesor ha impartido cursos en diversas instituciones académicas, entre las que se encuentran el Instituto Superior de Arte, en Cuba y el Aula de Teatro de la Universidad Carlos III de Madrid, España. Actualmente se desempeña como coordinador artístico en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares
Con casi una treintena de obras teatrales escritas, desde la primera, “La ganza de plata”, en 1992, muchas de las mismas han sido publicadas o subido a los escenarios en diferentes países como Alemania, Argentina, Brasil, Cuba, Eslovenia, España, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, México, Turquía, Uruguay y Venezuela. Igualmente ha escrito guiones para cine y tiene publicados libros de poesía, cuentos y ensayos. Por algunas de sus obras ha recibido el Premio Nacional de Crítica Literaria, Premio Alejo Carpentier, Premio Villanueva de la Crítica Teatral, Mención y Premio Casa de las Américas, entre otros, todos ellos en Cuba, así como también el Premio Cultura Viva, en Madrid, por el conjunto de su obra. Ha mantenido una estrecha relación como editor con la habanera Editorial Casa Tablas-Alarcos, dedicada al quehacer escénico nacional y muchos de sus escritos han aparecido en diversas publicaciones cubanas y de otros países. También se ha desempeñado como asesor dramático de algunas agrupaciones teatrales de la isla.
Durante cinco años, las obras de González Melo, han sido llevadas a escena por Teatro Avante, bajo la dirección de Mario Ernesto Sánchez -después de haber sido nombrado dramaturgo residente de dicha agrupación- para la cual ha escrito “En ningún lugar del mundo” (2018), “Bayamesa” (2019), “Ubú Pandemia” (2021), “Mejor me callo” (2022) y “Disonancia”, la obra que ha subido en este 2024 a las tablas, obra que como las anteriores han clausurado el FITHM. Pero el andar de las obras escritas por este autor sobre los escenarios miamenses se remonta a mucho más tiempo atrás, pues varias de ellas ya habían sido estrenadas en esta ciudad, teniendo por director de las mismas a Alberto Sarraín -Chamaco en el 2009, Talco 2010, Nevada 2013- siendo dicho director -siempre mucho más interesado en la dramaturgia que se escribe dentro de Cuba que en la realizada fuera de ella por escritores cubanos- quien introdujo la dramaturgia de Melo en nuestra ciudad.
Haciendo un recorrido por los títulos de autores cubanos en general que han tenido el ‘privilegio’ de poder presentar sus obras en los escenarios de Miami, posiblemente, González Melo resulte el escritor que más obras ha visto subir a nuestras tablas, a lo que tendrían que sumarse los posibles trabajos por llegar como resultado de su actual vínculo con Teatro Avante, vínculo que llama la atención teniendo en cuenta la relación tan activa que mantiene dicho autor con las instituciones cubanas -incluso con la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)- las mismas que reprimen y censuran por igual tanto a aquellos artistas que se atreven desde el propio país a pensar diferentes, como aquellos otros que logran escaparse del mismo convirtiéndose en traidores. Aunque abogamos sin duda por la libertad artística, y vivimos en un país donde al menos por ahora ella existe, aspectos como éste llaman la atención de una parte del gremio teatral cubano que desde hace ya más de seis décadas conforma el exilio, y que en el caso de sus dramaturgos, ve como sus obras son ignoradas una y otra vez a cambio de llevar a las tablas textos de escritores residentes dentro de la isla o como es el caso en cuestión, viviendo fuera de ella, pero manteniendo una estrecha relación de camaradería con las instituciones del régimen cubano, a lo que se suma el que sean pagados con el dinero procedente del ‘enemigo’.
Si hemos querido hacer énfasis sobre los anteriores aspectos relacionados con lo político, es porque el contenido de “Disonancia”, la obra que nos ocupa, se encuentra marcada por dicha realidad. En la obra en cuestión, su autor trata de vendernos la tesis de que aquellos pueblos que se han visto sometidos a cualquier tipo de dictadura, deben valorar si su reacción a ella, una vez dejada atrás la misma, deba ser la venganza o el perdón, y aunque el autor -de manera oportunista- haya pretendido presentar dicho tema de manera general, el texto no puede ocultar que hace referencia directa a la situación que ha vivido y aún vive Cuba bajo el tiránico régimen castro-comunista. Esta actitud de manipulación del mensaje, muestra una doble moral, que poseen una considerable parte de artistas e intelectuales cubanos que viviendo aún fuera de las fronteras insulares, mantienen una estrecha relación con sus instituciones culturales, donde sin duda se ven reconocidos, publicados, premiados y aplaudidos. Esta actitud en la jerga popular cubana se define como el “jugar con la cadena pero no con el mono”, lo que se traduce en criticar pero hasta el punto de no llegar a enfrentarse con el ejecutor del mal para así evitar posibles desencuentros. Para estos personajes, las espaldas siempre hay que cuidarlas,
Este texto dramático, como podemos apreciar, no tiene el objetivo centrado en denunciar o condenar hechos de trascendencia humana que violan los más elementales derechos de un pueblo, sino en lanzar a rodar la malsana idea del perdón hacia aquellos que causaron el dolor, mensaje éste promovido por los propios verdugos, de algún tiempo a esta parte, desde las mismas instituciones cubanas y compartido vilmente por aquellos alabarderos que tanto apoyo brindan al despótico régimen caribeño. El hecho que tanto la promoción a la obra como ella misma, se haya construido sobre el discurso de exponer al público ante dicha opción de la venganza o el perdón es una muestra del maniqueísmo con se pretende enfrentar tan delicado asunto.
