“La poesía se hace con la vida, con el sueño, con la materia, con el hombre. La militancia política de la poesía dentro de una línea de partido es la más vil de las cobardías...”
(Hugo Consuegra, en el monográfico Elapso Tempore).
Ahondar en la interioridades de una artista, que en medio de su destacada carrera, se propone desaparecer de la vida pública, renunciar a continuar con su obra, aislarse y tratar de encontrar los motivos que la llevaron a tal acto de negación y de autocensura, es el argumento de la obra teatral “Papier Marché”, un estreno mundial acontecido en esta ciudad de Miami, la cual cuenta con dramaturgia y dirección del cubano radicado en España, Carlos Celdrán, en una producción de Arca Images.
El material del que se vale el autor para escribir este texto y llevarlo a escena, parte de los acontecimientos que rodearon la vida de la importante pintora cubana Antonia Eiriz (1929-1995), quien por motivos que nunca han podido ser aclarados del todo, dejara de pintar inesperadamente, después de verse señalada con furibunda crueldad ideológica, primero por la reconocida escritora, investigadora, promotora y crítica de arte argentina asentada en México, Raquel Tibol (Raquel Rabinovich 1923-2015) y acto seguido por el el crítico, ensayista e historiador literario cubano José Antonio Portuondo (1911-1996).
El suceso con la Tibol tuvo su origen al presentarse en 1966, una exposición de arte cubano en La Casa del Lago de la Universidad Autónoma de México, en Ciudad de México, con la obra de los pintores Raul Martínez y Antonia Eiriz, donde la crítica argentina tuvo palabras muy fuertes de rechazo hacia la obra de la pintora, por considerar inaceptable que un artista se dedicara a hacer una obra de marcado estilo expresionista dentro del “luminoso escenario de la revolución cubana”. La Tibol, aunque supo apreciar la calidad de su obra, arremetió de manera furibunda contra ella, dejando muy clara su posición ideológica, provocando que sobre la Eiriz se volcaran las miradas inquisitoriales del régimen cubano.
Con respecto al segundo incidente, el mismo aconteció durante la inauguración del Primer Salón Nacional de la Artes Plásticas en 1968, en el Museo Nacional de Bellas Artes de la Habana, dentro del cual la artista expuso su icónica obra “Una tribuna para la paz democrática”, y donde en su discurso de apertura, frente a toda la multitud de público, artistas y funcionarios presentes, Portuondo, desde su posición de comisario político de la cultura, califica dicha obra de Eiriz como derrotista, grotesca, decadente y contrarrevolucionaria, con lo que le impondría un golpe decisivo a la artista y su obra artística.
Ambas situaciones sumadas a la reciente lamentable pérdida de su madre, con toda seguridad sumió a la pintora en un vacío existencial, que la llevó a retraerse, poniendo en duda el valor de su propia obra, bajo la influencia de las magras palabras de censura hacia la misma. A ciencia cierta, nadie hasta ahora ha podido llegar a conocer los verdaderos motivos para tomar tan drástica elección, llevando a Eiriz en cambio a convertir su casa en el reparto habanero de Juanelo, en un taller abierto a la comunidad, donde la artista les enseñaba a todo aquel que al mismo arribara, a trabajar la milenaria técnica japonesa del papel mojado y modelado, llegando a ser conocida como ‘la Dama del Papier Marché’, siendo alabada su labor por aquellos mismos que antes la denostaron y humillaron.
Es a partir de tan solo estos muy puntuales hechos conocidos, sumado a un gran silencio, que la investigación llevada a cabo por Celdrán representara un gran reto a vencer. La búsqueda de la escasa información a partir de unos pocos artículos y escurridizas conversaciones, obligó a construir un material dramático que como bien plantea su autor:
... ha dejado un impacto decisivo en la escritura final de la obra, donde los supuestos, las hipótesis y los tanteos vislumbran una verdad poética sobre el destino de una de las artistas plásticas cubanas más importantes del siglo veinte.
El texto que se nos presenta está conformado entre la supuesta realidad de las palabras e ideas de la pintora y de la trama oportunista con que el dramaturgo intenta convocar los posibles acontecimientos, logrando con ello tejer casi dos presupuestos diferentes pero convergentes, desentrañar secretos y crear al mismo tiempo una historia que permita desarrollar cierta acción dramática sobre el escenario. Ambas cosas conseguidas con la serenidad que le es propia a este autor-director.
La concepción de puesta en escena, simple, casi minimalista, se completa con la presencia de una pantalla la cual fungirá como soporte testimonial donde se muestren algunas de las obras pictóricas de la Eiriz. Soberbio momento se logrará cuando sobre dicha pantalla se proyecte la imagen del cuadro que desencadenara los bochornosos acontecimientos en aquel museo, mediante la reproducción teatral de los mismos y donde un actor, asumiendo la figura de aquel censor, lanza hacia los espectadores del teatro transformados en los de aquellos sucesos, sus coercitiva e incendiaria arenga ideológica. Con la presencia sobre las tablas de esta escena, la obra alcanza un tono de violencia y crispación que no se encontrará en el resto de la puesta, pero que se hace necesaria para calibrar la tragedia en toda su medida. Unos pocos muebles en escena dispuestos de cierta manera al principio de la obra y que terminan colocados en posición inversa al finalizar la misma, ofrece un raro a la vez que interesante paso del tiempo en la acción. Esta acertada concepción de diseño escenográfico corrió a cargo de Andrew Rodriguez-Triana.
En una obra donde el texto es el arma principal y definitoria de la misma, el trabajo de los actores asume importancia capital, y el director, certero siempre en ese aspecto, vuelve a rodearse de un elenco que responde con total integración a sus preceptos, logrando un ambiente de sinceridad y honestidad interpretativa, que recorre la obra de principio a fin.
Como cuando hay entrega veraz en el trabajo, no podemos hablar de papeles pequeños, la presencia de Andy Barbosa incorporando al joven quien con junto a sus padres se integra al taller creativo que Eiriz organiza en su casa, ofrece un trabajo que conmueve en su sinceridad y derroche de humanidad, mostrando por una parte el agradecimiento con que aquellos alumnos asimilaron el tiempo de entrega de la artista, y a la dejando claro como el tenebroso brazo policial procurara ahogar aún más aquella mujer, tratando de intimidar a sus alumnos.
Guillermo Cabré, en su doble desempeño como programador teatral en un momento e incorporando a la figura de José A. Portuondo en otro, logra desdoblarse en escena en dos sentidos opuestos, mientras en el primero su trabajo mantiene el tono calmado de diálogo que recorre la obra, en el segundo alcanza un clímax de integración y veracidad a la violencia del discurso del personaje, provocando el brutal rechazo por parte del espectador, el cual en algún instante de su vida -de nuestras vidas- se vió frente a ese mismo tipo de lacerantes acciones.
Por su parte la actriz mexicana Rosalinda Rodríguez, única no cubana dentro del elenco, va a incorporar a una productora teatral así como a la férrea crítica de arte e ideóloga izquierdista Raquel Tibol. Si en su primer personaje lo hace a partir prácticamente de su propia personalidad, la actriz se mete en la piel de la segunda, haciendo gala de la mordacidad y la catadura moral de esta lamentable casta intelectual latinoamericana que tanto mal a causado sobre el arte y los artistas de la región, siempre dispuesta a disculpar los horrores de la demasiada extensa dictadura tropical antillana. El breve monólogo recriminatorio dirigido hacia la Eiriz, la actriz lo maneja inteligentemente con una sobria, contenida, pero cínica postura, haciendo de éste, otro impactante momento dentro de la obra.