¿Por qué el autor antepone esos dos conceptos? ¿Por qué su intención de no utilizar la palabra exacta que debiera sustituir -con todo derecho- la palabra venganza? Sin duda alguna justicia sería el término correcto que encaja en esta ecuación. Cambiar uno por otro arrastra consigo una fuerte carga de demagogia a favor del verdugo, mientras que inflige un demoledor golpe a las esperanzas de sus víctimas.
En cuanto a la la relación del texto con la puesta en escena del mismo, durante las siete escenas sobre las que se construye la obra, la narración hace derroche de lugares comunes de la vida socio-política cubana, de una manera tan esquemática que no permite a los intérpretes construir sus personajes con algo más de credibilidad. Este cargante discurso político, con más de folletín que de teatralidad, obliga a los actores a reaccionar de manera no muy convincente, aunque por supuesto dejando ver en escena una diferencia notable entre la proyección de las dos parejas que integran la pieza -las cuales nunca entran en contacto- aunque dejándolos a todos con muy pocas opciones artísticas.
La primera dupla de actores, ambos jóvenes, formada por Daniel Romero y Claudia Tomás, quienes desde su llegada a esta ciudad han gozado del privilegio de subir con frecuencia a los escenarios, muestran el por qué de dicha posibilidad. Sus desempeños, a pesar de las limitaciones de sus personajes, tratan de ofrecer veracidad a unos diálogos donde se habla casi todo el tiempo por medio de consignas, frases hechas y demasiado escuchadas en el discurso político-social cubano. Con buena proyección y articulación de sus voces e intenciones dramáticas, como de costumbre, defienden sus roles, siendo los encargados de proyectar las bases de un desenlace que no llegará.
Del otro lado, Rodríguez y Romero, son dos actores de larga trayectoria en nuestros escenario quienes incorporan a dos ancianos, que no serán otros que aquella otra pareja de jóvenes pasado el tiempo. Resulta desacertado que estos actores asuman su trabajo a partir de caracterizaciones llenas de estereotipos y clichés en la construcción de dichos personajes. Existen elementos, además del maquillaje -en este caso también excesivo- que permiten la transformación de un actor en personas de avanzada edad, sin necesidad de acudir a lugares comunes que transformen sus trabajos en caricaturas de los que debieran ser. Pero es aquí, sin duda alguna, donde se extraña la mano del director que sepa trabajar sobre esos imprescindibles detalles que requieren ser modelados, para ayudando al actor, contribuir a la construcción de los personajes. Si comparamos el trabajo de cada una de las dos duplas actorales que componen el elenco en esta puesta podemos observar dos estilos de trabajos muy diferentes, como si estuviéramos en presencia de dos estilos diferentes de puestas en escena.
Para ofrecer los cambios de tiempo y espacio, que propone todo el tiempo el texto dramático, el director acude un reiterativo y monótono movimiento de muebles -una mesa y dos sillas- que al terminar cada una de las escenas, los actores que las terminan tienen que realizar dejando preparado el espacio a los que entrarán en la próxima escena, así sucesivamente hasta el final. De igual manera, no se entiende el por qué los actores al terminar cada una de sus escenas tienen que quedarse semi-escondidos entre la escenografía, amortiguados por un ambiente de luz más bajo, pero a la vista del público, donde incluso en el caso de la pareja de actores jóvenes, los mismos se ven obligados a hacer cambios de vestuarios. Este trabajo ensucia las escenas y distrae la vista del espectador.
Para situar una historia que se mueve a través del tiempo y el espacio, el concepto escenográfico, ideado por el equipo de escenógrafos formado Jorge Noa y Pedro Balmaseda -habituales en los trabajos de Teatro Avante- estos recurrieron una vez más a llenar todo el espacio escénico con una gigantesca construcción arquitectónica toda en color gris, procurando ser lo más neutra posible según palabras de los propios creadores, formada por enormes columnas -con arquitrabes incluidos- enormes ventanales y un innecesario nivel más alto al fondo del escenario, al que se accedía por tres escalinatas casi utilizadas de manera forzosa e injustificada por los actores en el desarrollo de la acción. De nuevo la propuesta escenográfica se ‘traga’ a los actores en escena, tomando un protagonismo que le es restado a los actores. Esto que no es un problema nuevo en las obras de Teatro Avante, vemos que se repite una y otra vez en cada una de sus propuestas.
El que esta agrupación teatral, que para colmo es la única que se ve representada en un festival que proclama que su realización contribuye al desarrollo del teatro en Miami -cosa que ningún miembro del gremio teatral de esta ciudad percibe así- ignore no solo a las agrupaciones teatrales sino también a la totalidad de dramaturgos hispanoamericanos que viven dentro del territorio de este mismo país, repitiendo una y otra vez a escritores foráneos, especialmente que vivan o que mantengan coloquial relación con instituciones oficiales cubanas, provoca un profundo malestar entre los artistas, principalmente entre los de origen cubano, quienes se ven menospreciados, hecho este que ha venido siendo planteado desde mucho tiempo atrás.
Una obra como “Disonancias” nunca debió haber subido a las tablas en esta ciudad, hogar de miles de víctimas de un régimen político que tantos crímenes ha venido cometiendo desde hace ya demasiado tiempo sin pretender pedirles perdón alguno a las mismas, llegando al cinismo extremo de pedirles a aquellas que perdonen a sus verdugos. Que a estas alturas los escenarios de Miami sean testigos de una obra de teatro con tal tipo de mensaje, es una afrenta a más de seis décadas de dolor exigiendo justicia, no venganza.
Lic. Wilfredo A. Ramos.
Miami, agosto 12, 2024.
Fotos cortesía de Teatro Avante.
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