Ariel Texido, en su papel del director teatral -una ficción del propio Celdrán- interesado en llevar a las tablas la vida y los hechos que condujeron a la desaparición pública de la pintora, aporta un trabajo cargado de una serenidad poco vista en sus acostumbrados trabajos en escena, proyectando una imagen cargada de humanidad, bastante diferente de lo acostumbrado a ver en su quehacer artístico.
Por último, el que Zulema Clares, actriz radicada en New York, haya sido escogida para darle vida a la pintora Antonia Eiriz, no resulta un acto fortuito, debido a que la actriz formó parte del elenco en su fundación, de Argos Teatro, agrupación teatral habanera a las órdenes de Carlos Celdrán, por lo que existe una segura conexión entre el trabajo de ambos. La intérprete incorpora la personalidad de la pintora por medio de un sorprendente trabajo de caracterización externa, asumiendo además un melancólico ritmo interno que muestra el supuesto vacío que marcaron los acontecimientos en su vida personal. Después de haber apreciado su trabajo, considero muy difícil pensar en otra actriz para interpretar a este personaje.
A todo lo dicho anteriormente solo quisiéramos señalar a la puesta en escena, un aspecto que en la noche en que estuvimos presente al menos, atenuó un poco el completo brillo a la misma, asunto este que tiene que ver con el sonido o con la proyección de las voces en determinados momentos. Por suerte, se agradece el que a los actores no se les coloque micrófonos personales, cosa que se ha vuelto una no muy acertada costumbre en muchos escenarios del mundo y que atenta con el timbre y proyección de las voces, al acomodarse al aparato electrónico cerca de la boca; pero al parecer los micrófonos laterales colocados en el escenario no permitían que se escuchara con la necesaria claridad los parlamentos de los actores, igualmente, tal vez con un poco más de intensidad en las proyecciones de las voces en esos momentos – especialmente en ciertos diálogos entre los personajes de Clares y Texidó, dicho problema pudiera verse resuelto.
Una vez más es justo agradecer el empeño de Arca Images por llevar a escena propuestas teatrales con alto rigor ético y estético, sumándose al continuo quehacer teatral que colma los diversos escenarios en esta ciudad, con su diversidad de lenguajes artísticos, y de igual forma agradecer a Carlos Celdrán por atreverse en sumergirse en el oscuro mundo de las pesadillas de control y censura que siempre persiguen al arte en su intento de libertad creativa, a través de lo acontecido con esta prominente, incomprendida y rechazada artista de la plástica cubana, quien con su obra se atrevió a exponer lo que sus ojos veían y nadie se decidía a plantear.
Como bien dijera el también destacado pintor cubano Hugo Consuegra en las notas al catálogo de la exposición personal de Antonia Eiriz, “Pinturas y Ensamblajes”, realizada en 1964, en la Galería Habana:
... la pintura de Antonia Eiriz es una aleación de patada y trompetilla, pero en una dosis tan aguda, tan descarnada, tan desprovista de adornos y concesiones que se hace casi intolerable para el espectador, o mejor dicho, para ese espectador que solo gusta de ser halagado, entretenido, edulcorado y para ese otro espectador que recibe el arte como un ‘hors-d’oeuvre’ del cerebro.
Lic. Wilfredo A. Ramos.
Miami. Agosto 7, 2024.
Fotos/Julio de la Nuez.
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Estreno mundial de "Papier Maché" de Carlos Celdrán, in Spanish with English supertitles.
8:30 p.m. jueves 1 y 8 de agosto; viernes 2 y 9 de agosto; sábados 3 y 10 de agosto; y 3:00 p.m. domingos 4 y 11 de agosto.
Westchester Cultural Arts Center, 7930 S.W. 40th St. Miami, Fl. 33155
$35 entrada general, $30 para personas de tercera edad, estudiantes con identificación válida y grupos de 10 o más. Boletos disponibles en www.arcaimages.org y en el teatro.
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